El espectáculo de los dos partidos políticos que mantienen el sistema bipartidista en nuestro país escenificó el gran acto del pacto antiyihadismo en la que una vez más se alzan por encima del resto de representantes políticos, vestidos de una legitimidad cuanto menos extraña.
Esta es la manera de hacer políticas frentistas ante los demás representantes legítimamente elegidos por los votantes, estos son los modos esgrimidos por los políticos profesionalizados para señalar y subrayar su estatus de partido de gobierno o de partido con posibilidad de gobernar. Un orden establecido que marca diferencias con los otros, que están invitados a sentarse en el congreso pero no a catar el ejercicio del poder. La competición es el sistema que se impone en la política de partidos y certifica que la única posibilidad de alcanzar el poder es a través de la confrontación. De hecho, entiende el ascenso al poder como una dura batalla legitimada por las urnas y se hace en consonancia con el sentir social mayoritario. Alcanzar y ejercer el poder de esta forma es la única vía que entienden los partidos democráticos europeos. Sin embargo, otras formas, en las que se combine la confrontación de ideas y programas con la cooperación, es un sistema posible pero del que por desgracia nuestras mentalidades se encuentran a mucha distancia psicológica de alcanzar.
Poco han comprendido estos políticos del hartazgo de la sociedad civil que no encuentra cauces para participar y expresarse. El auge actual de los populismos no solo responde a un país cabreado por la crisis, Esto puede servir para las masas desesperadas y profundamente decepcionadas por haberse quedado fuera del reparto del botín. Los ideólogos de estos movimientos populares a pesar de poder ser tachados de oportunistas, como tantos y tantos seres humanos involucrados con el poder político-administrativo, también se han levantado en armas por falta de consideración dentro de los ámbitos de los partidos políticos. Hay un resentimiento hacia la casta (partidos al uso) porque ésta no ha sabido ver la contribución de sus aportaciones ideológicas a la causa de la izquierda. La falta de consideración hacia las demás personas con capacidad para aportar ideas al proyecto colectivo es también una forma de violencia que genera reacciones viscerales cuando existen egos necesitados de constantes alabanzas. Es el simplificado, alterado y estancado concepto de la democracia una razón más de tanto descontento y desconfianza con el actual sistema de partidos. Por otra parte, cabe mejorarlo, nunca dinamitarlo, con apertura, participación, relevos y desprofesionalización política. Algo que costará mucho esfuerzo colectivo y participación de las mentes más modernas y ejemplarizantes como consecuencia de nuestra reciente historia y de cómo se planteó la transición política; la democracia española se fundó a través de un gran pacto que imponía el silencio ante las injusticias franquistas. La sociedad española estaba preparada para tolerar la presión del poder y los comportamientos despóticos debido a su reciente historia. Por ello, la perpetuación de modelos de funcionamiento burocrático administrativo tardo franquistas se llevó a efecto por haber aceptado un estilo de transición conciliadora con el pasado pero cobarde y dimisionaria de las responsabilidades éticas que nos hubieran ayudado más a separarnos de las estructuras franquistas más anquilosadas.
Para entendernos, que haya cargos políticos en España que parezcan sacados de un manual sobre lecciones del totalitarismo en Europa o que los socialistas perdieran sus 100 años de honradez al ejercer el poder es consecuencia de la historia reciente y del estilo de la transición y no un problema de la propia democracia. El problema es cómo hacer avanzar a nuestras sociedades (las europeas en general) con un concepto de democracia avanzada y convencer a los partidos de que cambien sus estructuras para transformar nuestro modelo político. Actualmente, el reparto de cargos se hace entre los guerreros políticos que han cobrado la pieza dentro del partido (ganando apoyos), que es como una especie de rito iniciático, y también fuera (ganando escaños), que viene a ser la confirmación del guerrero político en la batalla electoral. Y como las facilidades que se dan a los funcionarios civiles de la administración son amplias les sirven en bandeja la carrera política garantizada para aquellos que se muevan bien en los entresijos de los partidos políticos. Sin embargo, cabe la objeción principal en la necesidad de enriquecer la política activa con otras visiones profesionales más dinámicas y modernas y sobre todo productivas. La administración y la política se resienten, en palabras de Javier Pradera Cortázar, de “este enloquecido tráfico de funcionarios entre la burocracia y la política”.
Si nos fijamos bien, la dirección del fenómeno Podemos está localizada en funcionarios públicos que desean el ascenso hacia los altos cargos de la administración del estado aprovechando el descontento colectivo, tanto por la creciente brecha socioeconómica y la baja calidad de la democracia en términos de participación, como por la corrupción generalizada de los grandes partidos políticos. Por lo tanto, un exceso de funcionarios ascendidos a políticos profesionales suele acarrear un gran despilfarro económico; véase la UE y su síntesis entre burocracia y política o la que quizá sea la mismísima expresión de la burocracia politizada o la política burocratizada. En la marinera ciudad contamos con algunos despilfarros y extravagancias incompetentes bien sonadas que se han llevado a cabo con buenas intenciones personalistas pero sin contar con el necesario consenso democrático. Las ideas generadas por Juan Vivas suelen tener este inconveniente pues invierte el dinero de todos como si fuera usufructuario, en vez de simple gestor temporal, y de esta manera es muy fácil equivocarse. Si este señor aplicara al dinero público los mismos criterios que utiliza con su dinero privado les aseguramos que no tendríamos el bunker del Revellín ni tampoco nos levantaríamos de la cama con la posibilidad de que nos cambien el mercado de sitio o con la transformación de la glorieta o sabe dios con qué nueva ocurrencia ladrillera.
Desgraciadamente, el Código Penal no ofrece protección contra el despilfarro de los gobernantes si no se produce apropiamiento indebido de capital público. ¿Qué podemos decir del elevado número de personas que se mantienen con enormes salarios dentro del capítulo uno del ayuntamiento y sus empresas satélites? Es un exceso de “caridad” que se practica nuevamente con el dinero común, que al parecer no tiene dueño y del que se hace un uso despilfarrador. De todos modos, no nos engañemos y pensemos que estos despilfarros no suelen ser inocentes puesto que esta gran transformación del ayuntamiento en una máquina de repartir dinero, con pocas excepciones, proporciona a los administradores políticos niveles y estilos de vida a los que solo los ricos pueden tener acceso.