Juan era mi marido y era guardia civil. Y digo era porque hace casi tres meses que lo perdí. Juan estaba destinado en el puerto, durante un servicio en el que hacía las funciones de cuatro guardias tuvo la mala suerte de que se le escapara un detenido, y ahí empezó su calvario. Sus jefes inmediatos le aconsejaron que diera una versión diferente de los hechos para poder así minimizar las consecuencias, pero fue muy al contrario, pues cuando empezaron a pedir responsabilidades desde arriba, le dejaron solo, como hacen siempre los que tienen más privilegios que perder.
A partir de ese momento, mi marido sufrió un juicio y un castigo inmerecido, además de un escarnio público que fue consumiéndolo día a día durante más de un año, al que yo asistí sin poder hacer nada, impotente.
Fui a hablar con sus jefes pero no conseguí nada, muy al contrario, aún querían volver a juzgarle para ver si podían terminar de destruirle, solo que él murió sin saber esto último, gracias a Dios.
Ahora, con todo el dolor de mi pérdida, desde aquí reivindico la inocencia de mi marido y denuncio las injusticias cometidas contra su persona, porque era un buen guardia y una mejor persona, cosa que no se puede decir de sus jefes, que han colaborado abierta y decididamente en su muerte, de la cual yo les hago responsables.
Esta carta era mi única forma de honrar su memoria. Ya solo me queda llorarte y quererte hasta mi muerte.
Te quiero Juan.