Entre las excusas argumentadas por los mandatarios españoles para reforzar los controles en la frontera de Gibraltar aparece el contrabando de tabaco. Nos cuenta el flamante ministro del Interior desde su retiro vacacional en Fitero (Navarra) que al Gobierno le preocupa muchísimo el incremento de ese tráfico, lo que ha venido a sustentar el refuerzo de los controles. Claro, leyendo este tipo de declaraciones a una le entra complejo de tonta al no entender cómo al señor ministro le inquieta tanto el contrabando que se hace en la frontera del Peñón, mientras que el que se hace aquí, a este ladito del charco, ni se le presta atención.
La salida de grandes cantidades de tabaco a la península ha terminado por constituir todo un mercado organizado en el que se entremezcla el delito de quienes lo cometen con el fraude y la competencia desleal. En sesiones judiciales se han ofrecido declaraciones de personas que han reconocido dedicarse al contrabando de tabaco, hacerlo de manera organizada, detallando incluso los beneficios económicos logrados, sin que hasta la fecha nos hayamos desayunado con una investigación como Dios manda de lo que está pasando en nuestra propia ciudad.
Al ministro le inquieta otro tipo de contrabando, el que pretende elevar a cuestión de Estado para motivar una política que huele mucho a perejilada. Las inquietudes por la ilegalidad creciente en torno al tabaco no motivan el que, en Ceuta, se ponga punto y final a un negocio paralelo explotado hasta por funcionarios con sueldo oficial y bien remunerado que no dudan en pagarse el billete del barco a costa de pasar cartones para seguir gozando en la península de un turno americano que, encima, les sale rentable económicamente.
Casualidades o no de la vida, estos asuntos no interesan... hasta que sean políticamente cuestionables por razón de Estado.