La magnitud de la tragedia acaecida en la frontera del Tarajal, el pasado día 6 de febrero explica que aún siga siendo una referencia informativa de primer orden.
El interés se ha desplazado ahora al ámbito de la investigación, tanto la judicial como la de organismos independientes. Habrá que esperar los resultados. No obstante, los ecos del debate estrictamente político todavía no se han apagado. El último episodio ha sido la manifestación convocada por el PP en nuestra ciudad. Supuestamente, para expresar su apoyo a la Guardia Civil. En realidad, para expresar su apoyo a sí mismos, como definió con pulcra exactitud la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC).
Sería conveniente empezar por acotar correctamente el espacio de discrepancia. Tras un mes y medio de intenso debate, pródigo en pronunciamientos de toda índole, se puede hacer un amplio inventario de coincidencias unánimes. La protección de las fronteras es necesaria. La utilización de material antidisturbios, de manera reglamentaria y proporcionada, es legítima. Se requieren más y mejores medios para cumplir esta función eficazmente. La Unión Europea debe asumir un mayor grado de implicación. Es preciso definir y aplicar una política de inmigración común en toda la Unión Europea. La Guardia Civil es un cuerpo de trayectoria muy meritoria, y que goza de una merecida reputación entre toda la ciudadanía. Como es fácil deducir, el agrio disenso se reduce a un ámbito muy limitado, aunque no por ello baladí: ¿Puede un cuerpo de seguridad de un país democrático disparar bolas de goma sobre un grupo de seres humanos desvalidos que se debaten agotados en el mar intentando salvar la vida? Esta, y sólo esta, es la controversia. Unos pensamos que no. Los derechos humanos son inviolables, y no puede haber circunstancia alguna que justifique su vulneración. Otros, por el contrario, consideran que sí existen situaciones o argumentos que pueden exceptuar los principios contemplados en la Carta Universal de los Derechos Humanos. Estos son los que se manifestaron la semana pasada, arropando al Gobierno del PP, que es el único responsable de haber impartido esas repugnantes órdenes (aunque ahora se avergüence de ello y rehúse reconocerlo públicamente). De las mentiras impunes hablaremos otro día.
El PP de la localidad, habitualmente henchido de prepotencia, decidió dar un golpe de autoridad definitivo que cerrará el debate para siempre. Después de haber dudado de las intenciones de los que se manifestaron para que “No hubiera más muertes en la frontera”, y de los que marcharon pacíficamente hasta la playa para homenajear a los fallecidos; y tras las previsibles manifestaciones de descrédito hacia sus organizadores y participantes; llegaba la hora de demostrar quién manda en la Ciudad. También en la calle. No sólo había que escenificar la hegemonía del pensamiento reaccionario, también podría servir, en clave interna, para cohesionar un partido deshilachado. Toda la derecha unida, apoyada masivamente por el pueblo, en torno a dos líderes perfectamente compenetrados. Plan perfecto. Y se volcaron. No había pelota en Ceuta que no se entregara con denuedo a convocar manifestantes. Las páginas de los periódicos se llenaban de enfervorecidos animadores llamando a la causa. Comunidades religiosas, federaciones deportivas, asociaciones vecinales… todas las fuerzas vivas (financiadas por Vivas) se implicaban en la convocatoria. Era tanto el esfuerzo, y tantos los medios, que auguraban un éxito inapelable: la plaza a reventar. Hasta el PSOE anunció su presencia. Las trescientas personas que pidieron públicamente que se respetaran los “derechos humanos siempre” quedarían aislados y condenados al ostracismo sempiterno como seres extravagantes en una comunidad con las ideas muy claras sobre sus sentimientos y sus convicciones.
De repente, inopinada e inesperadamente, todo el tinglado se desmoronó. Es justo rendir un homenaje de admiración a la AUGC. Una asociación independiente y valiente, que ha sabido siempre conducirse desde el rigor en la defensa de los derechos de su colectivo, y en el marco de los principios democráticos. Su comunicado denunciando la manipulación del PP, en el que expresaban que la Guardia Civil no se sentían atacada porque hicieron lo que han hecho siempre (cumplir órdenes), fue antológico. Quedará para siempre en la memoria de los demócratas. La reacción de los soberbios líderes del PP fue descalificar con desprecio a los que decían que querían defender, ratificando con esta palmaria contradicción las tesis expuestas por el sindicato mayoritario de la Guardia Civil (aglutina al noventa por ciento del colectivo).
Y llegó el día fijado para la apoteosis de la derecha. Pero resultó ser el día de la amargura. Fiasco monumental. Lo que debía ser una multitud avasalladora, se quedó en medio millar de sujetos anacrónicos vomitando el odio que la nostalgia de la dictadura genera en sus empequeñecidos corazones. Fue una exaltación de la decrepitud. Decrepitud moral. Decrepitud intelectual. Decrepitud emocional. Cargos públicos, estómagos agradecidos, pelotas de toda condición y pelaje procurando hacer méritos, y el menguante ejército de la “plaza de soberanía”. Nadie más. Ese es el PP de Vivas. La ausencia de colectivos y segmentos de población de insoslayable significado fue tan clamorosamente evidente, que incitan a una seria reflexión. Algo se mueve. Quizá las cosas hayan empezado a cambiar en Ceuta.