Imborrable estampa para el recuerdo. La ultraderecha más cavernícola cogidita de la mano de los farsantes progresistas rodeaban una céntrica plaza de nuestra ciudad, escenificando una infame alianza fraguada en la satisfacción de intereses mutuos tan espurios que provocan arcadas. El tercer socio del vomitivo amasijo, paradigma de la más canallesca corrupción de valores éticos disfrazada de medio de comunicación, estaba vicariamente representado por su excedente director.
Duele profundamente la excusa elegida. Durante mucho tiempo, y en solitario, la izquierda ha luchado por la erradicación del machismo, cuya manifestación más cruel es la violencia de género. Y lo hemos hecho venciendo la resistencia de la derecha, en cuyos genes figura con letras de molde la discriminación de la mujer como eje vertebrador de su manera de concebir la sociedad. Su reconversión reciente, impostada, no es más que una pose interesada porque son conscientes de que sus postulados (los que de verdad sienten) son incompatibles con una sociedad democrática del siglo veintiuno. Pero basta con observar la conducta de la derecha para comprobar que bajo su hipócrita discurso subsiste un machismo recalcitrante en el que gozan.
No es menos repulsiva la actitud del PSOE. Tras un histórico vaciado ideológico, que ha convertido esta organización en un mal sucedáneo de la derecha, se agarran a algunas causas de la izquierda, que no exigen compromisos inmediatos, para que el electorado lo siga identificando como un partido progresista. Técnica simple de camuflaje. Tan es así, que esta formación, que pretende erigirse en adalid de la lucha contra la violencia de género e impartir doctrina, tiene como secretario de Organización (tercero en el escalafón) a un personaje que visitó recientemente Ceuta, y cuyo merito más relevante es haber pactado con un concejal condenado por acoso sexual para ganar una moción de censura. Y es que, ya se sabe, donde está el poder, la gloria y el dinero, se desvanecen los principios. Esta es la irrenunciable máxima que rige y dirige el partido que ha mancillado el ideario socialista.
Los actos simbólicos, cuando se desconectan de su significado, se devalúan por sí mismos, degenerando hacia el ridículo o el esperpento. El abuso inopinado de esta fórmula de expresión social es muy contraproducente, ya que contribuye a frivolizar o banalizar la causa a la que se dice servir. El PSOE no convoca actos para concienciar a la sociedad sobre la lucha contra la violencia de género (esto se hace de otro modo más comprometido e inteligente), sino para hacer creer a la sociedad que son ellos los que protagonizan esta lucha. Son actos de propaganda partidista. Por este motivo se sumó inmediatamente el delegado del Gobierno y su séquito. En justa correspondencia. El PSOE colabora activamente en su cruzada racista, iniciada para pugnar por el liderazgo interno en las filas de la derecha, y él reconoce públicamente la categoría política del partido de la alternancia, procurando solvencia donde sólo hay inanición. Ambos comparten portada y elogios del pestilente panfleto. Círculo completado.
Hace mucho tiempo, acaso demasiado, que este pueblo opto por la extravagancia en el ámbito de lo público. Por eso, nada sorprende. Pero sí hay algo muy penoso. En la militancia del PSOE, y sobre todo entre sus simpatizantes, sigue habiendo muchas personas de buen corazón, verdaderamente convencidos de los ideales de la izquierda. Se les debe partir el alma viendo a sus líderes bailando públicamente el corro de la patata con los más genuinos representantes de la derecha de peor calaña, y sirviendo de instrumento al servicio de los más sucios negocios.