Existe en nuestro país un amplio consenso en proclamar las excelencias de la democracia como el mejor, acaso el único, sistema político capaz de garantizar la libertad plena y sus consecuencia asociadas. Esta defensa acérrima de la democracia se inscribe perfectamente en la lógica de un pueblo que aún sufre las profundas secuelas que produjo el horror de una despiadada dictadura militar. Pero, lamentablemente, el modelo que aplicamos en España se limita a practicar torpemente los aspectos meramente formales de la democracia.
En treinta años no hemos logrado que la ciudadanía se imbuya del espíritu que imprime sentido a la democracia, ni hemos conseguido dotarnos de los instrumentos necesarios para hacerla efectiva. La democracia es, esencia, un régimen de opinión y participación en la vida pública. Para que los ciudadanos puedan decidir libremente es imprescindible que puedan aproximarse a la verdad y que tengan un acceso cierto a la pluralidad informativa e ideológica. Esto no sucede en España.
El espacio de opinión está secuestrado desde hace tres décadas. Los medios de comunicación están controlados y dirigidos por intereses económicos, en la mayoría de los casos inconfesables e inconfesados, que residen en un mismo epicentro. El bipartidismo (alternancia engañosa entre dos partidos idénticos en lo fundamental y diferentes en lo accesorio) es el invento del poder económico para garantizarse la gobernabilidad, haciendo creer al pueblo que tiene capacidad de elección. La manipulación intelectual es la pieza clave para que tamaña estafa se pueda consumar. Como, efectivamente, así ocurre.
Este es un hecho tan evidente como asumido. Es quizá una de las patologías más graves de nuestra democracia. Todo el mundo acepta, con incomprensible resignación, que los medios de comunicación manipulen la información a su antojo, desfigurando la realidad y defendiendo intereses propios. No se entiende cómo se puede presumir de demócrata y aceptar como “parte del juego” la perversión de la propia democracia hasta la más absoluta aberración.
Nuestra Ciudad, pequeño laboratorio de fenómenos sociales de todo tipo, nos está ofreciendo una prueba irrefutable de la senda errática por la que camina nuestra maltrecha democracia. Tras doce años de gobierno del Partido Popular en Ceuta, ya nadie duda de que una de sus más eficaces herramientas para consolidar su hegemonía política, ha sido el asfixiante control de los medios de comunicación que han ejercido con mano de hierro. La abundancia de fondos públicos (y privados inducidos) dedicados a blindar los intereses políticos del Partido Popular, han embargado la conciencia colectiva hasta límites obscenos.
En este contexto de secuestro deliberado de la opinión pública (con sus escasas rendijas, que es justo reconocer), el Partido Popular disponía de dos estandartes inconfundibles: la televisión mal llamada pública, concebida como un indecente y sectario aparato de propaganda; y una publicación escrita (omitiremos el término periódico por respeto a lo que representa este término) nacida, y alimentada para defender a ultranza los intereses del Partido Popular, y cobijada por el Gobierno hasta el extremo de que funciona impunemente sin licencia de apertura.
Este panfleto, sin apenas implantación y de escasísima venta, se nutría de fondos públicos en cantidades desmesuradas y se repartía gratuitamente con la única intención de alabar y halagar al Gobierno y destruir a quienes el Partido Popular designaba como enemigos. Quedará para los anales del anecdotario local el gesto del propio director de esta publicación repartiendo fotocopias de uno de sus ejemplares en plena campaña electoral. Los lectores y jaleadores de este panfleto, afines al Partido Popular, se deleitaban diariamente contemplando en sus páginas las maravillas del Gobierno local, infalible e impoluto. Y eran felices leyendo las duras acusaciones vertidas contra los críticos a la gestión del Gobierno de Vivas. Aunque fueran falsas.
De repente, un día, inopinadamente, aparece el otrora idolatrado presidente, reducido a la condición de vulgar malversador de fondos públicos. El que fuera presentado reiteradamente como el gobernante más excelso que hayan dado los siglos conocidos, es en realidad un delincuente. Desde entonces, la referencia informativa por excelencia es una foto del Presidente en una pose o gesto poco agraciado. Los entusiastas seguidores del panfleto, todos ellos hombres y mujeres de orden, de derechas claro está, están perplejos y no sabe bien qué pensar.
¿Qué ha ocurrido? La explicación es muy sencilla. Y dramática. Ya no hay dinero para seguir gastando cerca de 6 millones de euros anuales en propaganda. La empresa editora del panfleto tiene miedo de perder su suculenta subvención. Y se ha dedicado a presionar para evitar una pérdida que le traería consecuencias probablemente irreversibles. El dinero (público) como principio y fin de todas las cosas.
Esta es la auténtica tragedia de una democracia corrompida en origen. Los ciudadanos se ven obligados a interpretar la realidad desde la perspectiva del bolsillo de un empresario. Sea de la condición que sea.