Uno a veces siente envidia sana de algunos políticos europeos por su forma positiva y sensata de hacer política. Y es que, en todas las democracias existen los políticos que gobiernan por haber ganado unas elecciones, y otros que por haberlas perdido pasan a la oposición. A los primeros les corresponde resolver los problemas que tiene la nación, y a los segundos controlar que aquéllos cumplan lo prometido, no cometan abusos de poder y su forma de gobernar se sujete a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico en bien de los intereses generales del país. Y, dentro del papel que corresponde a gobierno y oposición, ambos dialogan, deliberan, a veces llegan a acuerdos y las más de las veces a desacuerdos, como producto que el consenso y el disenso son del humano entendimiento.
Pero, como “España es diferente”, muchos de sus políticos también lo son. Y suelen comportarse de forma distinta a como lo hacen sus homólogos europeos. Y es que estos últimos acostumbran a hacer una oposición más reflexiva, seria, responsable, leal y constructiva, sobre todo, cuando se trata de asuntos de Estado o ante cualquier difícil situación por la que atraviese su país, para lo que se unen como una piña, hacen causa común y defienden a su nación con uñas y dientes. Por el contrario, a los políticos españoles – salvo honrosas excepciones - en lugar de poner toda su fuerza e ímpetu a resolver los problemas y en volcar todo su apoyo al Estado en momentos extraordinariamente difíciles, pues consumen el tiempo inútilmente insultándose en el Parlamento o en los demás foros políticos, descalificándose, torpedeándose o poniéndose la zancadillas unos a otros con tal de derribar al contrario, aunque luego en cualquier celebración oficial no tengan el menor escrúpulo en irse a comer todos juntos a costa del Estado o en subirse el sueldo y otorgarse prerrogativas y privilegios por unanimidad, porque en eso todos están de acuerdo. Y cuando llegan al poder, en lugar de cooperar en lo posible por el bien de la nación, actúan más bien movidos por el espíritu de revancha, de forma que, como ahora sucede, unos y otros procuran borrar y quitarse del medio las leyes aprobadas por los anteriores, sin reparar en las consecuencias y perjuicios que de ello puedan derivarse. Tanto a unos como a otros les basta con amenazar con que las leyes aprobadas que no son de su agrado durarán el tiempo que dure en el poder el que las apruebe, porque en lugar de tener altitud de miras y sentido de Estado, cada uno va por libre y a lo suyo, con la única preocupación de desbancar al contrario para así acceder al poder a costa de lo que haga falta.
A mi modo de ver, eso sucede porque España se formó a base de sucesivas oleadas de etnias y culturas que más bien vinieron a saquear la Península Ibérica, tanto desde el Mediterráneo como del Norte de Europa, y esa confluencia de gentes tan diversas dio lugar a que se formara un arquetipo del español muy heterogéneo, con exiguo espíritu patrio y poco celoso de lo nuestro. Eso hace que los españoles no necesitamos tener enemigos que nos vengan de fuera, porque ese papel ya nos encargamos nosotros mismos de representarlo desde dentro mejor que nadie; mientras los de fuera se parten de risa y se frotan las manos a sabiendas de que, mientras nosotros nos despedazamos entre sí, ellos se aprovechan de nuestra debilidad. Y no cabe duda de que esa conciencia nacional tan débil y dispar fue formando con el tiempo un sentimiento patrio muy individualista y poco beligerante desde el punto de vista de defensa de la nación. Así, los españoles somos capaces de las mayores proezas y de las más grandes hazañas, pero eso lo hacemos en un momento aislado de derroche de coraje y valor. Luego, nuestro patriotismo pronto se evapora y apenas si tiene continuidad. Por ejemplo, cualquier mayoría relativa nacida de unas elecciones que ante una situación de emergencia nacional necesitara de la mayoría absoluta para poder gobernar, aquí sería impensable que se pudiera formar en coalición con la oposición, pues apenas pasaran unos días el acuerdo ya habría saltado por los aires, porque seguirían acusándose unos a otros exactamente de lo mismo que los otros y los unos todos los días se acusan, con el consabido “…y tú más” (léase corrupción u otras muchas barbaridades que desde la política se cometen). Creo que es el mal nuestro llamado de “las dos Españas”: la del “aquí nace media España, murió de la otra media”, que dijera Larra; o las de la Generación del 98: “entre una España que muere y la otra que bosteza”; o las de Antonio Machado: “españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Y no digamos ya de esas otras Españas soberanistas, que a toda costa quieren dejar de ser España, menos para cobrar, de las que Ortega y Gasset tanto se quejaba diciendo: “Me opongo a una división de las dos España…”, que la misma frase ya indicaba división.
Si bien, conozco una excepción. La de las dos Españas de 1978, aparentemente irreconciliables, porque ambas cometieron el gravísimo error de luchar los mismos compatriotas entre sí con las armas en la mano, poniéndose frente a frente en las trincheras para matarse entre sí padres, hijos, hermanos, con una imposible convivencia que no estuviera basada en el odio mutuo y en la eliminación de unos a otros. Nadie podía imaginar entonces que hubiera ni el más mínimo atisbo ni la más remota posibilidad de reconciliación de aquellas dos Españas. Pero un día se les ocurrió ponerse a pensar juntos, aparcaron sus viejas rencillas, sus resentimientos y su acérrima animadversión, y sorprendieron a España y al mundo poniéndose de acuerdo en la transición para darse un marco constitucional de convivencia que ya nos ha dado 35 años de paz; con sus ventajas e inconvenientes, pero ahí está, haciendo todavía posible que los españoles podamos vivir en libertad. Al final, aquellos españoles fueron capaces de dialogar, de sacrificarse cediendo en sus propias convicciones, dejando a un lado los intereses ideológicos y partidistas para ponerse a trabajar juntos de forma que pudieran convivir alternándose en el poder nacido de las urnas. Algunos países hasta nos copiaron aquella modélica transición. Sin embargo, ahora, otra vez parece como si sus hijos y nietos no tuviéramos “memoria histórica”, quizá porque hace unos años nos aprobaron una ley con nombre parecido para así recordarnos que las dos Españas debíamos seguir divididas; de forma que, todo lo conseguido durante esas tres largas décadas, parece como si de la noche a la mañana quisiéramos echarlo a perder. Y es que aquí Gobierno y oposición necesitan estar “dándose caña”, en permanente confrontación, volver a liquidarse unos a otros con querellas internas, pataleos parlamentarios y viejos resentimientos que parecen resurgir. Y todo eso lo hacen algunos de nuestros políticos pese a tener ante sí a todo un pueblo maduro, que ha dado sobradas muestras de saber soportar con paciencia y resignación la serie de desatinos, despilfarros y desafueros de todas clases cometidos contra el pueblo que les dio su voto; y que nada ni nadie les hace enmendarse, hasta que un día sea el mismo pueblo el que, ya harto, termine por poner a unos y otros en su sitio.
Todos sabemos la gran crisis que padecemos, en buena parte propiciada por la pésima actuación de algunos políticos.
Y en lugar de ponerse a colaborar, de aunar esfuerzos y voluntades para intentar resolver los problemas en vez de agravarlos o crear otros nuevos, y tratar de sacar a España del pozo en que los políticos tanto la han metido, pues resulta que es cuando algunos más se ponen a pelearse como si de gallitos de corral se tratara. Y, luego están esas “ínsulas” inventadas que, ahora que el país ha estado y sigue estando tan seriamente amenazado en lo económico, pues en lugar de arrimar el hombro y de ponerse a trabajar juntos, resulta que, como son soberanistas, pues viendo débil y en apuros a España, ahora es cuando encuentran el mejor momento para asestarle el golpe de traición de querer independizarse a toda costa, “sí o sí”, porque unos cuantos iluminados e ignorantes de la historia y de los propios precedentes así lo han soñado, sin reparar en las gravísimas consecuencias que de ello pudieran derivarse para todos. Y, además, tienen la osadía de atacar al mismo Estado al que pertenecen, pero, eso sí, a costa del dinero público del propio Estado. Su tesis es: “Para que España me dé todo el dinero que le pido, primero la amenazo con que me separo, luego me invento que España me roba y me oprime, después que: ´España contra Cataluña´; le exijo todavía más para que sea la propia España la que me pague la separación, para yo seguir sembrando el odio de Cataluña contra España y el resto de los españoles no soberanistas. Y con ese dinero hago lo que me dé la real gana: despilfarros ilícitos, embajadas y organismos que la ley me prohíbe, me paso la Constitución, leyes y sentencias por donde me plazca y cada día reto al Estado para meterle más miedo”. Y eso ocurre ante la mirada pasiva y tolerante del Estado que, cuanto más lo intimidan los separatistas, más sigue bajando la cabeza y pagando con el dinero de todos los españoles. Nada más que por eso, los que pagamos nos tenemos ya más que ganado el “derecho a decidir” si tenemos que seguir aguantando tanto.
Pues, por toda esa serie de irresponsabilidades, incongruencias y barbaridades de algunos políticos españoles, es por lo que decía al principio la envidia sana que da ver a algunos políticos foráneos. Ahí está, si no, el pacto de legislatura que se ha alcanzado en Alemania entre el partido de Ángela Merkel, y la oposición de Sigmar Gabriel. Es la “gran coalición” entre partidos oponentes, que por primera vez impulsó Konrad Adenauer en 1949 para conseguir el “milagro económico alemán”; o aquella otra “gran coalición” propiciada por Kurt Kiesinger en 1966, o con Helmut Schmidt en 1974, o con Gerhard Schoröder en 1998. Es lo que podíamos llamar la “desideologización” patriótica de los partidos alemanes a la hora de ponerse a trabajar juntos, siempre anteponiendo el bienestar general de su país. Aquí, una coalición “patriótica” así, en bien de España, sería inviable, ya fuera para sacar al país de la crisis o para evitar que la Nación se rompa?. Se acaba de decir por uno de los grupos políticos que tendrían que formarla. Creo que los alemanes, como siempre, nos vuelven a dar a los españoles y al mundo una nueva lección y el mejor ejemplo de responsabilidad, de patriotismo y altitud de miras, al colocar el interés general de su nación muy por encima de las ambiciones de los partidos.