Estos días toca debate sobre el estado de la ciudad. Será el último de esta legislatura porque el año que viene al ser electoral y no suele haber debate. ¿Habrá novedades en el discurso del alcalde? Mucho lo dudo.
En estos tiempos procede más un debate sobre el estado de la ciudadanía que sobre el estado de la ciudad. Que pregunte el gobierno a los ciudadanos y ciudadanas qué tal les ha ido este último año. Qué cambios han visto en la ciudad que les hayan afectado a mejor. Qué ha empeorado. Que pregunten cómo se las apañan para llegar a fin de mes las miles de familias que viven en pobreza. Pregúnteles cuantos de sus miembros han encontrado trabajo este último año y finalmente, pregúntese qué ha hecho usted, señor alcalde y su grupito por ellos. Ya. Ya sé cómo califican mi opinión. La llaman demagogia. Supongo que es mejor, más placentero y beneficioso para el que tenga conciencia antes que dar la razón a los hechos que hablan por sí solos. Cuando llevas siete años escuchando en persona sus discursos es fácil concluir que tiene tres modelos que saca a pasear según el momento y que partiendo de los mismos ejes, engalana y adorna para hacer sus exposiciones.
Discurso número 1: El del vendedor experto. El del capacitado para mostrar las bondades y las maravillas que ha hecho con su gestión. El de las calles limpias y las flores esplendorosas. El de la inversión social (aunque seamos la ciudad con más pobreza de toda España y el dinero de prestaciones como el ingreso mínimo de inserción fuera utilizado en su día para contratar a algunas allegadas al Partido Popular). La inversión en barriadas (pese a que haya calles en esta pequeña ciudad que no han conocido de inversiones públicas). El de la buena gestión (basada en el endeudamiento y la refinanciación constante de las deudas con los bancos) El de lo bien que nos atienden en Madrid cuando vamos a pedir. Es el discurso del maquillador profesional de las cifras. El que utiliza en los tiempos de las vacas gordas. Del pan y el circo. Del derroche y del despilfarro que acabaron y ya no ppermiten seguir practicando ese deporte que tanto gusta en el PP: el clientelismo que, posiblemente, es lo que le ha mantenido en el poder hasta ahora.
Discurso número 2: Este es el de la aparente aceptación de la situación. El que se utiliza cuando pasados unos años no se puede seguir sosteniendo el discurso anterior. El que viene como consecuencia de no poder mentir y engañar a todos todo el tiempo. El de son tiempos difíciles pero lo intentamos ( Di que sí campeón). El de aunque todo va mal yo lo estoy haciendo bien, todo lo bien que puedo pero las circunstancias y el equipo no me acompañan. El de los malos tiempos para la lírica….
Y así llegamos al discurso número 3: Es una cuestión cíclica, de tiempos. Cuando los dos anteriores están obsoletos y no se pueden seguir manteniendo antes de volver a empezar el círculo vicioso. Es el discurso del “asumo mi responsabilidad (que buena gente que soy)”, pero, pero, pero… no pongo soluciones. Es verdad que las cosas no van bien y no se puede hacer más, pero que sepáis que lo he intentado.
Y vuelta a empezar.
Es lo que hay en un gobierno de personas incapaces de pronunciar un discurso que demuestre que se asume la responsabilidad al permitir que el paro cabalgue por nuestra ciudad sin medidas que le pongan freno, arrasando allá por donde pasa, de asumir que es incapaz de dar solución a los problemas de quienes quieren trabajar y no encuentran en qué, como los miles y miles de personas jóvenes que no han tenido más remedio que irse de su ciudad porque aquí no encuentran salidas profesionales.
Incapaces de asumir que no se destina dinero suficiente a luchar contra la pobreza y que existe, al igual que existen miles de familias que necesitan ayuda para subsistir, aunque el gobierno del PP prefiera seguir fijándose en el dedo mientras se señala a la luna y excusándose en que existe mucha picaresca. Ni de asumir que hay familias que viven hacinadas porque durante años su política de vivienda ha sido pésima, al igual que sus prioridades.
El gobierno tiene que asumir que hay quienes viven en barriadas sin asfaltar, sin una red de saneamiento adecuada, sin iluminación, que se ríen por no llorar cuando les escuchan hablar de planes de dotación en barriadas. Asumir que año tras año, se permite que nuestros niños y niñas encabecen las tasas de fracaso escolar a nivel nacional y a nivel europeo y que eso nos pasará factura (ya nos la está pasando de hecho)
Como tiene que asumir las críticas del Tribunal de Cuentas que debería hacer que se avergonzaran de lo mal que han venido gestionando los recursos de nuestra ciudad, a los que todos contribuimos, sobrepasando cualquier límite de endeudamiento permitido.
Asumir no es sólo decir.
No es sólo reconocer.
Asumir tiene que traducirse en hacer.
Y este Gobierno dice mucho, pero hace poco.