Aquel buen perro caniche no pudo tener un lugar más idóneo para vivir que Ceuta, ciudad en la que resplandece la luz. Hace casi veinte años que nos lo regalaron, en Ronda, y ya traía en su cartilla canina el extraño nombre de “Misuko”, el mismo que tuvo su padre.
Algún tiempo después, supe que una de las secretarias del entonces Ministro de Trabajo, Eduardo Zaplana, se llamaba también Misuko. La curiosidad me llevó a ponerme en contacto con ella para enterarme del origen de esa palabra. Me explicó que su padre había sido Embajador de España en Japón, donde ella nació, y que “Misuko” -o “Mitsouko”- significa en japonés “luminosidad”.
Como antes dije, “Misuko” pasó su vida en Ceuta, donde hay días en los que reina una fulgurante luminosidad. En realidad, quienes aquí vivimos no nos llegamos a percatar de esa bella cualidad, que se une a la singular nitidez de la lejanía Nos parece de lo más natural. Eso no sucedería si nos parásemos a comparar.
Fue en los tiempos en que ostenté el muy honroso título de Diputado por esta ciudad, en torno a los inicios de los años 80 del pasado siglo, en los que mis obligaciones políticas me hacían viajar constantemente a Madrid, cuando tuve la revelación –digámoslo así- de esa cualidad, mientras cierta tarde en la que reinaba un poniente anortado estaba presenciando un partido de fútbol en el estadio “Alfonso Murube”. Entonces advertí la gran diferencia existente entre la brillantez de la luz que iluminaba el paisaje y la que reinaba en la capital de España.
Aquí gozamos muchos días que son una auténtica bendición del Cielo, cuando mirando al norte percibimos con toda claridad y con todo detalle la costa peninsular, la bahía de Algeciras, La Línea, Gibraltar, el caserío de Gaucín, la isla de Las Palomas en Tarifa y el paso de los buques por el Estrecho o, mirando hacia el sur, la costa marroquí, Castillejos y las montañas.
Y qué decir de las propias vistas de Ceuta desde los miradores de San Antonio y de Isabel II, y la del mitológico Atlante yacente (denominación que considero más apropiada que la popular de la Mujer muerta, entre otras cosas porque esa está en tierras segovianas) desde Benzú o desde la subida a García Aldave,
No sabemos bien el tesoro que tenemos aquí. Los pintores que visitan nuestra ciudad destacan siempre su privilegiada luminosidad, al igual que lo hacen personas que han viajado por todo el mundo. Pero nuestro problema en este aspecto –y en otros muchos también- es el dichoso levante. ¿Cómo hacer publicidad de la luz de Ceuta, si cuando salta levante empiezan a aparecer las famosas nubes bajas o las nieblas que nos dejan sin sol? ¿Qué nos dirían entonces los turistas atraídos por tal publicidad?
Disfrutemos, pues, de este don divino cuantos vivimos aquí, y también aquellos qie tengan la suerte de visitarnos en esos días gloriosos en los que Ceuta se convierte en la capital de la luminosidad, o, como diría un japonés, del “misuko”.
Otra razón más para quererla.