Este artículo, que hace el número 900 de los publicados sólo en El Faro de Ceuta, lo voy a dedicar hoy a los fanatismos religiosos. Y es que, en la historia de las religiones, se puede ver cómo a lo largo de todos los tiempos la pertenencia a una religión o su práctica han sido causa de guerras, holocaustos, persecuciones, odios, violencias, atrocidades, sufrimientos y ahora también del terrorismo más atroz. En nombre de Dios, o actuando contra Él, muchas veces se ha matado y hasta se han declarado las cruzadas o guerras santas, pese a no haber nada que pueda ser menos santo ni estar representado por una cruz que ir a una guerra por motivos religiosos. Y no digamos ya de las numerosas y atroces persecuciones sufridas por los cristianos desde el siglo I en muchos lugares del mundo hasta hoy mismo, que todavía siguen siendo perseguidos, masacrados y hasta exterminandos por el sólo hecho de profesar su fe.
Por puro fanatismo pagano, muchos de los primeros mártires cristianos fueron víctimas de las diez persecuciones romanas más feroces que se cometieron del siglo I al III, por Emperadores romanos tan crueles como Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Séptimo Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Diocleciano y Juliano. En Mérida, al lado de mi pueblo (Mirandilla), martirizaron a cristianos como Santa Eulalia, Santa Lucrecia, y Santos Víctor, Estercacio, Antiógenes, etc. Y después en 1227 en Ceuta, fueron martirizados, descuartizados, arrastrados por el suelo y sus cuerpos profanados, San Daniel y sus siete compañeros por creer en la misma religión, que por eso fueron proclamados Patronos de la ciudad. Todo eso, es reprobable en cualquier tiempo, lugar y situación; pero se podía esperar que sucediera más en aquella remota antigüedad, en las sociedades ancestrales de aquella época, en las que imperaban la ley del más fuerte, la incultura, la falta de raciocinio, de moderación, de sentido común y en las que se hacía la guerra simplemente para eliminar al contrario, o incluso sin serlo, porque entonces eran entendidas las religiones como fe monolítica ciega, inseparable de la conciencia de aquellos viejos pueblos y culturas, cuyas civilizaciones eran de tan cortas luces.
Hoy, por el contrario, el mundo vive otros niveles bastante más avanzados de civilización, cultura y tolerancia, donde ser creyente de una religión concreta, sea la que fuere, no debería ya ser tenido por nadie como algo perverso, sino todo lo contrario. Y eso lo entiendo así, porque buena parte de las personas necesitamos creer en algo transcendental o divino, ya que forma parte de nuestra propia existencia. En todo el mundo y en todas las épocas la gente no ha hecho más que preguntarse por los secretos que encierra la vida, la naturaleza, las plantas, el firmamento, de dónde procedemos o quién ha podido hacer todo, y hacernos a todos, con tanta perfección, dotados de razón, de nuestros cinco sentidos, con las complejas operaciones de funcionamiento que se llevan a cabo en nuestro organismo, donde cada órgano realiza una función tan a la perfección, normalmente coordinada con las demás funciones. Por ejemplo, si se piensa reflexivamente en cómo funciona el cerebro con los cientos de miles de neuronas que tiene, ha gente nos paramos a pensar en si existirá “algo” sobrenatural que rija el mundo, la vida, el destino de las personas, etc. Pero ese posible “más allá” sobrenatural, si existe, no necesariamente tiene que ser el Dios en que yo creo, ni tampoco ser la verdad absoluta que excluya las demás formas de pensar y sentir de quienes no creen o piensan como yo, porque cada uno puede llegar a la meta final, a través de diversos caminos, sin que el mío tenga que ser el más corto ni el mejor.
Ahora bien, si yo soy cristiano, es lógico, razonable y comprensible que piense en que el supremo hacedor de todo es Dios, mi Dios, en el que yo creo. Pero luego se debe ser lo suficientemente tolerante y comprensivo para entender que quienes creen en otras religiones también pueden estar en lo cierto. Así, un musulmán debería parecernos normal que crea en su Dios, y lo mismo de un cristiano o a los de las demás religiones, que creerán en el Dios de su propia fe, según lo que a cada uno le dicte su propia conciencia. En Ceuta, concretamente, quizá sea poco conocido fuera de ella que conviven de forma modélica cuatro religiones, la cristiana, la musulmana, la hebrea y la hindú, a pesar de las profundas diferencias religiosas y de todo tipo que luego se dan entre unos y otros. Lo importante es entender y comprender que no por ello nos tenemos que pelear y hacernos unos a otros la vida imposible, sino llevarnos todos bien de cara a una correcta, pacífica y sana convivencia, viviendo en paz, manteniendo relaciones de amistad y buena vecindad, respetándose mutuamente.
Creo que ser fiel a cualquier religión no tiene por qué parecer algo malo a quienes practiquen otras religiones distintas, sino incluso bueno, dado que muchas personas buscamos a través de la fe la salvación, la particular forma de encontrar cada uno paz interior, esperanza, felicidad y tranquilidad de conciencia con el Dios en el que cada uno cree. De hecho, no conozco - al menos en teoría, aunque en la práctica luego sí se dé - ninguna religión que no enseñe a practicar el bien y evitar el mal, que es un principio de moralidad ecuménica de cualquier fe o creencia. También es difícil encontrar una religión que propugne o enseñe a matar o robar. Ni tampoco puede ningún creyente de religión alguna quitar la vida a otro o cometer atrocidades contra los demás en nombre de su Dios, cualquiera que su Dios sea. De ahí que las religiones, por sí mismas, no creo que sean malas, ni mejores o peores unas u otras, sino que pueden hacerlas perversas e indeseables quienes luego son fanáticos de ellas, quienes son de pensamiento único y creen que la suya es la única fe verdadera e inseparable de la conciencia universal. Ahí es donde empiezan los verdaderos peligros de una religión, con el fanatismo, con el integrismo, con el fundamentalismo y con el absolutismo religioso, porque esa forma tan radical de ser y de pensar es la que desata odios, iras, pasiones, revanchas y violencias.
Pues, sobre esto último, llama poderosamente la atención el odio, la violencia, el terror, la serie de guerras y destrucción que todavía hoy en el siglo XXI el mundo tiene que seguir sufriendo por motivos religiosos; pero no ya de unas religiones contra otras, sino incluso entre facciones o ramas de una misma religión, en la que sus propios adeptos se matan de la peor forma luchando a degüello unos contra otros y haciendo víctimas propiciatorias de sus desmanes y desafueros a personas que son inocentes, como niños, mujeres, ancianos, etc, provocando las grandes emigraciones forzadas, convirtiendo el mar Mediterráneo en el mayor cementerio de la historia. Y fíjense bien hasta qué extremos llega la perversión y la locura de muchos de los actuales fanáticos religiosos, que en nombre de su Dios, arrogándose su representación y hasta la legitimación que ningún dios ni religión otorgan, no dudan en matarse ellos mismos, auto inmolándose con un cinturón explosivo o con un coche-bomba o con cualquier otra arma letal, con tal de matar a los demás, que eso es tanto como querer morir por sí mismos con tal de morir matando a los que no crean en su propia fe, haciendo que medio mundo tenga ahora mismo que vivir bajo el peligro de tales bárbaros que lo mismo seducen a una mujer que mandan a un niño de 10 ó 12 años a matarse por matar. Y uno aquí no tiene más remedio que preguntarse, ¿pero por qué los que nos hacemos llamar seres “humanos” tenemos que comportarnos tan inhumanamente, a veces peores que las fieras?. Porque éstas sólo atacan cuando tienen hambre, por razones de supervivencia. Creo que a eso ya dio acertada respuesta hace siglos el filósofo inglés Hobbe, cuando dijo: “El hombre es un lobo para el hombre”.
Los seres humanos hemos nacido libres. Y por eso existe la libertad de culto, de conciencia y de pensamiento, en un sistema de libertades religiosa, ideológica y política. Esos son derechos inalienables de las personas que recogen casi todos los textos jurídicos nacionales e internacionales. Pero la libertad civilizada en general y la libertad religiosa en particular, de ningún modo significa que cada uno pueda ir por la vida a merced de sus variables pasiones y egoísmos, o cortando cabezas y segando vidas de las personas públicamente y a modo de exhibición, a quienes no piensen como ellos.
Creo que, por muy malos principios que tenga una persona, por malos sentimientos que le broten, por los peores instintos que le impulsen, aunque sea en lo más recóndito de su corazón algún rinconcito bueno debe tener para no querer ir por el mundo sembrando tanto mal, tanto sufrimiento y tanto dolor. Y en los casos de fanatismo religioso, matan por matar, por sadismo, con saña y por la simple eliminación del otro que no cree o no piensa como el que mata. Y seguramente quienes obran así creerán que con ello prestan un gran servicio a su religión, pero lo que hacen es prestarse a sí mismos el peor de los servicios, el más abominable, el más repugnante y el más aborrecible.
La vida de las personas debe estar ordenada siempre hacia un fin moral y ético. Lo dice Tocqueville: “No se puede ser libre sin tener creencias morales, porque la misma libertad es una idea moral”. Don Quijote decía a Sancho: “La libertad, amigo Sancho, en uno de los dones más grandes que los cielos nos han dado. No es bien que unos hombres hagan de sufrir a otros hombres y puedan ser felices”.
Libertad, ya sea religiosa, política, etc. Pero libertad no significa que cada uno pueda ir por la vida haciendo lo le dé su real gana en perjuicio de los demás, que también son libres y merecen el mismo respeto. La libertad debe de encauzarse y reconducirse a hacer lo que de forma responsable y prudente se debe hacer sin lesionar a los otros. Toda libertad tiene que ir acompañada del necesario raciocinio, sentido común y mutuo respeto, pues de lo contrario la vida sería una serie inconexa de actos caprichosos que entrarían en colisión estruendosa los unos con los otros. No se puede ser libre sin tener principios éticos, y la religión (sea la que fuere) normalmente es una de las principales fuentes de esos buenos principios éticos y morales que enseñan a hacer el bien y evitar el mal. Y eso creo que se da lo mismo en una iglesia, que en una mezquita, sinagoga, pagoda, etc, donde pienso que nunca se deben enseñar cosas malas, como en la iglesia yo nunca he visto ni he aprendido.
Libertad religiosa también significa que, antes de la confrontación y la violencia, deben siempre darse el diálogo, el respeto y la debida consideración hacia todas las creencias. Los líderes religiosos y sus seguidores tienen la grave responsabilidad de promover y fomentar las buenas relaciones, la moderación, la sensatez, la cordura y el mutuo entendimiento, para así tratar de desterrar tensiones y enfrentamientos entre religiones, personas y pueblos. Y la fe religiosa nunca debe llevarnos a los fanatismos violentos, sino a resolver los problemas tratando por encima de todo de evitarlos, en lugar de avivarlos y empeorarlos por la ceguera y la sinrazón. Y las personas y los pueblos de fe, deben esforzarse siempre en crear civilizadamente plataformas e instrumentos para el diálogo y la reflexión, en orden a promover entre todos un clima de diálogo, tolerancia, entendimiento y paz, que es uno de los bienes más preciados que en la vida se tiene. Creo que jamás deberíamos enfrentarnos unos y otros por el solo hecho de tener creencias diferentes.