Hace pocos días se publicaba un informe de la Comisión Nacional de la Competencia (CNC) denunciando que los precios de los hidrocarburos en España eran de los más altos de Europa. Según dicho informe, “la falta de competencia, la fuerte concentración empresarial y la dificultad para acceder a los mercados tienen la culpa”. También señala que el sector de distribución de carburantes de automoción está altamente concentrado en torno a tres operadores principales, los cuales “disfrutan de ventajas sustanciales respecto al resto de operadores”. Algo parecido se puede decir respecto a la tarifa eléctrica. También nuestros precios son de los más altos de Europa. Y sobre el precio de la telefonía móvil, o del acceso a internet. Este último duplica los precios europeos, según denunció hace algún tiempo la OCU. Para algunos, la solución está en incrementar la competencia. Para otros, la competencia es el problema en mercados con clientela cautiva. Es la misma polémica que se viene manteniendo en Ceuta desde hace bastantes años sobre el precio de los billetes de barco en el paso del Estrecho.
En 1776 Adam Smith escribía en su obra La riqueza de las naciones: «No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas... Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en este caso, como en otros muchos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones».
A pesar del tiempo transcurrido desde que se sentó dicho principio del liberalismo económico, sobre la supuesta “mano invisible” que actuaba regulando todos los mercados hasta llegar al precio de equilibrio, y de las críticas que desde amplios sectores del mundo académico se le han hecho, el mismo sigue haciendo estragos en las economías del mundo desarrollado. Es lo que en la actualidad se conoce como “neoliberalismo”, cuyo principal impulso teórico se lo dio el Nobel Milton Friedman, de la Universidad de Chicago. Para él, la única responsabilidad social del empresario era obtener el máximo beneficio que le fuera posible. Sin embargo, ni los mercados son perfectos, ni los agentes disponen de toda la información necesaria para actuar con racionalidad, ni la tecnología es accesible a todos por igual. Ejemplos hay muchos. Evidencias de que el modelo de desarrollo económico que propugna el neoliberalismo nos lleva al desastre social y medioambiental, también. Sin embargo, políticos liberales como Ángela Merkel en Alemania, David Cameron en el Reino Unido, o Mariano Rajoy en España, por citar algunos ejemplos, se siguen aferrando a esta idea, como antes lo hicieron Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
De todos, el caso de España es especialmente dramático. Se ha superado ya el listón del 25% de paro en la población activa. En la juventud hace ya tiempo que se superó el 50%. Lo más grave es que también tenemos más de 1.700.000 hogares con todos sus miembros en paro. Como se informa en los medios de comunicación, nuestra situación es sólo comparable a la de países como Grecia, Serbia, Bosnia, Armenia o Suráfrica, “Estados casi fallidos o países que todavía se recuperan de traumas históricos muy recientes”. Y por si nos faltaba algo, el Gobierno anuncia más recortes. Esta vez en el sistema de pensiones.
Si se hace recapitulación de todas las reformas emprendidas (financiera, educación, sanidad, laboral, pensiones), así como de lo que se habla de la necesidad adelgazar el sector púbico, o de incrementar la competencia en el sector de la energía, o en el de las telecomunicaciones; la conclusión no puede ser más que: “España se ha puesto en venta”. Los sectores más duros del empresariado neoliberal están tomando posiciones. Se pretende que pronto las grandes compañías de seguros controlen la sanidad o la Seguridad Social. Que la educación se privatice. Que la energía nuclear se haga pronto una realidad, para así ayudar a que los precios de la electricidad no sean “los más caros de Europa” y nuestra dependencia del petróleo exterior se reduzca. Que el sector público quede reducido hasta ser meramente testimonial. Que la inmensa mayoría de trabajadores estén en unas condiciones tan precarias, que se muestren dispuestos a aceptar cualquier trabajo y a cualquier precio. Hasta la Ministra de Trabajo se ha dado cuenta de que su reforma laboral está sirviendo para que empresas solventes se liberen de sus trabajadores de más de 50 años, lo cual está ocasionando un efecto colateral y perverso en la Seguridad Social.
Frente a ello, me han llamado la atención dos noticias. La primera, la donación de más de 20 millones de euros por parte Amancio Ortega, dueño de Zara, a Cáritas España. Y en un ámbito más local, la campaña de recogida de alimentos organizada por el Partido Popular de Ceuta, para entregar a Cruz Roja. Se trata del ideal del neoliberalismo. Promover un modelo económico con un empresariado poderoso y una gran masa de trabajadores explotados y sin derechos, por un lado. Desarrollar acciones caritativas y filantrópicas, por otro, para paliar algo los terribles efectos nocivos de sus depredadoras políticas económicas. Por ello su empeño en desprestigiar y destruir a las organizaciones sindicales y aquellas otras organizaciones sociales que les hacen frente. Y por esta razón también, la importancia de la resistencia ciudadana.