Suspendidos en el tiempo. El pánico a un futuro indescifrable nos instala en la nostalgia como un espacio imaginario en el que sentirnos seguros.
Ceuta no sabe lo que quiere ser, y por eso añora lo que fue. Es una forma de eludir responsabilidades. De este modo, nuestra vida pública está plagada de imágenes anacrónicas que despiertan a un sentimiento peculiarmente multiforme, entre la ternura y el escarnio. El empeño en preservar la presencia visible del Ejército como algo más que un servicio público, el afán de enfatizar las connotaciones religiosas en todo cuanto nos rodea, y la permanente tutela del poder sobre la vida privada de los ciudadanos, nos trasporta a la postguerra de la que parece que no queremos salir.
Recientemente hemos tenido la oportunidad de disfrutar de una de esas estampas primorosas que nos hacen sonreír, o sentir vergüenza ajena, según el estado de ánimo del momento. Los máximos responsables políticos de la Ciudad, presidente y delegado del Gobierno, se dieron cita en un establecimiento comercial inaugurado en el recinto portuario. Ellos mismos se encargaron de convertirlo en un acto político en toda regla. Acudieron con sus respectivos séquitos en pleno. Periodistas, escoltas, asesores, conmilitones y aduladores profesionales. Se trata de la implantación de una empresa privada, ubicada en una de las naves del puerto, sin la menor intervención pública que pudiera justificar en modo alguno la presencia de aquellos mandatarios. La única explicación posible para que la simple apertura de un comercio se convierta en un acto político, es que las autoridades implicadas lo consideren como una forma de hacerse propaganda. Y es justamente en este punto, en el que cabe una obligada reflexión sobre la consideración que merecemos los ceutíes a los gobernantes del PP.
Para el PP los ceutíes son una masa amorfa de gente sin criterio, fácilmente manipulable, que se mueve por sentimientos primitivos y consignas muy simples; incapaces de analizar con un mínimo de rigor nada de lo que ocurre en su entorno. Así, les basta la habilidosa utilización de algunos trucos o golpes de efecto para retenerlos domesticados. Este caso es uno de esos trucos para desnortados. Los trileros piensan que fotografiándose junto a una marca de mucho prestigio entre la ciudadanía, ésta quedará convencida de que su llegada a estos lares es el fruto de la gestión del Gobierno que se afana en solucionar los problemas económicos de Ceuta. Otra (sobre) dosis de vergüenza ajena.
La gestión del PP (en su doble dimensión administrativa) en relación con la reactivación del sector comercial se resume en la más absoluta nada. La posible implantación de nuevas superficies comerciales, lideradas por empresas de prestigio internacional (prevista en el Plan Estratégico) se ha evaporado clandestinamente después de más de veinte meses de espera. El Gobierno de Madrid ha rechazado esta opción sin más explicación, y el Gobierno de la Ciudad lo ha asumido desde la más humillante sumisión. La gestión de la frontera es tan aberrante que convierte a los clientes en auténticos héroes. Resulta encomiable el esfuerzo que se despliega desde la Delegación del Gobierno para disuadir a los marroquíes de que vengan a comprar a Ceuta. Lo que sucede en los Polígonos del Tarajal saca los colores a cualquier persona decente. La escena de fornidos agentes del orden estrellando con saña sus recias defensas sobre cuerpos fatigados de mujeres cargadas de bultos, tan habitual en lo que llaman “pulmón de la Ciudad”, es un insulto inaguantable a nuestra conciencia. Aunque todo el mundo lo tolera en culpable silencio.
Y en este penoso contexto, la zona del puerto experimenta un apreciable auge como polo de atracción comercial. No es fruto de una acción política tan necesaria como olvidada, como sería haber rescatado el margen izquierdo de Cañonero Dato para insertarlo plenamente en la trama urbana de la Ciudad. Todo lo contrario, el hecho de que se trate de concesiones administrativas, adjudicadas para atender las necesidades de los barcos (así es legalmente), convierte aquella zona en un emplazamiento muy barato y sin compromiso a largo plazo. De este modo, las empresas multinacionales, con muy poca inversión e instalaciones desmontables, pretenden aprovechar el flujo proveniente de la emergente clase media marroquí, aunque sea en su versión más modesta, casi un sucedáneo. Una especie de cabeza de puente para su salto definitivo a Marruecos. Y de esta operación es de la que quieren presumir nuestras autoridades. Nos tratan como si fuéramos tontos. Lo peor es que, con demasiada frecuencia, les damos la razón.