El tiempo siempre ha sido escaso, hasta en los peores momentos de nuestra vida, cuando deseábamos que todo pasara rápidamente. Es que el tiempo es independiente de nuestros deseos, aunque no de nuestras necesidades. El tiempo hay que aprovecharlo al máximo. El tiempo de una enseñanza es a veces muy fugaz, como el de un relámpago, como el del paso de una bala de fusil cerca de la cabeza y ya lo creo que, con ello, se aprende a vigilar muy bien lo que nos rodea. ¿Desde donde nos pueden disparar? Desde cualquier lado nos puede llegar algo desagradable, algo que nos hará daño, pero también nos puede llegar un aviso que nos permita preparar nuestra defensa. Pero no podemos olvidar que el tiempo - con sus ocasiones a cuestas - no deja de pasar con rapidez, no se detiene según nuestros deseos y ni siquiera con nuestras necesidades.
Hay que estar atentos en cada uno de los momentos de nuestras vidas y muy especialmente en ese espacio de tiempo que corresponde a la formación. Son muchas las orientaciones que se nos presentan y hay que saber llevarlas al terreno práctico de la vida personal. Perder el tiempo es una verdadera lástima y nos obligará, más adelante, a tratar de recuperar la enseñanza que se dejó escapar y tal vez no sea nada fácil ya que el tiempo actual - el que estamos viviendo - y el futuro próximo se muestran difíciles, complejos, enrevesados, nada fáciles de entender en esa petición constante que recibimos de austeridad. ¿Cómo aprender ahora a ser austeros si nunca lo fuimos, aunque se nos hablaba de ello, de lo importante que para el ser humano es ser austero y vivir con lo suficiente y no con ese derroche que tanto ofende a los que nada poseen?
Son lecciones del pasado - de esa época de formación - que hay que recuperar y tratar con gran intensidad. La vida nos demanda, a todos, vivir austeramente. No es una demanda de una u otra Autoridad de cualquier Gobierno, de los existentes en el mundo; es una demanda de la realidad que la tenemos a nuestro lado. En un instante se percibe, a nuestro lado, el latigazo de la pobreza, el de la falta de formación de mucha gente, el del abuso, el de la trampa, el del ataque a los más indefensos, el de la perversión de la moral, el del engaño a la gente de poca edad y ante ello no se debe bajar la cabeza ni mirar a otro lado. Es mucha gente la que sufre y la que seguirá sufriendo, cada vez más, si se dejan pasar esas breves - aunque profundas y dolorosas - indicaciones de que se debe reaccionar con la máxima urgencia y eficacia.