Ciertos acontecimientos recientes han hecho revivir en mi memoria una grata visita que recibimos en casa allá por el mes de mayo de 1989. Se trataba de Maribel Franco, prima de mi mujer, y de su marido, coronel de Intendencia, recién ascendido a dicho grado. A los pocos minutos de estar reunidos, ya fue como si nos conociésemos de toda la vida. Él era un hombre afable, interesado por todo y feliz con su nuevo destino en Madrid, en la Dirección General de Transportes del Mando Superior Logístico del Ejército de Tierra. Aquella noche, en unión de una familia con la que nos unían lazos comunes de amistad, la del comandante de Artillería José Torrens, cenamos en la por aquel entonces aún existente caseta de playa de dicho Cuerpo. Recuerdo cómo el coronel, al conocer que yo era diputado por Ceuta cuando se produjo el golpe de Tejero, me hizo relatar con pelos y señales todas mis vivencias e impresiones acerca de aquella singular experiencia, anécdotas incluidas, que las hubo, y bien curiosas.
Maribel y su marido salieron al día siguiente para Madrid, donde él iba a incorporarse a su nuevo destino. No podíamos sospechar que jamás volveríamos a verlo. Porque el día 19 de julio de aquel mismo año, apenas un par de meses después, una llamada telefónica de José Torrens nos dejó helados. Aquel hombre lleno de vida, fuerte, sano y en plena madurez, que se llamaba José María Martín-Posadillo Muñíz (en la foto) acababa de ser asesinado por dos secuaces de ETA, quienes dispararon reiteradamente contra el vehículo oficial en el que iba junto con el comandante Ignacio Barangua, también muerto a consecuencia del atentado, y con el soldado conductor Fernando Vilches, gravemente herido, al cual le quedaron serias secuelas. Los mataron simplemente porque llevaban puesto el siempre honroso uniforme de mandos del Ejército español. Algún tiempo después, fueron detenidos los autores del crimen; en España nada menos que el tristemente famoso Henri Parot y en Francia el otro, también francés, llamado Jacques Esnal. La Audiencia Nacional condenó a Parot por este execrable hecho a dos penas de 28 años por ambos asesinatos y otra de 19 años por asesinato frustrado. Ahora, derogada la llamada doctrina Parot, este individuo, sobre el que pesan penas que suman 4.800 años, dada su larga y dolorosa trayectoria terrorista, prepara la maleta para salir más pronto que tarde a la calle, mientras que su compañero Esnal, juzgado y sentenciado por un tribunal francés, seguirá en la cárcel, cumpliendo una pena de cadena perpetua.
Paradojas de la vida. Porque España, tan cuidadosa con los derechos de los delincuentes, de forma que su Constitución vigente fija los 30 años como duración máxima de la estancia en prisión, acaba de ser condenada por el Tribunal de Estrasburgo nada menos que por haber violado los derechos humanos con su doctrina Parot –utilizada para alargar el tiempo de permanencia en prisión de los multidelincuentes, aunque siempre con aquel límite– mientras que Francia, cuya Asamblea revolucionaria aprobó en 1789 la primera Declaración de tales derechos, mantiene en su ordenamiento jurídico la pena de cadena perpetua sin que pase nada, ni tenga por qué pasar.
Con experiencias como la narrada –y he tenido más de una– se comprende mejor la protesta de las víctimas del terrorismo frente a la situación creada a consecuencia de la sentencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos. El coronel Martín-Posadillo que dejó a su muerte tres hijos en el entorno de los veinte años, recibió sepultura en Zaragoza, tras el solemne funeral de corpore insepulto celebrado en el Cuartel General del Ejército de Madrid, a cuyo final fue precisamente su buen amigo el comandante Torrens –fallecido años después– el encargado de hacer entrega a Maribel, la viuda, de la bandera que cubrió el féretro y de la alta condecoración que sobre él le fue impuesta.
Seremos multitud los ceutíes que todavía recordamos la familiar silueta del buque Martín Posadillo (así nombrado como homenaje a aquel coronel de Intendencia que perdió su vida por España) pues durante muchos años tuvo su base en este puerto, como transporte militar a cargo de la hoy denominada Ulog-23, y más concretamente, según creo, al de la histórica Compañía de Mar de Ceuta.