La actual situación de la economía nacional y, por ende, del consiguiente y descorazonador índice de desempleo, está provocando en los españoles un estado de opinión cargado de desánimo y malos humores. De nada sirve que las llamadas magnitudes macroeconómicas vayan ofreciendo signos positivos a consecuencia de las medidas adoptadas; que España haya conseguido recuperar confianza a nivel internacional, o que baje la prima de riesgo, mientras lo que perciba el ciudadano medio sean el paro, la subida de impuestos y los recortes exigidos por el déficit y por los organismos supranacionales (nadie recuerda, o nadie quiere recordar, que el Reino de España, al adherirse a la UE y al adoptar una moneda común, el euro, tuvo necesariamente que ceder soberanía), todo ello agravado ahora, además, por la mala impresión producida tras la decepcionante rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros, quienes está visto que no aprenden a comunicar, porque desde La Moncloa no se debe hablar pensando solamente en Bruselas. La opinión pública ha de tenerse también muy en cuenta.
Tal situación me lleva a abandonar, siquiera sea por esta semana, temas que suscitan controversia y preocupación. Tiempo habrá de volver a ellos y también de analizar, por lo que se refiere a Ceuta, los resultados de la Encuesta de Población activa. Hoy escribo con la idea de provocar, si es posible, alguna que otra sonrisa y hacer olvidar –siquiera sea por unos momentos– ese triste estado de ánimo imperante, que, desde la mera resignación, pasa por el enfado hasta llegar a veces a la indignación.
Antes de entrar en faena, sin embargo, deseo agradecer de corazón a Ricardo Lacasa y a L. G. Álvarez las elogiosas frases que me dedicaron en sus colaboraciones del pasado domingo, resaltar lo atinado del artículo La Ceuta que ya no es, publicado días después por Carlos Rontomé, y reconocer a la AUGC su recuerdo a algo que escribí hace meses, aunque discrepando de mi postura –compartida, como la contraria, por muchos millones de personas– respecto de determinada materia condenada a ser siempre objeto de polémica..
Y, sin más, paso a centrarme en el tema de hoy. Es bien conocido que para los nacionalistas catalanes, cualquier noticia que afecte personalmente a sus dirigentes, cualquier sentencia que no les agrade –aunque esté más que fundamentada en Derecho– cualquier comentario contra su obcecada postura rupturista de la unidad de España, o hasta cualquier decisión arbitral, resultan ser “un ataque a Catalunya”. Se envuelven en la senyera –algunos la prefieren estelada– proclamando a los cuatro vientos que han ofendido a toda Cataluña. Y, lo que aún es peor, muchos catalanes van y se lo creen.
Pues tomando prestado tan retorcido tipo de sentimiento patriótico herido, podemos deducir que Alemania ha perpetrado en esta última semana un tremendo “ataque a España”. Nada menos que nos han metido ocho goles, ocho, frente a tan sólo uno, en los partidos de ida de las semifinales de la Champions League jugados por el Barça y el Real Madrid en tierras germanas. Un verdadero abuso. Humillar así a los equipos que considerábamos como los dos mejores del mundo resulta algo verdaderamente insufrible. Esas vergonzosas derrotas encajadas por el que es “más que un club” y el nueve veces ganador de la Copa de Europa deben ser vengadas en los encuentros de vuelta, que tendrán lugar los próximos martes y miércoles, porque un “ataque a España” de tal magnitud exige, a su vez, una reparación inmediata.
La jocosa composición fotográfica que acompaña a este artículo, suficientemente ilustrativa del penoso sentimiento que nos acongoja, empieza a circular por internet. Leo Messi y Cristiano Ronaldo –jugadores emblemáticos, respectivamente, del Barça y del Real Madrid– acompañados por el propio presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, aparecen atemorizados ante la maldad de quienes se han permitido vapulear a dos equipos que reúnen en sus filas, cuando menos, al 90 por ciento de los jugadores de la selección nacional española, campeona del Mundo y, por dos veces consecutivas, de Europa. Aunque los nuestros no jugaran bien, los alemanes han incurrido en una imperdonable falta de respeto, ofendiéndonos gravísimamente.
Pues nada, que cada vez me convenzo más de que han llevado a cabo un tremendo “ataque a España”. Tanto que si la cuestión no se arregla en los terrenos de juego –lo cual se me antoja harto difícil– habría de intervenir el Ministerio de Asuntos Exteriores, llamando a consultas a nuestro embajador en Berlín. Tamaña afrenta no puede quedar impune.