El día 8 de diciembre del año 1854, el Papa Pío IX, en la encíclica “Inefábilis Deus”, definía solemnemente “La Santísima Virgen María, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente y en atención a los méritos de Jesucristo, fue preservada inmune de toda instante mismo de su concepción”. Para conocer el auténtico significado de esta definición como tal es necesario dejar bien asentadas dos premisas: primero, que toda elaboración dogmática es consecuencia de verdades anteriores ya probadas, y no al revés.
Es decir, que no porque se defina un dogma queda fijada una verdad, sin más, sino que ésta queda definida y es consecuencia de unos hechos que han sido probados a lo largo de la historia. Segundo, que María fue, desde su concepción, inmune de todo pecado incluido el original. Y no como a veces se ha interpretado, viniendo a afirmar que María, desde el principio de su existencia, fue inmune a todo tipo de pecado, incluido el original.
Así pues, existe antes de la proclamación del dogma todo un “parque de tradición” que se divide en cuatro etapas:
La etapa de fe implícita que comienza en la época apostólica y dura hasta el Concilio de Éfeso, en el año 431.
La etapa de fe explícita, que va desde el siglo V hasta el siglo XI.
La etapa de las controversias medievales, que abarca los siglos XII, XIII y XIV y por último, el triunfo de la fe manifiesta, desde el siglo XV hasta el año 1854, en el que queda definido el dogma como tal.
Fundamentación Bíblica
La fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción hunde sus raíces en la Sagrada Escritura y, muy concretamente, en las lecturas que se hacen en ese preciso día, cada 8 de diciembre, que son:
Primera lectura. Gn, 9-15.20. En este capítulo tercero del libro del Génesis se relata las cuentas que Dios pide a Adán por su pecado y anuncia el castigo a la serpiente. Es lo que se ha dado en llamar “Proevangelio”, por ser ese “Castigo”, en realidad, el primer anuncio de la futura Rendeción Mesiánica.
Segunda lectura. Lc1.26-38. En el capítulo primero del Evangelio de San Lucas se nos describe cómo María es colaboradora en el Plan Salvífico de Dios; en la Anunciación no se dice que María vaya a obedecer ciegamente todo cuanto Dios quiera, sino que el verbo con el que responde María “fiat” (hágase), es como decir que deja hacer a Dios; o sea, rechaza abiertamente un protagonismo personal para incluirse en un plan en el que ni siquiera ella sabe, a ciencia cierta, cuál será su papel determinante.
La Inmaculada, Patrona de España
Al definir las palabras Patrona y España, la primera nos la aclaran las equivalencias: Defensa, Protectora, Amparo, Auxilio… Roca de Salvación. Para la segunda, Menéndez Pelayo lo entiende como “una unidad nacional donde lo católico es lo más consustancioso con su ser”.
En nuestro país, ya en el siglo VIII, San Idelfonso, Arzobispo de Toledo, estableció allí esta festividad y cuatro siglos después, los votos de “creer, honrar y defender la Inmaculada Concepción de la Virgen”, dados por Villalpando y las doce villas de su jurisdicción (Zamora) en el año 1466, considerado el primer “voto de villa” de todo el mundo. Vinieron después, el de las Cortes de Castilla en 1621, y por fin, el 16 de enero de 1761, el Decreto Ley de Carlos III, proclamando a la Inmaculada Concepción, Patrona de todos los reinos de España de Indias.
El Papa Clemente XIII confirmó este Decreto el 8 de noviembre de 1761, en la Bula “Quantum Ornamenti”; y, desde entonces, es proclamada como Patrona de España.
Patrona del Arma de Infantería
El hecho de ser considerada como Patrona del Arma de Infantería es más antiguo que el de ser Patrona de España. Hemos de remontarnos al año 1585. El motivo fue el siguiente:
Según el relato del Padre Estrada, capellán y cronista de los Tercios de Flandes, después de la toma de Amberes, en noviembre del año 1585, Holac el almirante holandés, mandó destruir los diques del río Mosa, inundándose los terrenos y quedando 3.000 soldados españoles atrapados en la isla de Bommel o Blumen, la cual debían además, defender de los 93 navíos de quilla baja que los acosaban, deciden, por tanto, realizar aceleradas obras de fortificación.
Un soldado llamado Álvaro de Mejía, al cavar trincheras, rasga algo descubriendo, entre la tierra y con sus propias manos, la tabla de un cuadro de la Inmaculada. Era el día 7 de diciembre.
Esa noche heló, las naves se quedaron inmovilizadas en el hielo y los sitiadores se convirtieron en sitiados.
El Maestro Bobadilla ordenó a sus soldados que salieran de sus trincheras, pues la Virgen Inmaculada les había facilitado la rendición de las tripulaciones que apenas pudieron reaccionar. El día 8, un viento templado funde el hielo y los infantes españoles vuelven en las naves a Balduc, ciudad en la que estaba el campamento de invierno de Alejandro Farnesio.
Desde aquel suceso la Inmaculada siempre fue considerada Patrona del Arma de Infantería, aunque su reconocimiento oficial no se produjo hasta el día 12 de noviembre de 1892, cuando la Reina regente María Cristina, en nombre de su hijo Alfonso XIII y a propuesta del Provicario General Castrense, promulgó una Real Orden por la que se ratificaba como Patrona del Arma de Infantería a Nuestra Señora, la Purísima e Inmaculada Concepción de la Virgen María.