Los datos de la Encuesta de Población Activa, publicados recientemente, ilustran con la recia autoridad de la aritmética el estremecedor diagnóstico de una Ceuta deprimida y desorientada, que transita en silencio por un camino de resignación hacia una insondable decrepitud. Ceuta es la autonomía con más paro de España. Cuatro de cada diez personas en condiciones y con voluntad de trabajar no pueden hacerlo. Se han destruido dos mil empleos en un año. Desgarrador. En cualquier lugar del mundo dotado de una mínima conciencia colectiva, la constatación de este hecho hubiera impactado con extrema dureza hasta desencadenar alguna consecuencia. Sin embargo, en nuestra Ciudad ha pasado completamente inadvertido. A penas ha logrado competir en el espacio informativo con algunas noticias costumbristas reveladoras de la sordidez de una vida pública provinciana hasta el esperpento. Los sindicatos, aburridos y desencantados, ya ni se molestan en valorar la situación. Saben que su crítica está amortizada de antemano por la fuerza de la rutina. Organizar una movilización de protesta que albergue una remota posibilidad de éxito se ha convertido en una quimera. La capacidad de rebeldía de la sociedad ceutí está cortocircuitada. Este es, sin duda, uno de los logros más significativos del régimen del PP de Vivas. El grado de indolencia y amansamiento del conjunto de la población es inigualable. Muy cercano a las prácticas masoquistas. El estado ideal para un gobernante.
Así se explica y comprende que el Gobierno de la Ciudad no se sienta concernido por este problema. No se inquietan. Tienen la absoluta convicción de que nada de cuanto está sucediendo afectará, ni siquiera levemente, a sus expectativas electorales. Su exclusiva razón de ser. Por ello, a pesar del inocultable cataclismo que se cierne sobre los sectores más desfavorecidos de nuestro pueblo, el Gobierno se mantiene impertérrito en su injusta política de despilfarro, limosna, prebenda y manipulación. Desprovistos de sensibilidad, rechazan con insultante frialdad toda oportunidad de cambio. No sienten remordimiento al gastar millones de euros en fruslerías prescindibles, que sólo sirven para promover enriquecimientos injustos, mientras la gente humilde sufre penurias y angustia.
Ceuta necesita urgente y desesperadamente una reacción. No podemos seguir contemplando este proceso autodestructivo desde la indiferencia, como si se tratara de una maldición esotérica ajena a las decisiones políticas que nos imponen. No podemos seguir tolerando el engaño hasta la más irreconocible deformación de nuestros sentimientos. No podemos vivir eternamente en una gran mentira. Porque el despertar puede ser insoportablemente traumático.
No todo está perdido. Aún estamos a tiempo de la revolución. La revolución en la Ceuta actual consiste en recobrar la autoestima y la dignidad. Un cambio de mentalidad que nos devuelva la condición de ciudadanos libres dueños de su destino. Se trata de no seguir callado baboseando al Presidente y sus aledaños esperando un enchufe, sino de exigir con firmeza el derecho al trabajo. No se trata de mendigar dádivas, humillándose ante los políticos, sino de exigir con determinación la aplicación de los derechos sociales contemplados en la constitución. El PP no cambiará jamás su forma de gobernar. La llevan incrustada en el ADN. La única alternativa es arrebatarles el poder mediante la unidad de todos los que quieren hacer de la justicia social una causa común. Esa es la tarea. Generar en cada corazón un compromiso irreductible y combativo por la fraternidad.