Estamos acostumbrados, desde que éramos niños, a sentarnos a la mesa acompañando a nuestros padres y hermanos, hasta que llega el momento en que nos independizamos y creamos nuestra propia familia, con las responsabilidades correspondientes; entre éstas la de que no falten unos alimentos cocinados a gusto de todos. Siempre he recordado el día que un amigo mío se convidó a comer, en casa de mis padres, porque yo le había hablado, muchas veces, de lo bien que cocinaba mi madre un determinado plato algo especial. Mi amigo comió como si nunca lo hubiera hecho en su vida y ya quedó adscrito a comer en casa cuando preparaban ese plato. Era casi un día de fiesta por las alabanzas y el ímpetu con que mi buen amigo atacaba lo que le ponían en el plato ...y lo que añadía en segunda vuelta.
Eran otros tiempos, ya bastante lejanos, en los que afortunadamente se vivía de otra forma, con bastante menor cantidad de exigencias personales y en la que se atendía de forma fundamental a las necesidades primarias, entre las que destacaban la vida de familia y la educación. Hoy día son otras las exigencias - algunas de ellas completamente nuevas - y la familia lo nota. Ha perdido bastante como fuerza de integración y de vez en cuando conoces algún caso concreto que duele mucho, aunque sólo sea un caso que no pueda generalizarse por falta de datos al respecto, pero que tal vez no sea sólo el que he conocido personalmente hace muy pocos días. Un amigo mío me dijo que no sabía qué iban a comer su mujer y tres hijos, además de él. No tenían con qué encender la cocina porque no tenía dinero para comprar la bombona de butano.
Tenía algunos alimentos básicos en casa - patatas, arroz, lentejas - pero no podía encender la cocina para cocinarlos y tendrían que comer algo frío, algún bocadillo de lo que fuera o algo por el estilo. Yo me acordaba de aquél amigo mío que se invitaba a casa, de mis padres, a comer porque le gustaba lo que le iban a poner en el plato y, además, disfrutaba con el ambiente familiar que, de forma natural, se le ofrecía; pasaba a ser uno más de la familia. Este otro hombre que, en estos días pasados, se dolía de que no podrían comer ni siquiera una sopa caliente, ¿cómo podría sacar adelante a su familia, con la cantidad de cuestiones que una familia plantea? La familia pierde una de sus cualidades básicas, la de la unión, la de vivir juntos todas las necesidades básicas que la vida plantea y poder superarlas adecuadamente.
Al fin, con la ayuda de algunas personas, ese hombre pudo comprar una bombona de butano y, algunos días después, me dijo que fue un día de alegría con la cocina encendida y haciendo un guiso. Como es natural me alegré de ello pero ¿cuantas veces le volverá a ocurrir lo mismo a este hombre y a tantos otros que, en estos tiempos, pasan graves dificultades para tener un empleo, aunque sea modesto. Es dura la vida para mucha gente y desgraciadamente se pierde el tiempo por parte de quienes están llamados a resolver las graves dificultades existentes en la vida del país. No hago distinción alguna pues son todos los grupos existentes los llamados a resolver la cuestión, en lugar de presentar como prioridad el echar las culpas unos a los otros. Piensen, por favor, en quienes ni siquiera pueden encender la cocina.
Se dedican miles de horas a controversias buscando a quién o quienes haya que cargar la culpa de tal o cual acción incorrecta y tal vez indigna; pero la dignidad de unos padres de familia está pasándolo muy mal y la familia desaparece porque ni siquiera pueden comer algo caliente en sus casas.
Es la familia la que hay que fortalecer y darle ánimos para que pueda llevar a cabo la muy importante función que le corresponde para el bien del país. No lo duden ni pierdan el tiempo.