Desde que somos pequeños - tanto las niñas como los niños - tenemos un pequeño rincón físico donde nos gusta guardar nuestras cosas y donde refugiarnos cuando estamos de malhumor o quitarnos del medio cuando hemos hecho alguna "fechoría". Recurrir al amparo de la madre, sin decirle nada, esperando protección cuando se descubra nuestra "fechoría" es algo que hemos hecho todos los críos y la verdad es que nos daba muy buenos resultados. Ese rinconcito nos ha permitido conservar cosas durante mucho tiempo y siempre el amparo de nuestra madre, aunque una vez pasada la tormenta nos obsequiara con un pellizco o un cachete, que le dolían más a ella que a nosotros. Ya de mayores seguimos con ese rinconcito, aunque algunos no lo tengan en cuenta, pero está en nuestras almas. Es muy pequeño, pero muy valioso.
¿Cuántas veces hemos apetecido el silencio a lo largo del día? Nuestra vida, la de cualquier persona, está llena de inquietudes, de dificultades, de cosas que se tuercen o que se desbaratan antes de llegar al fin que habíamos previsto y que nos dejan al descubierto. A veces nos ocurre que ofrecemos claridad y nos devuelven un chaparrón de injusticias o de falta de atención, simplemente. Esto nos deja confundidos y con el ánimo por los suelos; no sabemos qué hacer, en esas situaciones, pero sí que notamos la necesidad de recurrir a nuestro rinconcito. Algunos recurren a un par de copas o a tramar una respuesta que deje en evidencia al causante de nuestro malestar, pero es más conveniente escuchar con calma las recomendaciones de serenidad y buen juicio que recibiremos en ese rinconcito acogedor de nuestra alma.
Toda cuanta injusticia veas o que padezcas llévalas a tu rinconcito para que la serenidad y paz que en él existe te proporcione tranquilidad de ánimo y luz a tu mente para ver las cosas con la claridad del perdón y el ánimo decidido a volver a tu trabajo y otras ocupaciones con afán de concordia. Esto nos ayudará a que la vida familiar sea más agradable, sin caras largas por el enfado y con el corazón abierto a hacer felices a los demás. Ese rinconcito de nuestra conciencia es como un pequeño proyector de intensa luz, capaz de penetrar hasta lo más hondo de nuestro ser, para que podamos convertir en amor lo que tenía visos de tragedia y de rencor. Necesitamos, todos, esa luz que está en nuestro pequeño rinconcito del alma. Hay que ir hasta él con plena confianza cuajada de humildad y paciencia.
Vivimos una época difícil, como tantas otras de la Historia de la Humanidad. Ésta tiene sus características propias y parece que tiende a un descontento generalizado que aumenta sin cesar. El panorama es intranquilizador y cada día aparece algo nuevo que aumenta el desconcierto y la predisposición a responder usando formas violentas. Por ello, cada día aumenta la necesidad de que cada persona sepa encontrar el camino hacia su rinconcito y escuche serenamente la voz de la conciencia; esa voz que hablará siempre de serenidad y cordura, nunca de violencia física y tampoco de esa violencia que es la intransigencia del pensamiento y de la razón. Son muchas las dificultades que existen y el horizonte no está suficientemente claro, pero hay que navegar sin miedo, después de visitar con fe nuestro rinconcito. Si dedicamos cada día un rato a vivir en nuestro rinconcito del alma nos sentiremos más fuertes en el amor hacia los demás. Todos lo necesitamos; todos nos sentiremos mucho mejor haciendo, con generosidad, un rato de oración en ese rinconcito del alma que puedes tener olvidado. Llégate a él, con sinceridad, y encontrarás la paz.