Desconcertados en la encrucijada. Nuestra Ciudad reclama a gritos un urgente proceso de redefinición. La evidencia de los hechos choca frontalmente con un imaginario colectivo sedimentado sobre la nostalgia en una colisión que amenaza con estallar los fundamentos de nuestra comunidad, dispersando la metralla como jirones de frustración de un futuro que nunca será. No hay tiempo que perder.
Quienes sientan apego sincero a esta tierra tienen la íntima obligación de aplicarse en encontrar las claves que permitan reconstruir un tejido social sobrevenidamente amorfo. No es difícil diagnosticar la vulnerabilidad que nos aflige.
Basta con repasar el listado de parados o el de jóvenes que abandonan prematuramente los estudios. La sobreabundancia de apellidos musulmanes describe una sociedad asimétrica en la que no se respetan las lógicas proporciones que la efectiva igualdad de oportunidades debería establecer. Este indiscutible desequilibrio es el germen de la descomposición. Larvada o visible. Pacífica o violenta. Sutil o descarnada. En cualquier caso, existente. La trascendencia de este fenómeno, sin necesidad de más explicaciones, debería promover un compromiso activo para superar tan manifiesta desigualdad.
Normalizar la arquitectura social es la prioridad por excelencia. Todos tenemos una cuota de responsabilidad en esta compleja y complicada tarea. Aunque la del PP es muy superior a las demás. No en vano ostenta un liderazgo político hegemónico al que no se puede sustraer. Precisamente por este motivo su comportamiento extrema la decepción.
En lugar de abordar el problema con la valentía y la determinación exigibles por la magnitud del reto, ha optado por minimizarse para convertirse en garante y caduco portavoz del segmento más retrógrado y nocivo de la población.
Una prueba irrefutable de ello la tenemos en el modo en que interpreta y considera todas las cuestiones que se plantean en relación con la lengua árabe. Los anacrónicos profetas del “no pasarán”, consideran la lengua árabe como una línea roja intraspasable. Para los que así piensan (con las vísceras), el reconocimiento público del árabe como un componente más del acerbo cultural de Ceuta, significa la pérdida definitiva de las señas de identidad de Ceuta como Ciudad española. Es una forma tan estúpida de negar la realidad que provoca tanta perplejidad como indignación.
En la última sesión plenaria tuvimos ocasión de asistir a una de estas demostraciones de tan dañina estulticia.
Caballas presentó un plan educativo experimental consistente en dotar a algunas unidades de educación infantil, integradas en su totalidad por alumnos musulmanes, de un profesional experto en el manejo de su lengua materna para facilitar la comunicación de los niños y niñas con su profesorado. La lógica más elemental hacía pronosticar un apoyo unánime de la asamblea.
La lucha contra el fracaso escolar más elevado de España debe concitar preocupación y esfuerzos compartidos. Entre las causas aducidas por reputados pedagogos para explicar el significativo diferencial de fracaso escolar que mantenemos con la media nacional, figura la dificultad que supone para un amplio colectivo de alumnos tener que aprender en una lengua diferente a la materna. Sobre todo en edades tempranas. Aunque es cierto que sobre esta cuestión existen discrepancias, justamente por ello sería aconsejable comprobar en el aula el grado de eficacia de cualquier medida concebida para restañar esta herida, con la intención de generalizarlas o desecharlas posteriormente según la evaluación de sus resultados.
Por increíble que parezca, el PP votó en contra, arruinando así una posibilidad cierta de contribuir a superar las deficiencias del sistema educativo y con ello, mejorar la sociedad en su conjunto. Lo lamentable es que los concejales del PP rechazaron la propuesta aún siendo consciente de su bondad. Lo hicieron para reforzar públicamente su identificación con la masa de furibundos intransigentes que, al fin y al cabo, les dan el poder. No se puede llegar muy lejos con las luces tan cortas.