Aseguraba Hannah Arendt en su obra La condición humana que “el error básico de todo materialismo en la política es pasar por alto el hecho inevitable de que los hombres se revelan como individuos, como distintas y únicas personas”.
Explicar el comportamiento social de los individuos desde una perspectiva exclusivamente materialista supone un error que elimina la individualidad y nos limita al mecanismo de una caja registradora. ¿Cómo explicar entonces las acciones altruistas, aquellas que son improbables o las que escapan a la elección racional?
Desde Weber sabemos de la importancia de las religiones en la conformación de las sociedades y de las culturas desarrolladas en su interior. Muchas de las acciones y comportamientos sociales tienen que ver con la religión y las creencias y ese es el caso del yihadismo como expresión violenta de una forma de entender el islam. Hay quien defiende sin empacho una relación entre la pederastia y el clero católico pero tuerce el gesto cuando se plantea que el yihadismo tiene una raíz religiosa, acudiendo en la mayoría de los casos a la explicación del fenómeno como una desnaturalización del propio islam o a la socorrida explicación materialista: el yihadismo surge de la pobreza y tiene su razón en las desigualdades económicas y la exclusión.
En Ceuta, la presencia de un contingente significativo de población de religión islámica se remonta a los años sesenta del pasado siglo. En 1985 vivían en la ciudad más de 15.000 musulmanes, uno de cada cuatro habitantes. La situación económica y social de la población musulmana de la ciudad era peor que la actual: solo el 20% tenía la nacionalidad española, un tercio eran analfabetos y la mayoría estaba en paro o engrosaban el eufemístico “trabajo irregular”. Sobre esa situación de exclusión nacieron las mafias que dominaron las barriadas de mayoría musulmana. Narcotráfico sí pero no apoyo a redes yihadistas (aunque posteriormente unas y otras confluyeran). A partir de los noventa desembarcan en la ciudad movimientos rigoristas e incluso salafistas que van a introducir nuevas visiones del islam, un movimiento que tiene carácter global y sacude a todas las sociedades islámicas del mundo. Una dinámica que los occidentales querían creer que les era ajena, confiados en que el bienestar social y económico constituía el mejor freno al radicalismo para, posteriormente, descubrir asombrados que muchos de los que ahora luchan en las guerras de religión que asolan Oriente Medio eran sus vecinos, que se habían socializado en nuestro entorno, que habían nacido aquí, que gozaban de un nivel educativo estándar y en algunos casos un nivel de vida medio-alto.
Tras la redada contra una red de captación yihadista en Ceuta un familiar de uno de los detenidos argumentaba en descargo de las acusaciones “¿Qué necesidad tiene de ser yihadista si está cobrando 1.600 euros?”. Hemos interiorizado de tal forma la explicación materialista que hasta los familiares muestran su incredulidad ante estos comportamientos. La radicalización religiosa dentro de nuestras sociedades tiene su explicación principal en el refuerzo identitario y en el rigorismo religioso que pretende una vuelta a las esencias e incluso en una afán aventurero o “romántico” pero no en la exclusión social y económica, aunque este no sea el mejor de los escenarios para frenar su avance. Si preferimos la explicación materialista es porque descarga la responsabilidad de nuestros actos en los otros, en el sistema, como si de un bálsamo social se tratara.