El pasado fin de semana este mismo medio incluía entre sus páginas un reportaje sobre el lamentable estado de deterioro y suciedad del complejo cultural de la Manzana del Revellín.
Las pintadas y los restos de orines “decoran” hoy en día las paredes y suelos de los edificios que componen el aludido conjunto arquitectónico, algunas de cuyas piezas llevan años y años vacías de contenido y uso. No es algo nuevo el mal estado de estos inmuebles, pero es notorio que la degradación de este espacio no deja de incrementarse cada día que pasa. Algo está fallando y es necesario actuar de manera inmediata.
Como suele ser habitual en política, los problemas no existen hasta que aparecen en la portada de un periódico. Es lo primero que hace un político cuando se levanta: ver la prensa. Aunque luego, cuando le preguntas, todos te dirán que ellos no miran los periódicos. Todavía no he encontrado un político que reconozcan algo tan habitual y, hasta comprensible, que es estar informado de lo que sucede en la ciudad en la que desempeña su labor política. Los periodistas tienen poco margen para contar todo lo que les gustaría hacer llegar a la ciudadanía. Más que líneas editoriales, muchos medios erigen auténticas murallas que impiden que se cuelen noticias incómodas con los poderes que respaldan la empresa para la que trabajan. Por fortuna, algunos de estos medios están dirigidos por periodistas de raza que trabajan en los mismos lindes de lo permitido con el peligro que ello conlleva y con todos los palos que reciben tanto en la propia casa como fuera de ella. Gracias a estos periodistas algunos medios aún cumplen la vital función para la democracia de criticar aquellas acciones u omisiones que ponen en peligro la propia democracia o nuestros bienes comunes.
Dicho esto, la publicación del reportaje en “El Faro” sobre el deplorable estado de conservación y limpieza de la Manzana del Revellín ha despertado la indignación de una parte de la ciudadanía y ha motivado que la Ciudad, por boca de su máximo responsable, haya anunciado que va a tomar medidas para acabar con esta situación. Una de estas acciones va consistir en la instalación de un área de juegos infantiles en la plaza Nelson Mandela. El objetivo que persigue esta medida es correcto: incrementar la frecuentación de personas en este lugar y evitar así que algunos desaprensivos ensucien las paredes y los suelos de este complejo cultural. Como decía Jane Jacobs, la mejor manera para evitar la delincuencia en las ciudades es la presencia de ciudadanos por sus calles y plazas. Claro, que para conseguir este objetivo estas calles y plazas tienen que ser atractivas para los ciudadanos. Y la plaza Nelson Mandela no invita precisamente a que la gente pase por ahí. Es un espacio inerte, deshumanizado y desnaturalizado. Un auténtico páramo desértico. No hay ni una sombra ni el menor resto de vida. Todo el mundo rehúye pasar por este desierto de piedra y hormigón de paredes cegadoras.
Hace algunos años, antes incluso de que el complejo de la Manzana del Revellín entrara en el proceso de degradación en el que hoy se encuentra, propusimos desde estas mismas páginas la instalación en la plaza Mandela de un jardín de esculturas siguiendo el ejemplo del “Abby Aldrich Rockefeller” del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). Este jardín fue proyectado por Philips Johnson y el arquitecto paisajista James Fanning, y cuenta con dos estanques rectangulares, una plazoleta central de mármol y está salpicado por parterres de mirto, así como ejemplares de abebul, hayas lloronas, cedros japoneses y un árbol del cielo. Para Lewis Mumford, este jardín, además de su belleza, tenía la virtud de cumplir con una función múltiple: “la de espacio al aire libre para la exhibición de esculturas (que siempre resultan mejor si se las ve a la luz natural), la de sitio de descanso para los que han adquirido “fatiga de museo” o “melancolía surrealista” y de frente para las personas que comen al aire libre bajo las hileras de árboles y sombrillas del nuevo restaurante ubicado en el lado oeste del jardín”. Llamamos la atención sobre la existencia de este restaurante asociado a este jardín de esculturas a aquellos que andan pensando que uso dar a los edificios del complejo cultural de la Manzana del Revellín que cierran hoy día este destartalado y frío patio.
Este jardín que proponemos podría constituir un excelente pedestal y escenario para las figuras esculpidas por los magníficos escultores que ha dado esta tierra, como Ángel Ruiz Lillo, Elena Álvarez Laverón, Diego Segura y los Pedrajas. De este modo, se podría otorgar el merecido reconocimiento que merecen estos artistas ceutíes y que ha sido reclamado, -sobre todo para Ruiz Lillo, el más olvidado de todos-, por nuestros apreciados amigos Manuel Abad y Antonio Fuentes León. Sería un sueño poder disfrutar de la bellísima “Dama de Ceuta” de Ruiz Lillo; de las esculturas de Elena Álvarez Laverón que hoy día decoran el Parque de San Amaro, en un lugar poco transitado; o del “Punto de Encuentro” o cualquiera de las bellas esculturas de nuestro querido Diego Segura, en el entorno de un cuidado jardín pleno de naturaleza. Esta iniciativa parte de la idea expuesta por Lewis Mumford, al hilo del jardín del MOMA, de que “ningún edificio está estéticamente acabado hasta que el espacio que lo rodea no está tan sólo bastante abierto para permitir ver el edificio sino hasta que este espacio es transformado por el arte hasta el punto en que hace salir el orden y el encanto del interior y lo hace entrar de nuevo para la vista errante del observador”.
Como es lógico, el jardín diseñado por el arquitecto paisajista James Fanning para el MOMA de Nueva York no puede trasladarse tal cual a la Manzana del Revellín. Esto no tendría el más mínimo sentido. Hay que tomarlo como un referente de calidad a la hora de diseñar el jardín que necesita el complejo cultural proyectado por Siza. En este diseño habría contar como elementos indispensables el agua, un arbolado adecuado al clima de Ceuta y barajar la posibilidad de introducir sistemas para mitigar la incidencia directa del sol en determinadas épocas del año. Afortunadamente, España cuenta con magníficos arquitectos paisajistas capaces de hacerse cargo de un proyecto de este tipo, a los que se podría invitar a participar a través de un concurso arquitectónico.
La solución que proponemos pensamos que encaja mucho mejor en un espacio arquitectónico que quiere ser de calidad, más que la idea de instalar allí uno de esos estereotipados conjuntos de juegos infantiles que podemos encontrar en cualquier punto de esta ciudad o de cualquier otra plaza de España. Es necesario llevar a cabo un análisis riguroso de la plaza Nelson Mandela y adecuar la solución que le pretenda dar a este sitio unos ideales e ideas más elevadas y transcendentes de lo que significa una ciudad y del papel que en su desenvolvimiento natural deben desempeñar los propios ciudadanos. Desde esta perspectiva, los espacios públicos tienen la misión de facilitar la comunicación entre los ciudadanos y el debate cívico. De esta comunicación surgen las ideas que a través de la acción y la educación nos acercan a la cultura. Para que todo sea posible, los espacios públicos, como la plaza Nelson Mandela, tienen que despertar la imaginación creativa que logramos gracias a la belleza expresada por la propia naturaleza, de ahí nuestra propuesta de un jardín, y del arte simbólico expresado en las esculturas alegóricas al espíritu y la esencia de Ceuta.