Recuerdos, escritos, libros y un sinfín de apuntes se nos viene a la memoria, cuando comienzan los primeros martilleos para instalar las casetas de la Feria del Libro de Ceuta, dedicada este año a García Márquez, pero yo me quedo con algo mucho más cercano, con el recuerdo de este gran escritor y dinamizador de la cultural en nuestra ciudad, Juan Díaz Fernández.
Y precisamente, él organizó, a través de la Dirección Provincial de Cultura que dirigía, la primera edición de la Feria allá por el 78. Algún año, la cita de los libreros con sus lectores, debería dedicarse a quien le dio el pistoletazo de salida, que ya cumple casi cuatro décadas.
Antes de recordar sus numerosos libros y escritos, no podemos dejar de mencionar algunos datos biográficos. Nace, accidentalmente, en Tetuán el 16 de septiembre de 1925. Estudia bachillerato en el colegio San Agustín y en el Instituto Hispano-Marroquí. Muy joven se traslada a Granada y posteriormente a Madrid donde terminaría la carrera de Filosofía y Letras, en la especialidad de Geografía e Historia. Contrae matrimonio en 1955 con Carmen Bermejo, de cuya unión nacen tres hijos. Toda su vida se dedica a la docencia, Arcila es su primer destino en el Protectorado Español de Marruecos, tras su independencia regresa a Ceuta desarrollando su actividad en la antigua Escuela Normal de Magisterio, y en 1990 le llegó su merecida jubilación. Compartió su profesión como docente, con la creación literaria, fueron cientos los artículos en la prensa nacional y local. Obtuvo un buen número de premios literarios, destacan, Huchas de Plata los años 1974 y 1976, premio nacional Día del Mar, premios Ceuta de Periodismo y Literatura, entre otros muchos.
Pero para conocer su faceta como escritor, que mejor que releer su primer contacto con los libros, su magistral reflexión la dejó plasmada en el libro “Torre del Faro”, publicado en 1992: “La primera vez que entré en la Librería Cortés era yo casi un niño y fui con mi padre a comprar allí los textos del primer curso de Bachillerato. Mi padre compró también para él unas novelas de la colección Molino, a 0'95 pts., y para mí además unos libros de cuentos. Pocos días después, mi padre se marchaba a la guerra (era por el año 37) y me hizo prometer que le escribiría contándole aquellos cuentos. Hoy pienso que esa tarea, que yo fui cumpliendo fielmente cada domingo, debió de ser el inicio de mi adiestramiento en lo poco que he llegado a saber hacer en esto de escribir. Más adelante, ya en la postguerra, algo más crecido yo y con un atisbo de bozo bajo mi nariz, seguí entrando en la Librería Cortés a por más textos de Bachillerato y también a por novelas de Julio Verne, de Zane Grey, de Emilio Salgari y de James Oliver Curwood, que por entonces me apasionaban. Luego, ya con mis primeras gafas y mi primer enamoramiento, continué frecuentando aquella librería buscando títulos de Bécquer, Galdós, Chesterton, Stevenson, Dostoievsky, Pirandello, Tagore y un largo etcétera en el que cabía todo lo legible que se podía adquirir en una librería de la España de entonces, excluidos por supuesto Lorca, Valle Inclán, Unamuno, Ortega y demás proscritos de la época.
En este escrito también nos traslada a esa Ceuta donde tan solo existían dos librerías: “… la de Cortés y la de Menacho, las dos con su solera, su ambiente, su polvo y su olor característico. La primera en el mismo sitio donde ha estado siempre; la segunda en la parte más angosta de la calle, justo enfrente de lo que actualmente es el edificio donde se ubica el Banco Español de Crédito. La librería Menacho desapareció hace muchos años. Hoy he sabido que también la Librería Cortés va a desaparecer dentro de pocos días, dos o tres semanas a lo sumo…". Y termina su magnífico relato con el recordatorio a quien le mostró sus primeros consejos literarios: “… Sin embargo, las veces que yo me llegaba por allí, aunque sólo fuese por echar una ojeada a los libros expuestos, él me retenía un rato y charlaba conmigo, sobre libros naturalmente, e incluso me hacía pasar a la trastienda a husmear entre los muchísimos que en ella se guardaban y donde en muchas ocasiones encontré el libro raro, el abaratado por ser de una edición obsoleta... o simplemente el que no solía poner a la vista por no ser de fácil reclamo para todos los públicos. ¡Más de una lectura interesante le debo yo a las recomendaciones que me hizo D. José Cortés!
Fundador del Instituto de Estudios Ceutíes
Fue uno de los fundadores del IEC, junto a otros 27 pioneros que lucharon porque en Ceuta, al igual que en otras muchas ciudades de la geografía española, se crease una institución que agrupara a todos aquellos que hasta entonces investigaban, estudiaban o creaban por su cuenta, es decir, aquellos que batallaron porque se constituyese un centro de estudios locales. Consiguieron rápidamente que formara parte del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el organismo de mayor calado en este campo. Juan Díaz Fernández, fue el primer Delegado Provincial del Ministerio de Cultura en Ceuta, desempeñando el cargo entre 1978 a 1981. El Ayuntamiento le concedió el Escudo de Oro de la Ciudad. Fue miembro de distintas asociaciones culturales, entre las cuales destaca la de Amigos de la Música. Pronunció numerosas conferencias, charlas divulgativas y pregones, destacando los realizados en la Feria de Ceuta en 1979 y 1983. Falleció en Málaga, donde se encontraba de vacaciones, el día 21 de octubre de 1996. Otro aspecto importante fue su actividad en el mundo deportivo, fue el primer presidente de la federación ceutí de piragüismo, bajo su mandato el ceutí Díaz-Flor fue medallista olímpico. Y, en el año 2003, el pleno de la Asamblea acordó por unanimidad poner su nombre a una calle de la ciudad.
Organizó la 1ª Feria del Libro
Juan Díaz Fernández, como escritor nos dejó numerosos libros, pero también habría que destacar su labor como dinamizador de la cultura en Ceuta, en unos momentos difíciles. La democracia estaba dando sus primeros pasos, se abrían nuevos caminos, se toman una serie de importantes iniciativas: se decreta una amnistía para los presos políticos y se facilita el retorno de los exiliados; se legalizan los partidos políticos. Se celebra el 15 de junio de 1977, las primeras elecciones democráticas a las Cortes, desde febrero de 1936. A los pocos meses fue nombrado Delegado del Ministerio de Cultura en la Ciudad, sus proyectos y objetivos son numerosos para revitalizar y cambiar la forma de hacer cultura en una Ceuta demasiada encorsetada, que salía muy poco a poco de la dictadura.
Uno de sus primeros proyectos fue la puesta en marcha de la Feria del Libro, lo que logró junto a un buen equipo de colaboradores. Y así fue como el 27 de mayo de 1978, a las siete de la tarde, empezó a caminar en el salón de actos de lo que se llamaba Casa Sindical, donde se celebró el acto oficial con un pregón a cargo del cronista oficial de Algeciras Cristóbal Delgado. La presentación del evento estuvo a cargo de Juan Díaz Fernández, quien desglosó su faceta como historiador, pero sobretodo destacando la puesta en marcha de este encuentro con los libros en la calle y apostando por que sean muchos años, los que esta cita perdure en el tiempo. A continuación actuó la masa Coral dirigida por Andrés del Rio. En el rostro de Juan Díaz, seguro que en esa tarde, esbozó una amplia sonrisa al ver que algo estaba cambiando en el particular mundo de la cultura en la ciudad y él lo había propiciado.
Fueron numerosos los actos en esta primera Feria, destacando el acercamiento de la lectura a los más jóvenes, en diferentes colegios, a cargo de los maestros Rodríguez Ferrón, Jiménez Aranda, Josefa Pérez y Fernández Ragel, y una exposición (165 cuadros) en el salón del trono del Ayuntamiento. Concluyendo la Feria con un festival de teatro infantil, y un concierto al aire libre a cargo de la banda de música de la Legión.
En el recuerdo
La evocación de sus libros y escritos, quedó en las numerosas referencias aparecidas en la prensa sobre su obra literaria, destacando la del escritor Jorge López que decía… “Cuando yo acudí por primera vez a visitar a un escritor ni siquiera había terminado la EGB. Aquel hombre me abrió la puerta y desde su altura, a través de sus gafas que recuerdo sin montura, no sé si estoy en lo cierto, me miró detenidamente pensando que me había equivocado de puerta. Un perro de pelo marrón, rizado, enorme a mis ojos, salió a mi encuentro ladrando ferozmente, acentuando mis nervios. Nunca simpatizamos este perro y yo. Juan Díaz Fernández no daba crédito a mis aspiraciones pero aún así me condujo a través de un largo pasillo al sancta sanctorum donde tecleaba, por aquel entonces en una máquina de escribir, sus historias. Seguido por el perrazo me vi rodeado de lo que sin duda era el ambiente de un escritor. Librerías acariciando el techo, rebosantes de libros. De entre todos ellos escogió uno. Me lo prestó. A cambio se quedó con mi carpeta de vanos relatos y me emplazó cuando acabara de leer aquel libro”.
También lo escrito por Alberto Núñez García… “Te imagino allá entre nubes, con tu estilográfica (seguramente una Parker-51) en la diestra y tu eterno pitillo entre los dedos de la otra, hilando sabiamente tu prosa antigua y clásica... ¡Ah!, y mirando al mar, ese compañero que se traspira en tus artículos, en todos. Aunque en algunos no lo cites, el mediterráneo está siempre presente con su olor a salitre y a brisa entre pinos… Regresar a la ciudad natal después de tantos años de ausencia, leyendo tus artículos tumbado en una mecedora de la cubierta del ferry (¡La Paloma! ¿Recuerdas?), y viendo amanecer el Hacho por el horizonte azul, fue para mí una experiencia inolvidable… Guárdame un buen sitio ahí, en esa Biblioteca Celestial que diriges. Búscame un buen sillón junto a un gran ventanal. Los próximos diez mil años espero pasarlos leyendo. El pequeño resto de Eternidad que me quede lo quiero dedicar a escribir”.
Su compañero y amigo de los años de universidad, el profesor y Doctor en Historia Manuel Capel evoca al Juan Díaz de principios de los 50 en su libro "Los Desubicados: “su madurez intelectual y humana, y por su sensibilidad para la poesía y la música. ¡Todavía repito, de memoria, algunos de sus versos y me parece oír el canto de su armónica! También debo a él mi afición al teatro -iniciada con las entradas a “la clac” en el Español o en el Mª Guerrero, en el Infanta Isabel o en el teatro de la Comedia-, amén de la asistencia a los conciertos de la Sinfónica -en el cine Monumental, como aquellos que dirigía Pierino Gamba- y los de la orquesta nacional, bajo la batuta de Ataúlfo Argenta. Luego que el fatumo el destino puso muchos kilómetros de separación entre ambos, pudimos, a la vuelta de muchos años, reanudar nuestros encuentros o hacerlos más frecuentes, pero sabía yo que él prefería no alterar la estampa aquélla de nuestra juventud...”