Tiempos revueltos. Todo lo que parecía sólido, de repente, se licuó en vertiginoso proceso inacabado de evaporación. Los puntos de anclaje de nuestro entramado de confort se han soltado y ahora todo es incertidumbre.
Los sindicatos no son ajenos a este cataclismo. Existe abierto un amplio debate sobre el papel de las centrales sindicales en las actuales coordenadas. Es un debate muy complejo que admite múltiples perspectivas y afecta a diversas dimensiones del problema. Expertos en el movimiento sindical reflexionan sobre la redefinición del sindicalismo de clase en una economía globalizada. Otros analizan como incardinar sus principios esenciales en una nueva realidad laboral marcada por la fragmentación de la clase trabajadora y la transformación de las estructuras productivas impuesta por las nuevas tecnologías. No es menos apasionada la discusión sobre la crisis de los sindicatos de clase en España, afectados también por la corrupción (sería ilusorio pensar que en una orgía de corrupción sin precedentes históricos como la vivida en España, alguna institución saliera indemne), y sus posibilidades de regeneración. Todos estos asuntos son objeto de interesantes, intensos y profundos debates, sobre los que existen innumerable y muy doctos pronunciamientos.
Mi pretensión en este artículo se centra en un análisis menos teórico, más pegado al sentido práctico de la vida. Una modesta reflexión sobre la utilidad del sindicato para el trabajador en su vida cotidiana en estos momentos. Dejaremos al margen el sector público, en el que aún se conserva un (menguante) cierto respeto por las normas y los derechos de los empleados públicos. ¿Qué está sucediendo en el ámbito privado? Este país, a través de los partidos políticos que conforman el llamado “bipartidismo” (PP y PSOE), y con la inconsciente y suicida colaboración de los trabajadores (expresada en su voto), ha impuesto el pensamiento económico neoliberal. Es una receta tan simple como antigua. “Para que una economía sea competitiva, basta con ceder todo el poder al empresario, y precarizar el factor trabajo”. Este es el pensamiento que guía toda la política económica en España desde dos mil diez, que ha impregnado todas las modificaciones legislativas y que se ha instalado en la conciencia colectiva hasta convertirse en “sentido común”. Las consecuencias son las conocidas. La desregulación de las relaciones laborales ha dejado a los trabajadores absolutamente indefensos. Ya no queda ni el menor atisbo de equilibrio. El empresario impone sus decisiones y el trabajador obedece embargado por un miedo que por momentos se vuelve pavor. Una de las dimensiones fundamentales del sindicato (aunque no la única) es servir como herramienta para defender los intereses inmediatos del trabajador en su centro de trabajo. Si el trabajador no quiere ser defendido (superado por el miedo), el sindicato carece de sentido.
No me resisto a ilustrar esta penosa situación con un caso real que se ha producido recientemente en nuestra Ciudad y que la explica con rotunda claridad, sin necesidad de aducir más argumentos.
Un sindicato recibió información de que un trabajador, que viene prestando sus servicios en un restaurante de un establecimiento militar desde el año dos mil nueve, sufrió un accidente de trabajo. Se produjo un corte muy profundo en la mano izquierda por lo que fue llevado en ambulancia desde el centro de trabajo hasta el Hospital Universitario, donde fue intervenido quirúrgicamente y donde ha permanecido hospitalizado durante cuatro días. El citado trabajador no se encuentra dado de alta en la Seguridad Social ni percibe la retribución que establece el convenio colectivo de Hostelería de Ceuta. Actualmente se encuentra incapacitado para el trabajo, aunque al no estar dado de alta no percibe prestaciones ni asistencia sanitaria con cargo al Instituto Nacional de la Seguridad Social o Mutua Patronal.
A la vista de los hechos, y en defensa de los derechos de trabajador, el sindicato presenta la oportuna denuncia en la Inspección de Trabajo para que realice, a la mayor brevedad posible, una actuación inspectora, tendente a levantar las actas de infracción que resulten procedentes y a imponer las sanciones que correspondan.
La comunicación del Servicio de Inspección no tiene desperdicio. Se transcribe literalmente: “Se interroga a tres trabajadores presentes en el centro de trabajo sobre los hechos expuestos en la denuncia sin que ninguno aporte información al respecto. Las entrevistas se hacen a los trabajadores de forma individualizada y sin la presencia del representante de la empresa con el objeto de lograr la máxima espontaneidad y franqueza posible en las declaraciones. Todos ellos coinciden en manifestar que no tienen constancia ni información sobre dichos hechos. Por otra parte, se recibe también escrito en las dependencias de la inspección de Trabajo del trabajador afectado en el que manifiesta textualmente “no haber trabajado nunca para el citad restaurante”. En las condiciones descritas no es posible para el inspector actuante determinar la existencia o no del citado accidente a efectos de poder actuar en consecuencia”.
El caso quedó archivado. Otra victoria del corrupto modelo neoliberal que explota sin piedad a los trabajadores. El sindicato no pudo hacer más. En esta perversa dinámica, el miedo siempre impone su ley. Y pierden los de siempre. ¿Para qué sirve un sindicato?