No es necesario insistir mucho en ello porque se vive, de una u otra forma y con mayor o menor intensidad, el desorden en el mundo. Ayer aumentó mi caudal de conocimiento de ese estado de vida – igual que lo pudo estar el suyo– cuando leí una información que hablaba de disturbios en el centro de África. Yo no leía buscando ese tipo de informaciones sino algo agradable para esas horas de la noche en las que uno se prepara para irse a la cama y, desgraciadamente fue todo lo contrario. ¿Es que necesariamente hemos de andar a golpes, como consecuencia de falsos entendimientos y, a veces, a caprichos de algunas personas dadas a pensar en grandezas personales aunque sea a costa de la muerte y de la miseria en pueblos que lo que desean es vivir en paz y con las mayores comodidades posibles?
Puede ser que uno piense que esa zona de África está muy lejos y que no se nos ha perdido nada allí y que siempre ha habido en el mundo, en una u otra de sus partes, guerras de distintos tipos. Es verdad pero eso es precisamente lo que confirma que el ser humano se inclina hacia la hostilidad en la vida en lugar de mantener paz en su alma. Paz esa que hay que conseguir por medio de sacrificios continuos, por la renuncia de dominios quiméricos y por la dedicación plena al bien de los demás. Esta misma mañana se me acercó una Hermanita de los Pobres, a la que conozco desde hace tiempo, para desearme paz y felicidad. Después del enfado de la noche anterior, esas palabras de la monjita y su presencia, junto a otra Hermana mayor que ella y que tiene una deformación de columna, me han hecho ver la Verdad de la Vida.
¿Dónde está la generosidad de nuestra propia vida, de nuestra actuación sin limite ni descanso y cualquiera que sea nuestro medio de vida? No hay límite para nadie y nadie puede decir que tiene otras cosas en las que pensar y trabajar y que a ellas se dedica con interés para hacerlas bien y sacar a su familia adelante, quedándose satisfecho con ello. Eso es totalmente necesario pero hay que llevar la atención a esas otras cuestiones que afectan a los demás, a que puedan comer y tener una vivienda modesta para su familia y para él, que tiene la responsabilidad de atenderlos y lo hace como puede si es que verdaderamente puede. El desorden armado en muchas partes del mundo, con su lista diaria de muertos y heridos, se une, de alguna forma, a este desorden de otro cariz. pero tan doloroso como todos.
La vida no la debemos ver desde un balcón, nos ha dicho el Papa Francisco hace unos pocos días; hay que bajar hasta la calle y vivirla en constante lucha contra la injusticia y la falta de sentido de mucha gente que sigue en el balcón pero sin mirar siquiera a la calle, sin importarle en absoluto lo que es la verdad de la vida que están obligados a vivir quienes, por unas u otras razones, no pueden hacer algo más y mejor de lo que hacen. Hay desorden en todas partes, al pie de tu balcón también, cualquiera que sea el lugar del mundo en que habites y todos tenemos responsabilidad - la que sea y como sea -en ello. ¿Que es imposible que la cosa mejore? Es cierto que la Historia nos presenta un panorama aterrador , pero lo seguirá siendo mientras el ser humano continúe viviendo en el balcón.
Baja de ese balcón –tal vez imaginario– y vive con ilusión y amor a la gente la lucha contra lo absurdo de la sinrazón. Es tu labor personal, la de las cosas bien hechas por amor, una a una y con esa especial elegancia del que da lo que tiene sin esperar reconocimiento alguno. No es trabajo para recompensas terrenas sino para satisfacer esa espera constante que tiene nuestra alma de entregarse por amor a los demás.