Es sabido lo complicado que es el llevar adelante algún propósito, generalmente nacido de una necesidad más o menos grave. No es fácil que las cuestiones que personalmente corresponden a cada persona tengan, al final de cada día, el resultado previsto desde primeras horas de la mañana.
¿Es que, acaso, no se tiene la preparación suficiente, para alcanzar el resultado deseado, o, tal vez, es algo fuera de los límites razonables del buen hacer? Bueno, pienso que se conjugan ambas cosas a la vez en la mayoría de los casos. Es totalmente cierto que hay personas con formación adecuada para hacer frente a los problemas que se presentan –a todos– en la vida; pero no es menos cierto que abunda la ligereza y también las pocas ganas de estudiar cada problema.
La formación del ser humano es cuestión principal, de primer orden y con la máxima exigencia. Dado ese carácter hay que dedicarle la máxima atención porque, además, hay una cierta tendencia –en términos generales– a despreciarla y casi negarla. Es cierto que se presentan casos en los que hay otras atenciones a considerar y resolver, pero aquí hay que hilar muy fino y llegar hasta el final del examen de cada una de esas situaciones. Quizás, en el fondo, haya una cierta tendencia a seguir otros caminos que se piensa pueden ser más útiles para resolver determinadas situaciones o problemas generales. al menos de momento. Ese es un juicio que requiere una meditación serena ya que se trata de aceptar más de un sacrificio: uno más, tal vez. entre otros muchos.
Es frecuente ver cómo hay gente en edad de ir abriéndose camino en su formación que, sin embargo, derrocha un tiempo muy valioso en la búsqueda de una satisfacción material, de algo que es sólo una satisfacción durante un tiempo que debería ser dedicado a cuestiones de mayor importancia, como lo es la formación personal, la preparación de la mente para el mejor entendimiento de las demandas de la vida, de la suya propia y la de los demás porque van unidas a lo largo del tiempo. Aprender lo que es la raíz de la exigencia de la vida personal en la de la sociedad –no tan sólo la próxima sino la mundial– es algo imprescindible porque vivimos en esa sociedad mundial y no sólo en la de nuestros amigos, por muy agradable que ésta pueda ser.
Hay que formarse, concienzudamente, desde muy jóvenes, pues a la gente de edad temprana suelen dirigirse programas de captación de muy diversa índole. El ser humano tiene derecho a recibir cuanto se le quiera hacer saber, pero es el propio ser humano el que ha de saber cómo reaccionar ante todo lo que pueda llegar a sus oídos. No se trata de entrar en una especie de Feria en la que hay muchas luces y sonatas diferentes que llegan de cualquier parte y allí tratar de pasarlo bien. No es así, pues las luces y las charangas de apagan y callan en un momento determinado y es entonces –si no lo ha hecho antes– cuando su buena formación le debe llevar al camino de la sensatez y del buen sentido para el bien de toda la Humanidad.
No es poco lo que se nos pide a cada persona, pero está en consonancia con la grandeza de la Humanidad; de esa que no está constituida por banalidades sino por algo muy serio y trascendente: el bienestar moral y social de todos los seres humanos. Esto es lo contrario de la ligereza en las ideas a las que tan aficionados se han vuelto quienes pretenden ascender, rápidamente. en la escala de valores de la vida. Tienen el camino equivocado en su formación y, desgraciadamente, maltratan la formación de otras muchas personas. Ante ello se debe estar atento y tratar de incrementar la solidez de la buena formación; la que cuesta trabajo alcanzar porque exige muchos sacrificios y estos han de llevarse con un gran espíritu de amor a la verdad en la que se debe cimentar la Humanidad.