Construir un proyecto político es, probablemente, la empresa más complicada que se pueda emprender. Inscribir unas siglas en el registro del Ministerio del Interior está al alcance de cualquier persona.
Pero lograr que una idea concreta alcance el rango de referencia social es una tarea de una enorme complejidad que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, acaba en frustración. Aunque no todo se resume en la simpleza aritmética del recuento de votos. La influencia en el devenir de la sociedad sobre la que se opera es tan importante como la cuota periódica de representatividad (a veces, incluso superior). El reto estriba en conjugar factores muy diversos en la coyuntura apropiada. Sostener la idea correcta (demandada implícitamente por el cuerpo social), encontrar las personas idóneas y acertar en el contexto favorable, es tan extremadamente difícil que, en ocasiones, la política parece más un juego de azar que el fruto del esfuerzo humano. El contexto, entendido en sentido amplio, es el que termina dictando su ley, porque está definido y condicionado por la implacable lucha por el poder, en la que no existe límite a los instintos más primarios. El egoísmo, el rencor, la envidia, la venganza, la codicia, el odio y la maldad; desgraciadamente, son consustanciales a la naturaleza humana, y aunque se disimulen habitualmente, se muestran en toda su crudeza en la lucha política.
Podríamos aportar una serie interminable de ejemplos que refrendan esta opinión. Desde la prematura extinción de la democracia cristiana (en la Transición), al inexplicable papel de Izquierda Unida (todo el mundo se pregunta por qué causa furor lo que dice Podemos, cuando IU lo lleva diciendo años sin incidencia alguna en la opinión pública), o la inexistente representación parlamentaria del ecologismo en nuestro país.
Nos detendremos en nuestra ciudad. Y en concreto, en la idea que en su día se llamó “localismo”. Este movimiento político se fundamentaba en el reconocimiento de una realidad sin parangón, que unía a toda la ciudadanía en la defensa de unas señas de identidad propias que desbordaban el plano estrictamente ideológico, para conducirlas por un escenario político marcado por la incomprensión y la hostilidad (activa y pasiva). Diversos fenómenos, ya suficientemente analizados, suprimieron súbitamente de la vida política un movimiento que llegó a ser mayoritario. A penas quedaron algunos vestigios testimoniales.
El vacío era evidente. Y se comenzó a llenar. El localismo recobraba su razón de ser, aunque readaptado a nuevas coordenadas. Casi treinta años después, la realidad social de Ceuta ha cambiado sustancialmente. Y con ello también las prioridades. O mejor dicho, el orden. La identidad de Ceuta gira en torno a tres claves aún no resueltas: el encaje político en España y en Europa (autonomía), el diseño de un modelo económico posible y sostenible y la interculturalidad como factor de cohesión. Nada de ello está al alcance de los partidos de ámbito nacional. Por diferentes motivos, su acción política es completamente tangencial. Su único objetivo es “mantener la calma” sin más ambición que esperar a que el tiempo vaya tomando las decisiones por su propia inercia. PSOE y PP han elegido la muerte dulce como único destino posible para nuestra Ciudad.
Frente a esta deserción surgió Caballas. La refundación del localismo en versión del siglo veintiuno. En el que, a pesar de la incomodidad que sigue generando en muchas conciencias, es preciso reconocer el papel preponderante que desempeña la interculturalidad. No se puede abandonar la lucha por nuestros derechos políticos sustraídos, es fundamental seguir reclamando las condiciones necesarias para generar empleo y riqueza; pero nada de esto tiene sentido si no somos capaces de dotarnos de una identidad colectiva propia. Y eso pasa, imperiosamente, por la ingente tarea de erradicar el racismo en todas sus modalidades (agresivo, silencioso, compasivo, displicente). Construir un espacio de convivencia fraternal es, hoy, requisito indispensable para afrontar otros retos. La unidad es la prioridad. Ése es el espíritu de Caballas. Cualquier planteamiento alternativo conduce irremisiblemente al descarrilamiento. Es cuestión de tiempo.
Pero es precisa y paradójicamente su obviedad lo que convirtió a Caballas en una aventura incierta y cargada de riesgo. Constantemente fustigada por todos los flancos. Demasiados enemigos. Demasiado beligerantes. La historia (breve) de Caballas es una tensa e incesante lucha por superar ataques y adversidades. No hay un momento para el respiro. Siempre hay alguien dispuesto a hacer daño al proyecto. Convivimos con la decepción y el desencanto. Sufrimos traiciones incomprensibles y zancadillas inopinadas. Y a pesar de todo, Caballas resiste. Caminamos. Caballas es un proyecto político consolidado. Una referencia inexcusable en la Ceuta de este tiempo. La historia sabrá agradecer a Mohamed Alí su impagable contribución a nuestro pueblo. Para otros muchos, el inolvidable acto del pasado viernes, celebrado en un polideportivo en la Almadraba, ya es suficiente recompensa.