El antiguo Presidio de Ceuta llegó a tener una especial relevancia, tanto en la época que la ciudad estuvo bajo el dominio portugués, desde 1415 que Portugal la conquistó y mantuvo encerrados a presos comunes por delitos graves y a políticos de sus colonias, como cuando Ceuta luego pasó a ser española, primero de hecho en 1640 por haberlo así decidido voluntariamente en una especie de plebiscito los portugueses que entonces residían en Ceuta, y después, de derecho, a partir de 1668.
Esto hay que aclararles a los no iniciados en la historia de la ciudad, porque con frecuencia luego me preguntan sobre algunos datos históricos de la misma. Que los orígenes del Presidio fueron portugueses, lo acredita el hecho de que el padre portugués Diego de Almeida, ya refiere que las importantes fortificaciones que Portugal construyó en Ceuta tras su conquista, fueron llevadas a cabo por presos o gente forzada. Ello significa que en el siglo XV ya funcionaba dicho Presidio, y que luego continuó haciéndolo bajo soberanía española hasta el año 1912 que definitivamente fue clausurado por España.
El Presidio llegó a tener hasta casi 3.000 presos en la época que albergaba la mayor población reclusa, hasta los 400 que había cuando en 1912 se cerró. Había presos de muy diversos orígenes y condición social. En la época española, los hubo de la Península que habían cometido los crímenes más graves y estaban encadenados en celdas de castigo y condenados a trabajos forzados. Pero también tuvo muchos presos políticos, tanto procedentes de las antiguas colonias españolas en América como rebeldes y sublevados contra España. Hubo dirigentes hispanoamericanos de muy elevada categoría, que una vez que esos países se independizaron, algunos incluso llegaron a desempeñar importantes cargos en sus respectivos países de procedencia. Sólo de rebeldes cubanos hubo cientos de ellos. Por citar varios, Juan Gualberto Gómez Ferrer fue un político y periodista que estuvo dos veces preso en el Monte Hacho, hasta 35 años. La primera vez, porque junto con José Martín y otros se rebelaron contra España. Y lo más importante para Ceuta de este singular cubano es que en ella entroncó con Manuela Benítez Mariscal, residente en Ceuta, con la que primero convivió maritalmente y tuvo cuatro hijos, y luego contrajeron matrimonio en Cuba. Aquellos hijos ceutíes, engendraron a los nietos y biznietos de Ceuta en Cuba, conservando todavía la familia bastantes recuerdos personales adquiridos en Ceuta. Juan Gualberto era hijo de los esclavos cubanos, Fermín Gómez y Serafina Ferrer, que pertenecían en propiedad a Dª Catalina Enciso de Abreu y Gómez, en el pueblo cubano de Sabinilla del Encomendador, El Ingenio Velloncillo, en Matanzas, hoy llamado “Juan Gualberto Gómez”. El niño estudió, con muchos esfuerzos y sacrificios de sus padres.
También estuvieron presos en Ceuta el peruano Juan Bautista Tupaz-Amaru, descendiente del antiguo emperador de los incas que después de estar preso en Ceuta estuvo a punto de ser nombrado rey de toda Hispanoamérica. Otro, Martín Miguel Güemes, compañero de lucha del carismático líder bolivariano José San Martín. Y durante la Guerra de la Independencia estuvieron presos en Ceuta otros relevantes políticos españoles; uno de ellos fue Agustín Argüelles Álvarez, eminente orador parlamentario, muy elocuente, apodado El Divino, porque cada vez que tomaba la palabra en el Congreso la oposición se echaba a temblar. Participó muy activamente en la elaboración de la Constitución de Cádiz y ocupó importantes cargos en varios gobiernos. También había presos políticos en régimen de semilibertad o confinamiento, que incluso estaban autorizados a trabajar fuera del Presidio. Hubo muchos de los políticos del llamado “trienio liberal” (1821-1823). Los había de todas las razas y condición: asesinos, homicidas, secuestradores, timadores, falsificadores, ladrones, etc; y de cualquier clase social: campesinos, soldados, marineros, eclesiásticos, intelectuales, hombres de letras y trabajadores manuales. El caleidoscopio de razas fue también muy abundante: blancos, negros, mulatos, chinos, tagalos, etc. El Penal sirvió de base a los sucesivos gobiernos para enviar al destierro a sus adversarios políticos; encontrándonos a nobles y políticos famosos, militares isabelinos, liberales, carlistas, cantonalistas.
Un servicio importante que se prestaba en el penal era el de cartero. Miles de cartas se pasaban a diario por la censura, transmitiéndose a través del correo los timos más ingeniosos e insospechados. Como muestra, se cita una carta enviada desde El Ferrol y dirigida a un “confinado en Ceuta”. En aquella época, en Ceuta todos se servían de los penados para los trabajos públicos o privados que aquella sociedad demandaba. Así tenemos que, por lo que respecta al correo y servicios postales, solían desempeñarlos los presos seleccionados. Cuando el barco de Algeciras llegaba a Ceuta, eran dos penados los que, acompañados por el Oficial de Correos de la Plaza, que los tenía como subalternos, se encargaban de descargar y subir a las oficinas del Ramo las sacas de la correspondencia de las que se hacían los apartados para el Penal, los estamentos militar y público y para la población civil. Otro penado de confianza transportaba la correspondencia desde Correos –a finales del siglo XIX situado en una esquina de la entonces plaza de Alfonso XII, hoy de los Reyes- hasta el emplazamiento de los cercanos Talleres, en la confluencia de las calles Beatriz de Silva y entonces Amargura, locales que además de albergar los diferentes talleres donde trabajaban los presos con oficio reconocido, acogían las Oficinas administrativas de la Colonia Penitenciaria (Comandancia, Mayoría y Ayudantía Primera).
Eran también los Talleres, según cuenta algún autor, el núcleo desde donde se urdían los diferentes timos que, con asiduidad sorprendente desplegaban las ingeniosas mentes de aquellos confinados, sobresaliendo entre todos ellos el “timo del entierro”, que refiere Juan José Relosillas en su libro “Catorce meses en Ceuta”, funcionario del Penal en los años 1873 y 1874, quien refiere: “El “entierro” consiste en suponer que hay un tesoro escondido en cualquier parte, y que buena porción de ese tesoro se entregará al que facilite determinada suma que se necesita para desenterrarlo”. Así, el penado escribe a una persona de la que tenga referencias por sí, sus familiares o por otros penados, contándole esta historia. Y si la trama tenía éxito, empezaban a llegarle los giros y certificados con dinero; repitiendo el envío de cartas alegando que se necesitaba más “materia prima” (dinero). Estas cantidades eran recibidas por el propio penado o por personas de su confianza: familiares residentes en la plaza u otros conocidos en la población no reclusa, comentándonos J.J. Relosillas que eran también las “casas de mala nota” los centros receptores de los envíos monetarios. Y empezaban las víctimas del engaño a desesperarse cuando dejaban de recibir noticias del supuesto “enterrador” del tesoro.
Para ilustrar este curioso timo, sirva una jugosa carta como la siguiente, cuyo texto íntegro respeto en su integridad incluyendo las faltas de ortografía intencionada de los timadores: “Ceuta á 8 de Julio de 1854: Muy Señor mio aun q’ no tengo el mor de no conoserlo á V. personalmente estoi bien ynformado de lanoble delicadeza de V. digno para mantener un sec(r)eto á dentro de su corazon sin comunicarlo anadie. Señor le ago presente q’ en la guerra del año 1849 cuando yó andaba por ese territorio con mi compañia en lo q’ menos pensar fueramos sosprendidos y podiendo escapar de las manos de lenemigo que fue esta suspresa en el pu(e)blo de Cruilles y endonde vino apara fue en matarilería pol camino de Coloncha es adonde me paso y’refligcionandome (sic) todo el caso sucedido y viendome tan perseguido amuelte por las columna y’viendo el riesgo que me ócorria tanto para mi como los yntereces q’levaba medeterminé aser una escabacion con la punta de mi espada y’enterre 300 onzas en oro metidas con un pote de lata que en lo cual lebava mi comida y’me marche de alli marcando los pazos medilos piez forme mi plano y’me marche sinser visto denadie mas q’Dios yó aonirme con Don Jose Borges con la confianza de q’volveria abajar otra vez yno pudo por tanta persecución de las Colunas y’aber entrar enseguida en Francia. Señor leago asaber como aora me determiné asalir alos ultimos de Mayo vestido de paisano para ver si ubiera podido llegar aeste punto y como la suerte sienpre me es contraria q’en llegando ales miditaciones de Darnius encontré alos guardias Ceviles.y’entre ellos yba uno q’abia estado del Batallon de Don Franco Saballe este es lo que me descublió y’enseguida me ponieron preso y’me lebaron en Barcelona y’alcabo de pocos días me conducieron en esta de Ceuta. Si V. me qiere aser el favor de recogermelo esto me contestará enseguida para q’yo le mandasé la puntiacion mas fija como esta en mi poder ara el favor de contestarme si ono para q’ yo me valdria de otra persona q’ demi parte no quedara desagradecido. Cuando me contesta me pondra la carta en catalan para q’ no sealteren en esta por motibo q’ nos leien las cartas y’ara el favor de mandarmela franqueada Pondra al sobre A Pedro Espelta preso en la Fortaleza de ácho en Ceuta”.
El remitente, según nos cuenta, penado en Ceuta por sus actividades durante la segunda guerra carlista, escribe a alguien a quien no conoce y le comenta que, ante una huida precipitada, perseguido por las tropas gubernamentales, entierra 300 onzas de oro que no pudo volver a recoger, y propone al destinatario que lo recoja por él, pero sin dar datos precisos del supuesto lugar donde enterró el supuesto tesoro. El anzuelo está echado, ahora sólo falta que el pez pique. Se llevaba a cabo la censura o control de las cartas de forma legal, en virtud de lo que se disponía en por el Real Decreto de 2 octubre de 1.860, en el que se dictan las reglas sobre la apertura de la correspondencia de los confinados. El control o censura se realizaba por el Comandante del Presidio o persona en la que delegara. Incluso disposiciones posteriores siguieron legislando sobre el asunto, hasta los días en que el Presidio desapareció. Y así, los penados tenían muy mermada la libertad de escribir, sobre todo a raíz del establecimiento de la Colonia Penitenciaria y la clasificación de aquellos en cuatro categorías, pues dependiendo de su inclusión en una de ellas, podían escribir más o menos veces al mes, dándose a los penados del 4º período, de circulación libre por la Plaza. Como curiosidad, la legislación preveía, dado el buen comportamiento de determinados presos, que gozasen éstos del privilegio de poder escribir y recibir correo más veces que los demás como premio a la buena conducta esperada.