La recuperación de Emilio Carreira para relevar a Martínez en sus cargos ha puesto de relieve la situación actual de la clase política. Vivas no ha encontrado a nadie más en su equipo para sustituir a quien ha elegido de forma cuidadosa sus excusas para marcharse. Finalmente ha tenido que echar mano de quien en su día fue apartado del PP de aquella manera, después de mirar, desconsolado, lo que le quedaba por explotar en la famosa ‘lista del biberón’ que él solito eligió.
Ahora nos enteramos que existía un plan B por si Carreira decía que naranjas de la China. Y resulta que era una salida más desastrosa que la elección de directores generales que ha terminado por tumbar los tribunales, después de que UGT optara por plantar cara a la decisión institucional.
Cada gobernante puede aplicar su forma de gestión a su manera, siempre podrá echar mano de la mayoría conseguida para defender que su apuesta política es la mejor. Pero en la reflexión en soledad que debe hacer quien tiene mando en plaza, quedará cierta desazón por comprobar que sobre la mesa solo tiene un reducido juego del sota, caballo y rey. Por activa y por pasiva, los políticos orientan sus mensajes a la defensa a ultranza de su papel. Es tanta la degradación sufrida, que no queda otra que centrar buena parte del discurso en intentar salvar la dignidad de los gestores ante tanta noticia negativa y tanto escándalo que estamos conociendo.
En la toma de posesión de Carreira, a Vivas no le quedó más que defender la labor del político y arropar al recuperado para que una de las áreas más complejas del Gobierno no se vea salpicada por nuevos vaivenes . Son mensajes políticamente correctos, encorsetados en mensajes prefabricados en los que la sinceridad y el necesario ejercicio de reflexión no encuentran hueco.
Si así hubiera sido, el mandamás de Ceuta hubiera avanzado ya una amplia reestructuración del castillo que él solito levantó con los mimbres elegidos, entre los que tuvo que incluir, incluso, a los chantajistas que si no iban en la lista amenazaban con tirar de la manta y ahora ni siquiera sabe qué hacer con ellos, salvo darles un sueldo a final de mes para que, de ciento a viento, ocupen algún protagonismo en una foto de prensa. De esas que, por cierto, tanto gustan.
Don Juan se enfrenta a un sota, caballo y rey, sin más peones de los que echar mano si le viene otro contratiempo.