Has trabajado seriamente en tu vida; aún hoy lo sigues haciendo porque sabes que esa es tu misión, darlo todo siempre y esforzarte en hacer resplandecer la verdad, porque sin ésta la vida del hombre - del ser humano en general - no tiene sentido. Cuando llegas al final de la jornada, o de la vida, levantas la vista buscando consuelo y fuerzas para remediar tu fatiga y ves que el Señor - el Crucificado - sufrió mucho más, hasta darlo todo por todos. Agachas entonces la cabeza en señal de petición de perdón y reanudas tu quehacer con una nueva fuerza, la de la humildad, la de sentirte como un ser humano cualquiera que no tiene que sentirse mejor que nadie y que ha de hacer su labor - tan importante como la que más, quizás - con toda sencillez y teniendo siempre presente a esas otras personas que nada pueden y que sufren.
Vivimos en un ambiente complejo y difícil que hace que cualquier decisión a tomar se vea condicionada , inmediatamente, por líneas de pensamiento diferentes y hasta por presiones de diversa índole. La serenidad, que es imprescindible para cualquier relación, no suele darse y ello motiva una alteración - bastante sensible y degradable a veces - para la relación en la sociedad. ¡Cuántas veces se niega lo que ni siquiera ha sido escuchado con la atención que merece; aunque sólo fuera por cortesía! No se tiene en la mente esa importantísima obligación del sacrificio personal en aras de la verdad. De la verdad eterna, no de las que aparecen como consecuencia de planteamientos no siempre ajustados a la razón y ni siquiera del más mínimo orden práctico para el bienestar real de la sociedad. La sociedad demanda vivir en la verdad.
Eso es lo que se necesita y además con urgencia, pero hay entablada una dura lucha por el poder que deja a un lado - muy lejano - todo cuanto se refiera a lo más íntimo del ser humano. No se tiene en cuenta la necesidad que de la contemplación y meditación tiene el ser humano; se le mantiene en un estado permanente de agitación mental sobre lo superfluo que le priva de la observación de esos detalles - a veces muy pequeños - que elevan el espíritu y que conducen a la mente a las más altas cotas que pueden darse de amor a la gente, de entrega a ello, a sufrir con el que padece y a luchar para hacer ver que en la vida no todo es material sino que la demanda del espíritu de cada persona debe ser oída con atención porque es ese espíritu de amor el que verdaderamente dignifica al ser humano.
No hay que poner obstáculos, ni tampoco ofrecer falsas orientaciones, en esa lucha personal por descubrir el verdadero horizonte de la vida humana: Que nadie ponga telones pintados - por muy vistosos que resulten -para ocultar la fuerza del verdadero horizonte, aunque esté cuajado de negros y grandes nubarrones. La vida no es una novela rosa sino una gran epopeya en la que el ser humano tiene su puesto, su lugar de acción en el que está llamado a dar de sí todo cuanto su alma es capaz y al final de la jornada, cuando la fatiga se ha adueñado de todo el ser, saber ofrecer ese trabajo a quien dio su vida por toda la Humanidad. Servirá de consuelo y de acicate para seguir luchando, con amor aumentado, por la verdad del amor entre todas las gentes; con espíritu de servicio sincero, generoso y profundo.
Hay quienes se empeñan en hacer desaparecer los valores del espíritu, sin pararse a pensar que están queriendo - con ello - hacer desaparecer lo más preciado que hay en el ser humano, la grandeza del espíritu lleno de humildad y paciencia por amor. Es una verdadera pena esa labor.