Finales de los 70, tras una comida con familiares y amigos, la tertulia giraba alrededor de la política. Uno de los comensales, un joven que iba a ejercer su derecho al voto por primera vez, se atrevió a formular la siguiente pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre derecha e izquierda?
La anfitriona, una mujer de talante conservador que superaba la cincuentena y era el claro exponente de la clase propietaria agrícola del sur, se lanzó a la explicación: “Mira niño, la derecha lo que quiere es que todo el mundo tenga para comer y para vivir bien y que la gente esté casada como Dios manda. Y la izquierda lo que quiere es quedarse con lo que no es suyo y andar todos arrejuntados”. Me hubiese gustado verle la cara a esta buena mujer cuando dos años más tarde, un presidente del Gobierno procedente del franquismo y del Movimiento, y además miembro del Opus Dei, aprobaba la ley del divorcio.
Las diferencias entre derecha e izquierda hace tiempo que son algo complejo. En la propaganda gráfica de izquierdas de los años 30 se representaba a la derecha con señores gordos con frac y chistera fumando puros mientras que la izquierda se simbolizaba con obreros fornidos en actitud digna. Ya en aquellos momentos la representación se ajustaba poco a la realidad, imagínense lo que supone en la actualidad mantener el discurso de buenos y malos sobre clichés tan simples. Pues por increíble que parezca, aun hay quien se apoya en esos estereotipos para hacer política. Aquí en nuestra ciudad, sin ir más lejos, un líder de la izquierda radical no solo utiliza el discurso dicotómico entre bondad y maldad si no que califica de idiotas a aquellos que cuestionan a la izquierda, llama señorito a quien se atreve a poner en duda al régimen bolivariano (por cierto no haría mal en leer las opiniones que Marx tenia sobre Bolívar), asegura que el Partido Popular es racista o dice que odia “la puta marca España”.
El fenómeno Podemos se nos ha presentado por parte de algunos medios como la respuesta de una ciudadanía descontenta con la clase política corrupta. Un análisis falaz e interesado. Hace años Pilar del Castillo demostró que en España había poca movilidad electoral, es decir que pocos cambian de partido y cuando lo hacen es dentro del mismo arco ideológico. Resulta improbable que un votante del Partido Popular cambie su voto a Podemos o a una formación nacionalista, pero sí que un votante de Izquierda Unida lo haga a Podemos o un votante del Partido Popular a Vox. Quien en un foro asegura que hasta la fecha votaba al Partido Popular pero ahora lo hace a Podemos probablemente mienta para legitimar a esta opción radical, el silogismo que se intenta presentar es el siguiente: “si hasta la derecha está harta, la opción radical es legítima y la radicalización es culpa de los políticos tradicionales y por lo tanto de un sistema democrático corrompido, por lo que este debe ser superado”.
Podemos ha desmontado el arraigado mito de que los movimientos radicales que ponen en peligro la democracia liberal son cosa de la derecha, por más que en los medios se nos alerte del crecimiento de los partidos de extrema derecha, lo cierto es que estos aun no han obtenido un millón doscientos mil votos.