Las Jornadas Jurídicas atraviesan este año su novena edición. Siempre fueron una apuesta fuerte. Una apuesta judicial en mayúsculas. Baltasar Garzón, Javier Gómez Bermúdez, el desaparecido José Manuel Maza, el propio Fernando Grande-Marlaska... por Ceuta han pasado pesos pesados del ámbito judicial posicionando a nuestra ciudad como foco de atención merecido.
Este año se trabaja en mantener el listón y el próximo se confía en potenciar esta apuesta formativa ofertando las jornadas a jueces de todo el país. Sin duda es para estar orgullosos del trabajo callado y constante que se hace para mantener este auténtico escaparate judicial erigido en foco de saber, de formación y de aprendizaje.
Falta, eso sí, avanzar en el campo de la socialización de las jornadas, ampliando el público susceptible de participar y asistir a las ponencias que se impartan. Porque no podemos seguir mirando la justicia como un ente extraño, apartado, del que nos vamos alejando e incluso recelando.
El desapego de la sociedad hacia la clase judicial tiene un efecto nocivo para todos, genera conclusiones erráticas que no podemos permitirnos, porque no hay mayor daño que la extensión de la idea sobre la existencia de una justicia para ricos y otra para pobres, de un sistema que no funciona, de un poder que no es efectivo.
Unas jornadas formativas no están reñidas con otras más populares porque ambas, de darse la mano, son el mejor antibiótico contra las absurdas generalizaciones que hoy, todavía, nos hacen recelar de algunos ámbitos judiciales o, peor aún, convertirnos en seres desafiantes ante un sistema que está para ayudarnos no para convertir el día a día en una ininteligible lucha de pequeños David contra un Goliat que nació, este sí, para restaurar el orden quebrado.