Resulta difícil abstraerse de los atentados terroristas perpetrados por un grupo de fanáticos en el mismo corazón de París. Buscaron sembrar el terror y hay que reconocerles que lo han conseguido, ¡Pero a qué precio más alto! Ciento veinte y nueve personas han perdido la vida en una cadena de acciones terroristas inspiradas en la crueldad y el odio.
Como en cualquier acontecimiento traumático hemos pasado por varias fases emocionales: primero, el miedo. Luego, la profunda tristeza. Y, finalmente, la respuesta ante este tipo de hechos violentos. Por medio, solemos olvidar el necesario análisis de las causas y las consecuencias de estas acciones terroristas. Hacer el esfuerzo de analizar las motivaciones terroristas no supone de ninguna de las maneras justificar ni mucho menos disculpar estas execrables acciones criminales. Todos los países cuentan con analistas encargados de estudiar la realidad geoestratégica, la situación de la economía mundial o los conflictos sociales. Con el ascenso del terrorismo internacional este tipo de agencias de información y análisis no han dejado aumentar sus plantillas e incrementar sus medios técnicos.
El mundo se ha vuelto cada día más complejo. Los hilos que conforman el tejido social y económico están tan entrelazados que no somos capaces de distinguirlos a simple vista. Algunos, siguiendo el ejemplo de Alejandro Magno, quieren deshacer el nudo gordiano de un contundente tajo. Otros, por el contrario, preferimos estudiar primero la compleja madeja, identificar los hilos principales que la forman y trazar un plan para deshacerla sin romperla. La actitud de Alejandro Magno transmite la imagen de firmeza y contundencia. Mientras que la segunda, propia de su maestro Aristóteles, está basada en el estudio, la paciencia y el uso equilibrado y selectivo de medios. Los alejandrinos, por llamarlos de alguna manera, dejan a su paso una montaña de cabos sueltos y rotos. Mientras que los aristotélicos, conocidos como peripatéticos, deshacen con maestría la madeja y ésta sirve para reconstruir el tejido dañado de una manera más simple y eficaz.
El mundo se ha convertido en un gran nudo gordiano de hilos entrelazados que conforman una complejísima, gruesa y asfixiante telaraña alrededor de la tierra. Todos estamos atrapados en esta telaraña y no sabemos cómo escapar de ella indemnes. Nuestros esfuerzos por escapar de la telaraña no hacen más que engancharnos y llamar la atención de la poderosa araña que la ha diseñado y tejido. La estrategia más inteligente para sobrevivir consiste en no moverse demasiado y romper con calma y sigilo los hilos que nos mantienen atrapados en la red. Tenemos que desenmarañarnos de la telaraña afirmando, como dijo Mumford, nuestra primacía “en actos silenciosos de deserción física o mental, en gestos de inconformismo, en abstenciones, restricciones e inhibiciones que nos liberen del pentágono del poder”.
La estrategia alternativa, mucho menos inteligente, consiste en cortar a machetazos el nudo gordiano. En apariencia algunos creen que, de esta drástica forma, se han salvado de la telaraña. Sin embargo, como si de una maldición se tratara, surge en torno a ellos una red aún más asfixiante confeccionada con dogmas y doctrinas tan férreos que agotan la vida. La savia vital no llega a sus corazones y estos se llenan de maldad. La verdad no puede florecer en sus mentes y la imaginación es incapaz de dar frutos creativos y artísticos. Llegan a odiar la vida y quieren acabar con ella allí donde se presenta. El amor, la sabiduría y la belleza son sus principales adversarios. No toleran los gestos de amistad, enamoramiento, simpatía, humor o empatía. La ciencia, la filosofía, la educación y la cultura son un peligro para el mantenimiento de su visión totalitaria del mundo.
El patrimonio cultural, la poesía, el arte, la música, la literatura, el teatro o la danza no son frutos para estos neo-bárbaros de la inspiración de las Musas, sino del diablo. Las mujeres que representan la inspiración, la intuición, el despertar espiritual y la belleza sublime son degradadas a su condición de procreadoras y facilitadoras de placer sexual.
El siglo XX fue el de los totalitarismos políticos. El nuestro, el siglo XXI, apunta al totalitarismo económico y religioso. El primero, el económico, amenaza con destruir la tierra. El segundo apunta a la deshumanización y a la involución humana hasta momentos pre-racionales. Los dos avanzan de la mano dejando a su paso un rastro de devastación y muerte.
El totalitarismo religioso yihadista comparte algunas características con los movimientos fascistas del pasado siglo: la exaltación y el uso sistemático de la violencia, la justificación de la eliminación de los “infieles”, su derecho a expandirse territorialmente, el antisemitismo y la utilización de complejos métodos y técnicas de propaganda y adoctrinamiento. No obstante, presenta algunos rasgos distintivos: la ausencia de líderes carismáticos, más allá de personajes como Bin Landen; la inexistencia de una organización jerarquizada y bien estructurada; su carácter orgánico al funcionar mediante células de implantación internacional que pertenecen a un mismo organismo, pero son autónomas en su funcionamiento; la inmolación voluntaria; etc…
Los totalitarismos adquieren su propia personalidad a partir del sustrato cultural en el que nacen. El fascismo nazi partió del rechazo a la democracia y al pensamiento ilustrado. En un contexto de profunda crisis económica y social surgió un líder carismático que ejerció como un “terrible simplificador” de la realidad. Hitler encarnó “la voluntad de poder” que Nietzsche había identificado como un rasgo propio del pueblo alemán. Esta voluntad se articuló en la organización de un partido fuertemente jerarquizado que sirvió de base para la constitución del Estado Nazi.
Tanto el pensamiento como la acción política tenían un único propósito: el poder. La ciencia, la filosofía, incluso el arte, fueron reorientados hacia el incremento del poder militar, el reforzamiento del pensamiento totalitario y la propaganda política. Resulta inquietante que hasta en la época de máxima potencia del nazismo la ciencia, la cultura y el arte siguieron alimentándose por el régimen nazi, pero dirigida hacia sus perversos fines totalitarios.
El nuevo totalitarismo de corte religioso desprecia profundamente la ciencia, la cultura y el arte. Destruyen yacimientos arqueológicos, monumentos y sitios históricos sin piedad. Persiguen y asesinan a quienes promueven la educación y la filosofía. Impiden cualquier atisbo de imaginación creativa. Coartan la libertad de expresión y prohíben la participación en la política. No hay más ley que la divina ni más justicia que la venganza y el ajusticiamiento criminal. Y la mujer siempre se lleva la peor parte. Es violada, asesinada y humillada. Son todas formas extremas de una ideología que contiene en su simiente unos ideales éticos, políticos, sociales y culturales alejados de la libertad individual y colectiva; de la búsqueda de la verdad y el progreso de las ciencias y las humanidades; de la educación y el cultivo cultural; del arte y la belleza. Resulta ser la semilla que cuando germina ofrece las “Flores del Mal”.