En la última sesión del Pleno de la Asamblea se debatió la posibilidad de elaborar el “Proyecto Educativo de la Ciudad de Ceuta”. Esta iniciativa, contrastada con éxito en otros ayuntamientos, se fundamenta en la idea de que la educación de los niños y niñas no se puede circunscribir exclusivamente a la actividad escolar. La ciudad debe convertirse en un espacio educativo integral en el que todas las personas y entidades que configuran la sociedad se transforman en agentes educadores directos. No es más que planificar, con la participación más amplia y experta posible, la estrategia más adecuada para hacer efectivo el compromiso colectivo de inculcar el conjunto de valores en los que queremos que se inspire nuestra convivencia. El PP votó en contra. Hizo valer su mayoría absoluta para arruinar otra oportunidad. Ya hizo lo propio con la propuesta, experimental, de dotar a determinadas aulas de educación infantil de auxiliares que permitieran paliar el problema que ocasiona el deficiente manejo de la lengua en una buena parte del alumnado. Cualquier intento de mejora de nuestro sistema educativo es derrotado por la cerrazón de una derecha cada vez más radicalizada en contra de la igualdad.
El argumento que sostiene tan nocivo inmovilismo es que el Gobierno de la Ciudad ya hace lo suficiente en materia educativa, incluso más de lo que le corresponde. No se sienten concernidos por los preocupantes resultados. Viven confortablemente en su irresponsabilidad. Es difícil digerir esta forma de proceder en una Ciudad acosada por el fracaso escolar y sus multiformes consecuencias. Ante una realidad tan dura, cabría esperar de las autoridades una actitud proactiva de búsqueda frenética y permanente de nuevos caminos para escapar del diabólico cepo en el que estamos atrapados. Y sin embargo, exhiben una irritante ufanía que sólo se puede interpretar como un insulto a la razón. Resulta chocante que un fracaso escolar tan exagerado, que afecta a la mitad de la población prácticamente, no sea capaz de conmover la conciencia de quienes dicen ocuparse de los problemas de la Ciudad.
La explicación de esta curiosa perplejidad conduce a una conclusión terrible.
El fenómeno psicológico de la habituación nos impide, en muchas ocasiones, diagnosticar con objetividad y rigor los hechos que nos rodean. Por ello es bueno recurrir a observadores externos. Una de las personas más comprometidas con la enseñanza de nuestra comunidad educativa, mostraba así su extrañeza cuando llegó a Ceuta: “una gran parte del profesorado mantenía con el alumnado una actitud similar a la de los misioneros que, generosamente, ayudaban a los negritos; nada que ver con un servicio público esencial en un estado democrático”. En este razonamiento, muy atinado, está la clave de este asunto. Es una perversión conceptual. En una democracia todos los ciudadanos son sujetos de derechos que las administraciones públicas tienen la ineludible obligación de materializar, efectiva y eficazmente, aplicando para ello los recursos necesarios. La administración y los empleados públicos, por definición, al servicio del ciudadano. Sin embargo, en nuestra Ciudad está muy extendida la idea de que la administración “hace un favor” a los ciudadanos prestándoles servicios. Esta concepción (muy propia de un régimen colonial) se agudiza cuando se trata de ciudadanos musulmanes (¿acaso súbditos?).
Desde una insoportable altanería e insufrible condescendencia se espeta: “bastante hacemos con ponerles a su disposición un puesto escolar, si no lo quieren aprovechar, allá ellos”. De este modo, se desplaza la responsabilidad del fracaso escolar a las víctimas que son incapaces de apreciar todo aquello que magnánimamente se les ofrece.
El PP es el genuino representante político esta forma de pensar. No sienten la menor inquietud por el fracaso escolar de un amplísimo sector de la población (en su inmensa mayoría musulmán) porque, sencillamente, no les importa su futuro. Sobre los conflictos sociales derivados, también tienen las ideas claras: más policía. Desasosiego. Duro de llevar.