La imagen que se proyecta de nuestra Ciudad hacia el exterior es un sempiterno objeto de preocupación. No se trata de una paranoia colectiva. Efectivamente, Ceuta goza de una muy mala imagen entre amplios sectores de la opinión nacional e internacional. Este no es un hecho circunstancial ni obedece a una sola causa concreta, sino que es la consecuencia de un largo proceso de deterioro multiforme que los ceutíes nunca hemos sabido (o querido) combatir con la suficiente determinación. Exhibiendo un comportamiento asaz infantil, nunca hemos asumido responsabilidades. Optamos por la postura más cómoda: buscar culpables ajenos e insultarlos airadamente fingiendo una indignación que no existe. Porque la indignación es un sentimiento que implica una predisposición anímica a la acción para cambiar el hecho o la situación que la provoca, y esto no se ha producido jamás. Pondremos dos ejemplos muy recientes.
Un canal de televisión de ámbito nacional emitió un reportaje sobre las naves del Tarajal. Las escenas reproducidas eran espeluznantes. El programa finalizó con una frase lapidaria: “El infierno existe, está al sur de Europa, en la frontera del Tarajal”. Los ceutíes, supuestamente, nos sentimos ofendidos y maltratados por aquel medio de comunicación. Sin embargo, todo lo que allí se contaba, además de ser verdad, sigue pasando. ¿Alguien se ha molestado en activar la más modesta iniciativa para cambiar aquello? Evidentemente, no.
Más próximo en el tiempo aún fue el documental sobre El Príncipe. Otra consternación y nueva ola de protestas. A pesar de ello, podemos buscar en los Presupuestos de la Ciudad alguna partida para evitar lo que, al parecer, tanto nos incomoda, que no encontraremos ni el más leve rastro.
El problema es que en realidad no nos preocupa que las cosas sucedan, sino que se cuenten. Y en la sociedad moderna, pretender un eclipse informativo que esconda las vergüenzas es un ejercicio de ingenuidad supina. Esta actitud la describió con una formidable clarividencia José Luis Chaves hace ya veinte años. Una información sobre Ceuta emitida por televisión había desatado una virulenta revuelta mediática. Todo el mundo se pronunciaba intentando competir en improperios contra sus autores. Entrevistaron a José Luis, y con la flema que le caracterizaba, respondió: “Yo he visto a los periodistas bajar del barco, y sólo traían las cámaras, lo demás lo hemos puesto todo nosotros”.
Como en tantas cosas que hemos hecho mal en nuestra Ciudad, es difícil saber si estamos a tiempo de revertir esta situación; pero en cualquier caso, merece la pena intentarlo. Ceuta debe cambiar su imagen pública. La mejor manera de hacerlo no es vociferar como posesos sino cambiar las cosas que la deterioran. Podemos empezar.
Uno de los factores que contribuyen a la mala fama, en determinados estratos de población de mucha influencia en la conformación de opinión, es la condición de parásitos que se nos atribuye por el excesivo coste que tiene el mantenimiento de nuestra Ciudad para las arcas públicas. Esta no es una cuestión menor, y deberíamos ocuparnos de ella, sobre todo en épocas de crisis en las que el sufrimiento es norma. La línea que separa la solidaridad del privilegio es muy delgada y por ello es conveniente extremar el cuidado para no traspasarla nunca. Si se hace una suma sencilla de las transferencias del Estado para sostener el ayuntamiento, pagar el plus de residencia de todos los empleados públicos, las bonificaciones del transporte marítimo y las bonificaciones de la seguridad social, y le añadimos la merma de recaudación por las bonificaciones fiscales, el resultado es una cantidad muy respetable. Todo ese dinero es aportado por contribuyentes de otras comunidades que están atravesando por auténticas dificultades, penurias y recortes. A los ceutíes nos corresponde demostrar, con nuestra actitud, que estas subvenciones suponen la materialización del principio de solidaridad y que están plenamente justificadas. Si transmitimos la idea de que somos un pueblo despreocupado, insensible a los problemas del conjunto de la sociedad, y que sólo nos interesan nuestras cuentas corrientes, estaremos sembrando una irritación que se puede transformar en una peligrosa animadversión. Muchos de nuestros compatriotas tienen la percepción de que los ceutíes somos un atajo de “residentes” que constituimos una comunidad artificial, porque vivimos aquí por el único hecho de cobrar sueldos más elevados (que ellos pagan). Es un estigma muy pernicioso que debemos disipar por todos los medios. Para ello, lo ideal es que Ceuta se mueva, en todos los órdenes de la vida pública, al mismo ritmo que el resto de comunidades. Los parásitos siempre terminan siendo reprobados y repudiados..