“Al recuerdo de aquellos 16 de Julio de antaño…”
Todavía recuerdo aquel olor característico a barcos, olor a marineros, redes, gasoil, petróleo, recuerdo aquellos atardeceres desde lo más alto del Muelle Comercio mirando a “la Mujer Muerta”. Aún dibujan mis recuerdos aquellos días, cuando mi padre desde la calle “La Muralla” me bajaba, junto al muro-balaustrada de la rambla de acceso, hasta el mismo cantil del muelle donde se sujetaban las barcas a los norais. Y allí, atracada sobre los espejos azules de la dársena, se encontraba, engalanada con pequeñas banderitas de colores, “El Lobito”-la pequeña “traíña” que mi padre adquirió con muchos esfuerzos-. Eran años duros, y había que buscar recursos más allá de un sueldo que no daba para muchos menesteres…
El Muelle Comercio, ese muelle ha marcado mis sentimientos por muchos motivos y razones, hoy está distinto; ha cambiado la fisonomía. Ya no existe el muro-balaustrada donde los pescadores se apoyaban y a golpes de recuerdos, narraban historias y hablaban de todo lo que querían y deseaban; aquel muro era un mundo de hombres, hombres con la cara morena de tanto sol, mar y viento; lobos de mar que hablaban de sus hazañas, unas ciertas, otras exageradas; sus roncas voces las oigo en mis recuerdos como las mejores melodías, cánticos de sueños y esperanza. Hoy cuando miro hacía aquel lugar, extraño aquellos días, aquellos hombre rudos por la fuerza del mar, extraño a mi padre en aquel lugar, extraño tantas cosas…
Esa noche no dormí, el nerviosismo me podía, mi casa respiraba distinta, se celebraba la festividad de la Virgen del Carmen, y la pequeña “traíña” saldría adornada como el resto de los barquitos para acompañar a la Virgen. Como no podría ser de otra manera mi padre me llevaría en la procesión marinera a bordo del “Lobito” -así se llamaba nuestro barco-, que ese día lo engalanaban precioso para el esperado paseo. Multitud de barquitos acompañaban a la Virgen, las sirenas de los barcos mercantes atracados en el puerto no dejaban de sonar; era un momento mágico, sobre todo para una niña que siempre le dimensionan las emociones. Los fuegos artificiales casi rozaban nuestras cabezas; ¡qué emoción sentía! Hoy ha cambiado todo tanto…, ahora sería impensable que aquellos pesqueros salieran como lo hacían antaño, quizás sin medidas de seguridad. Yo sigo pensando en aquellos días, donde las tradiciones primaban sobre otras cosas, donde los niños disfrutábamos en aquellos días del paseo por mar acompañando a la Virgen, a una Virgen que nos protegió porque nunca pasó una desgracia en aquel alboroto marinero.
Hoy, irremediablemente, cuando llego a la plaza de la Constitución me paro, dirijo mi mirada hacía el antiguo muelle de pescadores y mi imaginación vuela por unos instantes a aquellos días cuando era niña, y huelo de nuevo la sal que desprendían los vientos, daba igual cual fuera, si levante o poniente.
Mi olfato se impregna de olor a redes y gasoil; mis oídos nuevamente oye aquellas rudas voces de hombres curtidos por el salitre de nuestros mares, oigo sus risas, y siento sus ilusiones; siento el sudor del trabajo duro de aquellos días, y siento el amor que le profesaba mi padre a aquellos muelles que por años recorrió palmo a palmo. Cuando miro al Muelle Comercio, siento tantas cosas…