No hay peor enemigo para el ser humano que la costumbre. El proceso psicológico de acomodación de la conciencia a una realidad concreta, más allá de los dictados de la razón, pervierte por completo la jerarquía de principios y nos conduce a un estado de embrutecimiento del que es complicado salir.
Podría poner como ejemplo concluyente de esta afirmación el famoso “Toro de la Vega”. Nadie puede explicar cómo personas aparentemente normales puedan practicar, y defender, un acto sanguinario y criminal de tal magnitud. Y sin embargo, así sucede. Incluso partidos políticos que se dicen serios se muestran comprensivos con la barbarie al amparo de un “apoyo a las tradiciones”.
Pero no hace falta ir tan lejos. Nuestra Ciudad es uno de los más claros ejemplos de este fenómeno social de asunción colectiva de la aberración. Hechos que en cualquier lugar provocarían una convulsa indignación, en Ceuta se asumen con pasmosa naturalidad. A casi nadie conmueve que a niños y niñas residentes en la Ciudad se les prohíba la escolarización, que nuestra constitución define como obligatoria. Son atendidos por una organización no gubernamental (apoyada por una asociación catalana) ante la vista de todo el mundo, que se encoge de hombros con una indiferente frialdad que estremece. No sé si hay mayor crueldad que impedir el acceso de un niño o una niña a la educación. Es muy difícil convivir con tanta maldad. Pero aquí, se ve normal.
Hoy quiero poner el foco de atención en otra de estas situaciones que, a mi juicio, reflejan con una gran fidelidad el grado de corrupción moral que embarga a nuestra Ciudad. Es el caso de la prohibición vigente de que las personas cuya vivienda está “fuera de ordenación” puedan contratar el suministro de energía eléctrica. La estimación oficial es que este problema afecta a unas cuatrocientas familias. Conviene aclarar que se trata de familias ceutíes, de nacionalidad española y residencia legal en nuestra Ciudad; pero que por razones de tipo estrictamente urbanístico no tienen su vivienda “legalizada” (imputable a la incompetencia de la administración). Son ciudadanos en plenitud de sus derechos y obligaciones, que viven y trabajan en Ceuta, pagan sus impuestos, son clientes de las empresas locales y usuarios de los servicios públicos… pero no se les permite que dispongan de energía eléctrica en sus viviendas. No pueden utilizar un microondas, ver la tele, o utilizar una lámpara para estudiar. Es absurdo, pero a todo el mundo le parece normal. Una vergüenza. Es peor. El Ayuntamiento sí les suministra el agua corriente (el otro suministro básico), pero no así la luz. ¿Se puede consentir que esto suceda sin generar el más mínimo remordimiento entre la mayoría de la población? ¿Cómo hemos llegado a este punto de insensibilidad?
Ceuta se ha ido acostumbrando a vivir en el absurdo. Quizá el temor a un futuro incierto, quizá la desconfianza en nuestras propias fuerzas, quizá el recelo entre comunidades, quizá una actitud prolongadamente depresiva; o quizá una mezcla de todo, nos ha alejado de los valores más elementales y nos ha convertido en una masa ciega carente del menor sentimiento de solidaridad. Por ello la prioridad política en Ceuta debería ser volver a la normalidad. Por ejemplo, que la gente tenga luz en su casa, y los niños y niñas puedan ir al colegio. No estaría mal para empezar.