Mariano Rajoy usa como nadie la facultad de poner de los nervios a muchísima gente. Políticos, periodistas, tertulianos y ciudadanos de a pie se inquietan sobremanera ante la cachaza del actual presidente del Gobierno. El humorista Peridis lo dibuja con gran frecuencia recostado en un diván y fumándose un puro, dando así la sensación de que Rajoy está dominado por la indolencia.
Una y otra vez nos toca leer o escuchar frases relativas al modo de ser del presidente del Gobierno. Se le acusa repetidamente de demasiado premioso, de lento, de tardo en exceso a la hora de adoptar decisionea. La oposición y los comentaristas políticos comparten esa especie de desesperación ante la actitud flemática que adopta en relación con medidas que quisieran ver tomadas –eso sí, a su gusto– lo más rápidamente posible. El socialista Pedro Sánchez ha aludido recientemente a Rajoy con aquella famosa frase de Sabino Fernández Campo: “ni está ni se le espera”.
No cabe duda de que el presidente es persona reflexiva, que mide los tiempos a su modo, exasperando a los impacientes de cualquier otra ideología, e incluso, con frecuencia, hasta a los de la propia, No hay que olvidar que es gallego, y que ejerce como nadie de tal. Pero no se podrá negar que, en cuanto a la cuestión económica, supo tomar al toro por los cuernos, no dudando en adoptar decisiones impopulares, aun a sabiendas de que los sacrificios exigidos a los ciudadanos tendrían un coste electoral, en la búsqueda de fórmulas para superar la “herencia recibida”, algo que no es un simple tópico o pretexto, sino una evidente realidad. Ha capitaneado con mano firme lo que ya puede denominarse como un positivo cambio de signo respecto de la crisis económica más grave atravesada por la España democrática. Y lo ha hecho respetando los duros condicionamientos que impone la pertenencia a organizaciones supranacionales como son la UE y el Eurogrupo, y poniendo en ello una buena dosis de paciencia, que es en sí una virtud, precisamente la que, para los cristianos, se opone al pecado capital de la ira.
Lo cierto es que hay un grave problema que ya no admite ni esperas ni consensos retardatarios, porque, por desgracia, todo ese esfuerzo, roda una acertada gestión que ha logrado sacar a España del pozo y volver a situarla en el grupo de cabeza de la UE, se está viendo ensombrecida por los casos de corrupción que van surgiendo como setas en el panorama nacional. La gente de a pie no soporta que mientras se le han estado pidiendo sacrificios, demasiados políticos se hayan enriquecido de modo ilegal. Por muy lógicos que sean, ya no valen razonamientos ni sobre la presunción de inocencia, ni sobre que la mayoría de esos casos sucedieron bastante tiempo atrás, ni sobre la realidad de que hay muchísimos más políticos honrados que corruptos. Ya es insuficiente una petición de disculpas.
La situación es tan seria que puede dar al traste con todo lo ganado desde la transición. Se exigen condenas rápidas y medidas drásticas que impidan al máximo posible cualquier posibilidad de corrupción. En el último Consejo de Ministros se ha acordado crear casi trescientas plazas de magistrados y jueces, así como aprobar los estatutos del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno, medidas desrinadas a atajar la corrupción. Algo es, pero eso no llega al gran público. Resulta evidente la necesidad de adoptar decisiones más directas al respecto, porque ni la mejora de la economía conseguida por el Gobierno ni la postura de la oposición parlamentaria tienen la fuerza adecuada para contener la gran marea que se vislumbra en el horizonte. Se impone una reacción que llegue al ánimo de los ciudadanos.
De todos modos, y para aliviar un poco el estado de enojo generalizado, nada mejor que unas gotitas de ironía. Resulta claro que los críticos que se ceban en acusar a Mariano Rajoy de indeciso, lento, parsimonioso, tardío, premioso, pasivo, indolente y hasta de vago –lo conozco y me consta que no lo es– andan bastante faltos de ingenio y carentes de sentido del humor. ¿Cómo es posible que a estas alturas no se le haya ocurrido a ninguno de ellos, políticos, periodistas, tertulianos e incluso humoristas famosos, cambiarle levísimamente el tratamiento que por su cargo le corresponde, sustituyendo el término “Excelentísimo” por “Ese lentísimo”. “Ese lentísimo Sr. D. Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno”. Hasta suena bien. Claro que los populares podrían replicar con otra variante: “Ese listísimo”. “Ese listísimo Sr. D. Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno”. Tampoco suena mal. En todo caso, y como ya sentenció Aristóteles, la virtud está en el punto medio.
Que no me lo saquen de contexto y que me perdone el presidente por el juego de palabras, pero no he podido evitarlo.