La historia, que es la imagen del tiempo, se despereza en la mente de los principiantes. Aquella razón, por la que el hombre descubre su legado y firma su destino, aparece ahora como bálsamo de curación capaz de propiciar un cambio necesario. En realidad hablo de una de las prioridades más acuciantes a la que se enfrenta la sociedad en la actualidad, ahora venida a sociedad de la información. A saber: que los jóvenes tengan un discurso básico sobre humanidades y geopolítica; o más allá, que tengan la capacidad de argumentar una idea o interpretar una noticia. Se trataría de que tuvieran las herramientas para discernir entre información veraz e información basura, fundamental a la hora de desenvolverse entre tanto impacto audiovisual. Instantáneamente, la salud del sistema democrático se vería beneficiada al hacerse el individuo inmune a la demagogia, la más prescindible de las verdades.
En cuanto a la polvareda que está ocurriendo con el nuevo modelo de educación, quizá nos estamos olvidando de la premisa mayor: despertar el amor a la sabiduría, la lectura, y el gusto por el buen habla. De tal manera, que siento la cercanía del dolor al comprobar el registro, o lenguaje, que utilizan nuestros jóvenes.
Lejos de la planificación, o discusión sobre los planes de estudio, de lo que se trata es que el joven llegue a casa y cumpla en primer lugar con sus obligaciones. Ante esto, el mensaje que se está trasmitiendo, a través de los medios de comunicación, es el pelotazo, el empujón, el enriquecimiento rápido, el envilecimiento frente a la dignidad.
La cultura se ha convertido en un parque temático para friquis, y la imagen de aquel que se va al parque a disfrutar de una buena lectura sobre el césped pronto será una reliquia del pasado. La brevedad del lenguaje en las redes sociales no ayuda al entendimiento global.
Pero no quisiera despedirme sin hacer de pepito grillo de una de las causas más olvidadas. Entre tanto debate “religión sí, religión no”, nadie ha reparado en darle la importancia que se merece a la clase de gimnasia. El insuficiente valor que se otorga a esta disciplina me produce tristeza e incontinencia gestual. No obstante, guardo la severa convicción de que la forma física de los ciudadanos es anterior al estado de bienestar. Nadie puede obligar a nadie a hacer ejercicio, pero el Gobierno debe multiplicar los recursos para que aquél que quiera formarse en el deporte pueda hacerlo.