El título se inspira en aquel To be or not to be, that is the question (“Ser o no ser, ésa es la cuestión”), frase que ha devenido inmortal desde que William Shakespeare la puso en boca de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, para expresar con ella las dudas existenciales que acosaban al personaje. Wert es el actual ministro de Educación, sobre el cual ha recaído la grave responsabilidad de presentar el Proyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE).
Apellido de origen germánico, Wert se pronuncia Vert. Su significado, en alemán, equivale a “valor”, y realmente hay que tener mucho “wert” para enfrentarse a una oposición tan dura como la que se ha montado contra la aún nonata LOMCE. Si uno atiende a los medios informativos, deducirá que todo el pueblo se ha levantado poco menos que en armas contra una futura norma que pretende algo tan intrínsecamente perverso como conseguir mejorar la calidad de una educación cuyos resultados, dadas las sucesivas leyes progresistas, son lamentables, y para comprobarlo basta ver las pruebas comparativas con los demás países, en las cuales queda demostrada la absoluta imperfección del vigente sistema educativo español.
Si nos quedamos en las informaciones publicadas sobre el supuesto éxito de las protestas y manifestaciones en contra de la LOMCE, así como en las palabras de sus organizadores, todos los docentes, todos los padres y madres de alumnos, todos los sindicatos, todos los partidos de izquierdas o nacionalistas y todos los estudiantes se han alzado de modo unánime frente a un proyecto de Ley al que se califica como contrario a la igualdad, enemigo de la enseñanza pública, retrógrado, inspirado por la Iglesia Católica y, para colmo, dispuesto a algo tan inadmisible, para algunos, como que se pueda enseñar en español en toda España. Un disparate, vamos. Ateniéndonos a nuestra ciudad, esta pasada semana ha tenido lugar la consabida manifestación anti-LOMCE, a la cual, según los medios informativos, acudieron más de seiscientas personas, lo que se ha pretendido presentar como todo un éxito.
Calculando que en Ceuta habrá unos 1.600 docentes y más de 25.000 padres y madres de alumnos, así como en torno a 15.000 alumnos, y si a ello unimos la presencia –se supone que masiva– de sindicalistas y de militantes de IU, del PSOE y de Caballas, el número real de manifestantes no revela precisamente un apoyo multitudinario, sino más bien lo contrario. Lo mismo sucede, mutatis mutandi, en el resto de España. Nuestro alto índice de fracaso escolar tiene raíces comunes al sistema educativo general, pero también posee algunas muy peculiares y atribuibles a un sector de los padres, que ya señalé en otra colaboración.
Resulta cuando menos curioso el hecho de que quienes no han parado de clamar contra un presunto incumplimiento por el PP de su programa electoral, griten ahora de modo desaforado porque el hoy partido del Gobierno haya puesto manos a la obra para sacar adelante partes de dicho programa, como este proyecto de Ley, el próximo sobre restricción de las posibilidades de aborto legal o el de Emprendedores. ¿En qué quedamos? Porque si no cumple, se le critica acerbamente, pero si cumple, pues peor todavía. Paradojas de la vida.
En España, la educación está más que necesitada de un revulsivo, de algo que despierte el espíritu de emulación entre los alumnos, de un control real sobre conocimientos adquiridos, de un mayor respeto en las aulas, de un impulso positivo que nos haga salir de los vergonzosos últimos puestos que ocupamos en la clasificación internacional. Y esto nada tiene que ver con el carácter publico o privado.
Por otro lado, la enseñanza de la religión –asignatura optativa, algo que se olvida a la hora de protestar– no alude sólo al catolicismo, aunque ésta sea la fe mayoritaria de los españoles, que se confiesan como católicos en más de un setenta por ciento, sino que afecta también a otras confesiones. Sin ir más lejos, en Ceuta existen profesores de islamismo, que imparten sus clases en colegios públicos, lo que en algún momento provocó ciertas quejas de los padres, que no compartían las enseñanzas impartidas por algunos de ellos. ¿Por qué ese empeño en ver solamente a la Iglesia Católica detrás de todo? Si es porque presienten que será la más solicitada, ello vendrá a demostrar que eso es lo que desea la mayor parte de los padres, lo que ridiculizará a quienes se oponen. En ninguna parte del proyecto de Ley se habla expresamente de una asignatura de Catolicismo, sino de Religión. Detrás encontraremos siempre esa deliberada confusión entre la aconfesionalidad constitucional y el laicismo radical que quisieran implantar.
En definitiva, y tal como están las cosas, todo puede reducirse a un “wert o no wert, ésa es la cuestión”. Que saque adelante su proyecto sin demasiadas concesiones y, si es posible, que no se lo deroguen antes de que pueda demostrar su eficacia.