Esta insigne e histórica barriada lleva el nombre de los que, bajo los principios de lealtad, patriotismo y fidelidad a una bandera, lucharon derramando su sangre, entregando sus vidas (tanto física como metafóricamente) e invirtiendo toda su juventud y parte de su madurez en la causa de España. Los distinguidos y honorables “soldados musulmanes de Regulares” rahimahum Alah (que Alah los tenga en su misericordia). Algunos pensarán que estaban en el bando contrario, otros pensarán que lucharon y entregaron sus vidas equivocadamente, miles de especulaciones se podrían barajar mediante teorías y afirmaciones, pero replantear y hacer hipótesis de la historia olvidando su realidad es un trabajo tan estéril como vacío. La única realidad existente es que fueron y son los grandes olvidados. Olvidados por todos los estamentos, tanto el militar como el civil. Mientras ellos eran la vanguardia, las medallas se las llevaron otros que permanecieron escondidos agazapados. Mientras ellos eran los más decididos y seguros, los honores se los llevaron aquellos que temblaban en despachos inundados por sus miedos. Mientras ellos olían a valentía y a lealtad, las pensiones, las jubilaciones felices y el descanso placentero se los quedaron los que olían a traición, a silencio y a conciencia anestesiada.
Acompañando fiel e indivisiblemente a cada uno de estos soldados, se encontraban sus esposas. Estas mujeres, han sido y son las grandes luchadoras de las que jamás se ha hablado, a las cuales la historia no las nombró jamás. Son las viudas de los grandes regulares, nuestras madres, nuestras abuelas, que hoy al igual que sus fallecidos esposos permanecen en el olvido. Con la vivencia compilada en letras de tan sólo una de ellas, sería argumento suficiente para desbancar al best-seller de todos los tiempos. Ellas no han sido objeto de reconocimientos, de premios en sus condiciones de mujeres luchadoras. Cuando la conciliación de la vida familiar y laboral vivía en la cuna de los conceptos, estas mujeres se levantaban a las 4 de la mañana para hacer las tareas del hogar, tenerlo todo preparado y encaminarse a desempeñar su actividad laboral en las fábricas existentes en nuestra ciudad.
Aguantaron la soledad y la ausencia de sus esposos criando y luchando por su familia, guiadas por el instinto materno como timón para ejercer de modélicas pastoras de su rebaño. De sus esposos no heredaron pensiones de viudedad, fortunas o derechos sociales como todas las viudas de soldados que sirvieron a España. De sus esposos heredaron la valentía, la lucha, el coraje y la fidelidad a su familia. De las instituciones, las administraciones y los estamentos heredaron lo mismo que recibieron sus esposos, el olvido. Las arrugas en sus manos, el surco del tiempo en sus caras reflejan la sabiduría y sufrimiento, esa sabiduría que se adquiere empíricamente lejos de las aulas e igualmente reflejan ese sufrimiento curtido mediante la lucha. Algunas de estas mujeres (pocas quedan, tristemente) malviven con una mísera pensión no contributiva en el mejor de los casos y en condiciones lamentablemente muy precarias. Lejos de conceptos como Euribor, recesión, reactivación, burbuja financiera... estas mujeres han vivido eternamente en una crisis económica, si entendemos como economía el concepto original griego “administración de una casa o familia”. Han ejercido de verdaderas Ministras de Economía particulares cuando el único reparto era un trozo de pan de ayer. Si hubiera que premiar con una pensión justa a estas grandes mujeres, creo que ni todo el presupuesto con el que cuenta nuestra ciudad sería suficiente para recompensarlas, ni a ellas ni a sus esposos. Son una estirpe que difícilmente volverá a darse en la historia, la estirpe de la fidelidad, la lealtad, la lucha y los verdaderos valores intrínsecos en las personas de bien, sumándole a todo ello la confianza en Alah.
La historia se repite, cíclica e inevitablemente, el olvido a los soldados fue heredado por sus esposas y éstas, a través de las administraciones, han transmitido el legado a sus hijos, nietos y descendientes. La barriada permanece en el olvido, ante la indiferencia de todas las administraciones que han pasado por el sillón del mirador. Mirador es como denomino a todo aquel que ostenta las funciones ejecutivas de un gobierno y se dedica, desde una posición elevada, sólo a mirar lo que pasa en una barriada sin hacer absolutamente nada. Una barriada que no cuenta con una infraestructura básica en toda asociación o grupo de personas asociadas, como es un local social, el cual sirva de lugar común y de encuentro para organizar, planificar y desarrollar diferentes actividades y acciones para fomentar la vida diaria de una barriada. ¿ Se imaginan un partido político sin un local social o una sede? Impensable, ¿verdad? A ellos sí les hace falta para su organización diaria. Según sus intenciones, a nosotros, no. Esta barriada permanece en el olvido desde el momento en que la inseguridad se apodera de sus calles y nadie con las competencias atribuidas hace nada. Esta barriada permanece en el olvido cuando el desempleo, el fracaso escolar y las nulas expectativas juegan al ajedrez en cada una de sus calles y las administraciones no activan un plan integral específico para hacerles frente, ya sea con iniciativas a través de trabajadores del Plan de Empleo, a través de la multitud de profesionales en nómina que tiene la ciudad, a través de los recursos sociales de la ciudad o cualesquiera otras acciones encaminadas a actuar en una barriada que permanece ahogada con la soga del olvido. La barriada permanece agraviada si la analizamos con cualquier otra barriada del centro y alrededores.
Del mismo modo que el voto de una persona que vive en el centro y aledaños es igual a la de cualquier otro vecino de Poblado Regulares, la misma analogía se tendría que utilizar a la hora de repartir, organizar y destinar recursos. Cuando en una barriada se produce una quema de coches y la ciudad se vuelca en visitas y preocupación destinando una inversión en su rehabilitación, solicitamos el mismo trato. Una barriada que jamás ha perdido las formas, que siempre ha sido ejemplo de educación, paciencia y diálogo. Una madre y un padre deben querer y cuidar a sus hijos de la misma manera, intentar proveerles en igualdad de condiciones, tratarlos y educarlos de la misma forma, darles la misma calidad de vida y repartir los recursos equitativamente entre ellos. Desde el momento en que cuidan a unos hijos más que a otros, se preocupan más por unos que por otros, miman más a unos que a otros, desde ese momento existen preferidos y existen olvidados... Y esta es la barriada de Poblado Regulares, la barriada de los olvidados. De nuestros padres/madres y abuelos/as, a los cuales llevamos en el alma y en el corazón y son nuestros verdaderos ejemplos, heredamos valores y enseñanzas impagables, pero sobre todo el aprendizaje de una maravillosa aleya del Corán que acuñaban siempre que se les recordaba que habían sido olvidados: Y quien confía en Alah, es suficiente para él (Corán , 65:3).