El pasado jueves 19 tuve la suerte de poder asistir, gracias a los ciudadanos de Ceuta que en las listas del Partido Popular me eligieron como parlamentario, a la proclamación y juramento de nuestro Rey Felipe VI.
De lo que se ha dicho antes, en el histórico día 19-J, y posteriormente, podemos sacar muchas conclusiones y enseñanzas. Paso a comentar algunas de ellas. En primer lugar tenemos que felicitar al pueblo español, que en todo momento ha estado con su Rey, entendiendo –mejor que muchos “expertos en política”– lo que significa este cambio de personas en la Jefatura del Estado. Otra vez felicidades y gracias a todos los españoles.
El relevo por primera vez, y por ello su importancia histórica, dentro de la normalidad constitucional, algo digno de resaltar en un pueblo como el nuestro tan proclive al cainismo político. Es un Rey de la democracia. Las abdicaciones reales que han precedido a las del rey Juan Carlos I, por orden cronológico fueron: las del gran Carlos I de España y V de Alemania, con la doble abdicación de Bruselas que deja la corona española a su hijo Felipe II (1555). Habrá que esperar casi dos siglos (1724) para que Felipe V, el primer Borbón, abdique en su hijo Luis I, y posteriormente tras su prematura muerte, vuelva a retomar el trono. La siguiente fue la vergonzosa abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII (1808), y de éste en José I, hermano de Napoleón, para al perder la guerra, volver la corona de España a Fernando VII. Su hija la reina Isabel II ya en el exilio, tras su derrocamiento (1868), abdica a favor de su hijo Alfonso XII. Amadeo I de Saboya, tras tres años de tumultuoso reinado, en febrero de 1873, en cuanto recibe la noticia de que va a ser destronado se refugia en la embajada italiana en Madrid desde la que ese mismo día remite al Congreso de la nación una carta de abdicación. Similar fue la abdicación de su nieto Alfonso XIII ya destronado,–tras la proclamación de la República– y en el exilio, a favor de su hijo D. Juan, que cede su derecho dinástico en 1977 (no pudo abdicar, pues no llegó a reinar) a su hijo Juan Carlos I.
Es ahora, y siguiendo nuestra Constitución, cuando se ha producido la primera abdicación de un rey constitucional, no de un soberano. La soberanía desde el año 1978 reside en el pueblo español, y ha sido ese pueblo a través del Poder Legislativo, Congreso y Senado formando las Cortes Generales, los únicos y verdaderos representantes del pueblo español, quienes han aceptado la abdicación, han asistido al acto de jura y acatamiento de la Constitución por el rey Felipe VI y su posterior proclamación.
Importancia histórica, por lo ya dicho, hay muchos a los que les pesa y duele, me refiero a los partidos nacionalistas o separatistas (lo vivimos en las votaciones de aceptación de la abdicación con su abstención o en el solemne acto de proclamación en que ejercieron de estatuas), pero también a los demagogos y revanchistas, que siguen instalados en la lucha de las dos Españas de 1930 idealizando una República, que se impuso a la fuerza, y que lo único que trajo fue rencor y muerte entre los españoles, olvidando el gran abrazo de futuro que todos: comunistas, socialistas, demócratas cristianos, liberales, conservadores..., sellaron en la Transición, dotando a España de una Constitución democrática, que nos ha permitido formar parte de todos los organismos internacionales, ser respetados y valorados en todo el mundo. En este momento esta ciudadanía, en democracia y libertad ha recibido al que ahora pasa a ser el primer servidor de la Nación.
Importancia histórica también porque la mayoría de los españoles seguimos creyendo en ese pacto constitucional de 1978, que nos ha traído el periodo más largo de progreso y paz a España. Por eso vuelvo a resaltar el término normalidad de este cambio, donde las instituciones han funcionado perfectamente, pese a aquellas personas que se han quedado anquilosadas y antisistemas, que han querido colar el falso debate monarquía-república, donde solo la segunda encarna los valores democráticos, omitiendo que España, al igual que Inglaterra, Holanda, Bélgica, Noruega... es una monarquía constitucional. (Si quieren ejemplos de repúblicas nada democráticas, pero nada de nada, les doy tres: Corea del Norte, Cuba y Venezuela, pero hay muchas más). Algunos no han podido pasar todavía del preámbulo de la Constitución y no han llegado al artículo I de nuestra Carta Magna que transcribo con deseo, al menos que de su repetición puedan lograr asimilar algo: “1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.3. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”.
Histórico además porque se vivió el cariño hacia toda la familia real: Don Juan Carlos I y Doña Sofía (por la que siento especial devoción y cariño, pues para mí encarna todos los valores no de ya de una reina, sino de una gran persona : su lealtad, abnegación y entrega en todo momento al servicio de nuestra Nación), a los que desde estas líneas, repito la frase tantas veces repetidas en estos días: ¡Gracias, Majestades! También respeto hacia el Rey Felipe VI, de cuya preparación nadie duda para asumir los retos que se le presentan como primer servidor del Estado. Y esperanza en la persona de la princesa Leonor que ha sabido pese a su corta edad ganarse el cariño del pueblo español consciente de lo ardua que a partir de ahora va a ser su formación. Es muy pronto para enjuiciar con la serenidad necesaria este importante acontecimiento, aún nos dominan los sentimientos, pues todos juzgamos si ha sido el momento adecuado, o si debía de haber estado su Majestad D. Juan Carlos en la proclamación de su hijo en el Congreso..., pero de lo que no dudamos, ni podemos dudar, es de que este Rey nos devolvió la libertad a todos los españoles.
Ahora con Felipe VI, en la más alta magistratura del Estado, tenemos todos que hacer frente a los serios problemas, entre ellos, por su inmediatez en el tiempo, al intento de separarse o independizarse Cataluña de España, auspiciada por la egolatría de los Pujol, Mas, Junquera..., y la pasividad, permisibilidad, el mirar para otro lado para no crispar, o como queramos llamarle del resto de los españoles, porque este clima separatista no ha sido mérito de los nacionalistas catalanes o vascos, sino por el demérito del resto de los españoles, que día tras día hemos consentido las deslealtades de los dirigentes de esas dos comunidades con el resto de España.
Aviso a los que se ponen de lado como si con ellos no fuera, me refiero al PSC, y algunos socialistas no catalanes, junto a los sindicatos de clase (menuda clase) UGT y CCOO, que ejercen de marionetas en este chantaje separatista que es el mal llamado (pervirtiendo el lenguaje) el derecho a decidir que no es más que la principal característica del ADN nacionalista: lo mío es sólo para mí, y el resto es de todos y lo repartimos. Si ellos sólo deciden qué será Cataluña o el País Vasco, me están impidiendo (robando) a mí el derecho a decidir sobre un trozo de España.
Terminar estas líneas, señalando que la Corona no caerá en la trampa que algunos le han tendido para que se inmiscuya en los problemas políticos y, seguirá fielmente las competencias y funciones que nuestra Constitución le impone. Tenemos que ser los ciudadanos, a través de los partidos políticos en los que han depositado su confianza, los que juntos, fundamentalmente PP y PSOE, a los que se pueden sumar todos (y eso espero), digamos alto y claro que todos los españoles somos iguales ante la ley en derechos y obligaciones, y dejarnos de estados federales asimétricos y otras sandeces, que no son sino martingalas para dividir a los españoles en ciudadanos de primera y de segunda. V.E.R.D.E.