Ceuta es una vela que se apaga. Demoledoramente descriptiva. Produce escalofríos. La frase está extraída de una conversación con un funcionario de elevada cualificación de nuestra Ciudad, experto en las relaciones de España con Marruecos, y profundo conocedor de gran parte de sus entresijos. A su juicio, estas cinco palabras condensan el modo de pensar de todos los españoles y marroquíes con peso específico en la conformación de la opinión y, consecuentemente, de las decisiones políticas presentes y, sobre todo, futuras. Interesante reflexión que no conviene desdeñar.
Diagnosticar acertadamente la idea del conjunto de un país respecto a una cuestión concreta, es una tarea muy complicada. La heterogeneidad, intrínseca a la base social que se examina, propicia el error con frecuencia. Por ello es necesario detectar el núcleo que genera la tendencia. La inmensa mayoría de ciudadanos opinan de manera muy instintiva y superficial, priman las sensaciones y manda la inercia. Son opiniones volubles por naturaleza. Los representantes políticos, cuando tienen una opinión formada (cada vez algo más insólito), la someten al tamiz del interés partidista a corto plazo. Expiran con el cargo, no son fiables. Sin embargo la opinión de las personas preparadas, experimentadas y reputadas, que se desenvuelven silenciosa y sigilosamente en los ámbitos claves de la vida pública (política, administración, economía y comunicación), son las que influyen de manera decisiva, y van modelando paulatinamente las grandes decisiones políticas. Por este motivo es tan importante conocer los que se cuece en estos hervideros de opinión. En el caso de Ceuta, muy poco favorables.
La costumbre nos lleva a descalificar inmediatamente a quien se manifiesta de un modo contrario a nuestros intereses. Estigmatizado el sujeto, se recobra la calma. Estéril narcótico. Quizá sea más inteligente (y útil) pensar con frialdad.
¿Por qué cunde y se consolida en ese segmento esencial de opinión la percepción de decadencia inevitable? No es difícil responder. Quienes así piensan, están convencidos de que el inexorable cambio en la correlación de la composición demográfica de nuestra Ciudad, terminará por reducir la población de origen europeo a unas cotas insignificantes, lo que conllevará automáticamente la cesión de soberanía a un país “amigo” sin ningún tipo de coste ni resistencia. Dicho de otro modo, existe una radical incredulidad en la posibilidad de construir una sociedad intercultural; y una notable desconfianza en la actitud íntima del colectivo musulmán respecto a su nacionalidad española. ¿Tienen fundamento estas convicciones? Este es el nudo gordiano para desentrañar el futuro de Ceuta. Nuestro intrincado psicoanálisis social. Llevamos demasiado tiempo sintiendo vértigo cuando nos enfrentamos a nuestros demonios. Siempre encontramos una excusa o un culpable que nos permite rehuir la verdad. ¿Estamos en la senda correcta?, o por el contrario, ¿somos los auténticos responsables de que se haya instalado esa imagen en la conciencia colectiva de nuestro país? Probablemente los datos objetivos nos dejan en peor posición de la que estamos dispuestos a aceptar. Y se nos acaba el tiempo. Ceuta tiene que tomar decisiones urgentemente partiendo de una realidad que, aún siendo modificable, es incuestionable e irreversible. Dejando al margen los matices y detalles (sin duda de gran valor e importancia) para un segundo nivel de disquisición, sólo existen dos líneas de pensamiento en las que cada ceutí debe encuadrar su actitud, su comportamiento y su compromiso. Uno. Aquella que considera que la fusión intercultural entre musulmanes y cristianos es imposible, y que Ceuta será habitable sólo en la medida en que se mantengan como señas de identidad dominantes las de la Ceuta culturalmente cristiana, tolerando la cultura musulmana de manera subordinada. Dos. Aquella que cree en la sinceridad de la inmensa mayoría de los musulmanes en su sentimiento español, y concibe la posibilidad de inventar juntos un nuevo modelo de sociedad fundamentado en un espacio de valores comunes fruto del hermanamiento y la fusión.
La primera opción nos sume en una fuerte depresión, caracterizada por el lamento permanente y la amargura a flor de piel, presintiendo con horror un desenlace indeseado que no podemos evitar. La alternativa nos invita a recorrer un camino apasionante, gratificante y extremadamente estimulante, que nos conduce a un proyecto de Ciudad vanguardista y perdurable, incardinado en las tendencias del siglo veintiuno.
No caben vías intermedias. Hay que tomar partido. Hasta mancharse.