Más allá de las informaciones que van apareciendo, el hedor a corrupción ya ha terminado de pudrir el poco aire medianamente respirable que aún quedaba en el ambiente. Sin embargo, al margen de escandalosas exclusivas (fiel reflejo, por otra parte, de la asquerosa y lamentable realidad) que revelan sobresueldos, financiaciones ilegales y demás “lindezas”, lo importante se encuentra, como siempre, en la cara oculta del resplandeciente planeta político.
En realidad, y por muy paradójico que pueda parecer, la esencia del problema no reside en quién cobra esas brutales cantidades de dinero (la cuenta suiza de 22 millones de euros de Bárcenas tiene todos los visos de ser una gota más de porquería en el océano de mierda que parece bañar el universo de los Chicos de los Recados) ni qué hacen con ellas; por ende, que el repartidor de turno entregue sobres con pagas extras mensuales, compre vehículos de lujo o adquiera propiedades (por poner algunos ejemplos) es, estoy convencido de ello, el brillo de las baratijas con que engañaban los conquistadores a los nativos americanos.
Evidentemente, no se trata de frivolizar con el hecho en sí porque, en un país en el que se nos están imponiendo brutales sacrificios tras sangrantes recortes y los que quedan por venir (siempre por nuestro bien no cesan de repetir, eso sí), el hecho de que estos personajillos sean capaces de embolsarse miles de euros, sin vergüenza alguna y con absoluta naturalidad, mientras millones de parados tienen que recurrir a bancos de alimentos de Cáritas o Cruz Roja para poder comer es, insisto una vez más, una auténtica canallada.
El caso es que del “no me consta” de Rajoy, pasando por las amenazas más o menos veladas de matar al mensajero (Dolores de Cospedal lo ha dejado muy claro en su comparecencia de prensa… Eso sí, grande debe de ser el miedo por todo lo publicado para reaccionar así) al reconocimiento por parte de Pío García Escudero de haber cobrado (y por ende la propia Cospedal ha terminado remando “pelín” para atrás ante los periodistas admitiendo parte de lo publicado), poco se conoce más allá de los flashes, de los grandes titulares y los escandalizados portavoces de los demás partidos que, valga la nota de humor negro, me recuerdan al policía francés de la película Casablanca que ordena cerrar el Café de Rick’s con una legendaria frase a modo de pretexto: “me he enterado de que aquí se juega, ¡qué escándalo!”. Genial y perfectamente aplicable a lo que estamos viviendo/padeciendo.
Pero, al margen de las fanfarrias mediáticas ¿qué hay detrás de todo este entramado? ¿Quién y por qué se llevan a cabo estas prácticas?
Evidente es que los millones nunca salen de pronto de un armario olvidado, ni son fruto de una imprenta clandestina; no, seamos serios, ese dinero sólo puede proceder de quienes están invirtiendo, y mucho, en el futuro de sus cuentas de resultados… y mucho me temo que además de que es sólo la punta del iceberg, esta historia no acaba de inventarse porque el juego es tan antiguo como la codicia y como el Poder: comprar voluntades a cambio de favores… de grandes favores.
La verdadera y esencial pregunta es quién paga, a quién favorecen estas millonarias inversiones en políticos sin escrúpulos… El por qué es fácil de imaginar, sólo hace falta acudir al sabio refranero español para caer en la cuenta de que “nadie da duros a cuatro pesetas”.
Quizás para descubrir las identidades de las grandes corporaciones o lobbys que tan generosamente engrasan carteras y cuentas numeradas en paraísos fiscales, sólo haría falta mirar, con algo de detenimiento, quiénes son los beneficiados de las macro medidas tomadas por unos y otros.
Se mueven en la sombra de la realidad, alejados del fastidioso ruido que procura la fama e inmersos en la nebulosa del verdadero Poder… sencillamente porque son el Poder.
Derrocaron a Allende en Chile cuando nacionalizó las minas de cobre, anularon a un Strauss Kahn que se oponía a las medidas que actualmente se están tomando, impulsaron el auge de Thatcher al frente del conservadurismo puro y duro que ahora impera… un largo etcétera que fácilmente puede encontrarse en los manuales de historia.
Es difícil, cierto es, ponerles nombre y apellidos (hemos dicho que no tienen escrúpulos, no que sean ineptos) pero no resulta nada complicado entender el mecanismo que emplean: invierten para ganar muchísimo más, y cuando el destinatario de la inversión ya no es rentable, se cambia por otro conseguidor más servil, y punto.
Este tipo de situaciones, que parecen prácticas comunes Al Sur del Edén, están consiguiendo un calculado rechazo a la libertad. La corrupción no sería un mal asociado al Poder sino a la Libertad; de forma sibilina, dirigida y peligrosa se está haciendo extender la idea de que sobran políticos que roban, y en esta peligrosa reflexión se generaliza en lugar de señalar al corrupto en concreto, para llegar a la evidente conclusión de que lo que necesitamos es un líder único que nos conduzca por la senda de la cordura. De locos.
Mi mañica preferida, a la que no se le suele escapar ni una, afirma con contundencia que aquí lo que sobra es aborregamiento y lo que faltan son arrestos (he suavizado el término, como podrán comprender) para llamar a las cosas por su nombre y sentar en el banquillo de los acusados a quienes se mueven en las sombras… porque, digo yo, ¿alguien los debe conocer, verdad? ¿O es que su poder es tan grande que nadie se atreve ni tan siquiera a pronunciar sus nombres en alto por puro y simple miedo?
De ser así, sólo me queda una duda que ruego me vaya usted resolviendo cuando tenga un rato de ocio ¿A esto le podemos llamar Democracia? Como siempre, ya me dice, si eso…