Ya se divisa la navidad. Tocan arrebato. Es el momento de disimular, y parecer que somos buenas personas. Este tiempo, inicialmente concebido según la religión cristiana para exaltar las cualidades más nobles del ser humano, se ha convertido en una rutinaria orgía del cinismo más repugnante.
Quienes se manifiestan diariamente con extrema crueldad contra los inmigrantes, jaleando las concertinas y aplaudiendo enfervorizados todas y cada una de las medidas represivas (cuanta más, mejor) empleadas con saña contra personas inocentes e indefensas, hacen un breve paréntesis en su ennegrecido corazón y se dedican a enviar mensajes de paz, amor y fraternidad en la tierra (debe ser otra tierra). La maldad habitualmente enfundada en un enfermizo egoísmo (palmariamente antagónico con el credo religioso que dicen profesar), se toma unos días de descanso. Así, los innumerables racistas recalcitrantes que pululan por nuestras calles sembrando permanentemente el odio, se transmutan en cándidos personajes de cuentos, prestos a loar las excelencias de la diversidad (incluido su simpático rey mago negro). Es difícil digerir este macro festival de la hipocresía.
Pero lo que está batiendo últimamente todos los records en esta infame competición de solidaridad fingida, es la moda de la “recogida de alimentos”. Es un espectáculo de una obscenidad insoportable. Resulta encomiable el esfuerzo que hacen hombres y mujeres anónimos procurando paliar los duros efectos de la pobreza. Sobre estas iniciativas, no hay nada que objetar. Más bien al contrario. Merecen nuestro más sincero y efusivo reconocimiento. Sin embargo, la participación de los políticos del PP en estas actividades es lo que subleva a cualquier persona con un mínimo de vergüenza. Este tipo de hechos deberían ser contemplados como delitos en el código penal.
Se ha convertido en una estampa habitual de la avanzadilla navideña, la imagen de algunos concejales del PP embutidos en sus plastiquitos, posando ante los medios y los conmilitones (para el facebook), con sus paquetitos de lentejas y sus caritas de cínicos redomados exhibiéndose como “luchadores infatigables contra la pobreza”. Son exactamente los mismos que pocas fechas antes, ahora disfrazados de “responsables servidores de la patria”, levantaban la mano para aprobar unos presupuestos (trescientos millones de euros), que son una auténtica fabrica de pobres. Son los que aplican una política radicalmente injusta y elitista, sin el menor atisbo de solidaridad. Los que olvidan la pobreza y desprecian a sus víctimas. Podría explicar esto con centenares de ejemplos. Pero quizá, por tratarse de alimentos, éste sea el más ilustrativo: la partida destinada a comedores sociales está dotada con doscientos mil euros; la que se dedica a la alimentación de los caballos de la escuela de equitación, supera los doscientos cincuenta mil euros. Gastamos más en alimentar cien caballos que a todos los niños y niñas necesitados de Ceuta. Esto lo votan, con insultante aplomo, los mismos brazos que luego recogen los paquetes de alimentos y se retratan sonrientes como héroes de la solidaridad.
Una última reflexión. No es tan extraño que existan este tipo de personajes. Lo que realmente resulta deprimente es que estas conductas sean toleradas, cuando no ensalzadas, por una mayoría social. En lugar de abochornarlos, los adulan. Han convertido la navidad en un circo de crueldad.