La búsqueda de la verdad, las ganas de resolver los conflictos deberían primar sobre cualquier otro interés. No es así. La clase política es la primera interesada en que el sistema no funcione. Lo vemos a diario. Las intromisiones sobre el poder judicial y policial convierten en una odisea la independencia de ambos sectores, cuando no interesa que la verdad salga a la luz se echa mano de los recursos necesarios para adaptar la realidad al poder. El mundo gira sobre estas premisas, dando forma a combinaciones explosivas.
El ciudadano se ve ahogado en un mundo en el que no sabe ni por dónde le vienen las cornadas. Un abogado al que aprecio mucho me preguntaba ayer a qué toros temía más, a los de Pamplona o a otros. Imaginen mi respuesta. Seguro que es la misma que la suya: a los que no vemos venir y te empitonan. Y esos no corren precisamente por la Estafeta ni se le canta el A San Fermín pedimos...
Vivimos en un mundo de supervivientes, en el que el poder, enviciado, ayuda a sus mercados interesados, salva a los bancos o grandes empresas en quiebra según afinidades y hunde a los que, con mayor dignidad, intentan sacar a flote sin éxito sus empresas. Las mezclas son explosivas en ese odioso entrelazado de connivencias, de oscurantismos, de luchas internas que ni llegan al ciudadano, de confrontaciones interesadas, de tantos y tantos errores provocados por unos pocos pero sufridos por el resto.
La sociedad intenta levantar cabeza a sabiendas de que sólo unos pocos pueden hacerlo con la protección debida y la seguridad de sentirse respetados. La servidumbre impuesta por un poder que ha destrozado lo que teníamos nos convierte en callados sometidos, esperanzados en salir adelante, en encontrar lo arrebatado y en pensar que todavía nos queda algo puro.