No acierto a entender como la progresía pierde tanto el tiempo en cosas inexistentes. El manido discurso dicotómico de “petróleo por sangre”, la conspiración capitalista contra la humanidad, la persecución de fantasmas y la ambición de un sistema mesiánico, son incongruencias frecuentes de quienes abanderan el laicismo.
Una de las muchas incongruencias de esta progresía laicista, es dedicar gran parte de su tiempo a perseguir a la Iglesia Católica. Esta incoherencia radica en que supuestamente la progresía, cuando abandona los salones de palacio y las mariscadas a costa del erario público, acude a las “manifas” con sus foulard de seda a defender a los más desvalidos; sin embargo, hace 2000 años que se pronunció el sermón de las bienaventuranzas y la Iglesia ha demostrado que es la heredera y custodia del mismo.
Para estos progres, que actúan como talibanes del laicismo, cualquier excusa es buena para atacar a la Iglesia o a cualquiera de sus miembros, eso sí, siempre aplicando un doble rasero. Los execrables crímenes de pederastia condenados por una ONU que no se ha mirado al ombligo, las denuncias de homosexualidad por colectivos afines, o la opacidad de las cuentas por confederaciones de la banca, son algunas de las generalizaciones que los nuevos inquisidores imponen sobre miles de millones de personas que constituyen la Iglesia.
Esta nueva ola a la que se ha sumado Susana Díaz, la impuesta presidenta de la Junta de Andalucía, otrora catequista de la Parroquia de la O de la Sevilla más señorita que no señorial y ante cuyo altar contrajo matrimonio, pretende distraer la atención del pueblo más castigado de España, Andalucía, con el inicio de la expropiación de la Mezquita de Córdoba.
Ahora resulta que el problema de Andalucía no es el paro, ni el fracaso escolar, ni la pobreza ni la desigualdad, ni tener la sanidad más privatizada y recortada de toda España. Para la Junta de Andalucía, el principal problema es expropiar la Mezquita de Córdoba a la Iglesia Católica. Quizá para que, como ya preconizaba el defensor del pueblo andaluz, a la sazón sacerdote, casado con una alta funcionaria de la Junta de Andalucía, que ocupaba un puesto de confianza con Chaves y Griñán, y galardonado por la misma Junta; más partidario de Elipando de Toledo que de Beato de Liébana, acabase proponiendo que la catedral de Córdoba se destinase a un uso de rezo conjunto con musulmanes en un clima de intercambio. Se le olvidó indicar de intercambio de qué.
Por supuesto, ni una sola palabra del paro que azota a Andalucía, la corrupción, las mafias, el hambre o los índices de delincuencia. Menos mal que no han llegado al grado de ocurrencia de expropiar la Alhambra de Granada para el mismo fin, o el Alcázar de Sevilla, o el tambor de Calatañazor, pero en cuanto llegue a oídos de Caballas, seguro que lo reivindican en una “manifa” de las suyas.
Al tiempo.