La evolución de la dimensión intangible de la sociedad, constituida por los valores y principios que la informan y la dotan de sentido, está fuertemente condicionada por el desarrollo de sus fundamentos económicos. Adentrados ya de lleno en el siglo veintiuno, la práctica unanimidad de pensadores coincide en concluir que la cultura de la abundancia y la opulencia, que alcanzó su punto álgido al finalizar el siglo pasado, ha transmutado algunos valores y modificado sustancialmente pautas de comportamiento tanto individuales, como colectivas. Uno de estos cambios, de enorme calado, ha sido la sustitución del concepto del deber por el de conveniencia. La fuente de inspiración de la conducta de una persona ya no está en actuar correctamente de conformidad con unos principios preestablecidos y aceptados por el conjunto de la sociedad; sino en medir y sopesar si las consecuencias de sus actos le reportarán más ventajas que inconvenientes, ya sea en el orden económico (sobre todo) o en términos de reputación (sometimiento a la dictadura de la mayoría). De este modo, la vida pública se empobrece paulatinamente, encorsetada en mezquinos balances estereotipados de los que nadie se atreve a salir por miedo a la presión feroz ejercida por una inmensa mayoría sin alma, que tan sólo concibe su existencia protegiendo desde la futilidad una miserable cuenta corriente.
Hace muy poco tiempo, tuve la oportunidad de leer (en Internet) el episodio protagonizado por Lutz Long, a quien hasta entonces desconocía. Pausa. Reflexión.
Lutz Long fue un saltador de longitud de la Alemania nazi que compitió en los juegos olímpicos de 1.936 contra Jesse Owen. Aquella competición pasó a la historia por el hecho de que un negro triunfara en medio de los fastos racistas nazis y ante la misma figura de Adolf Hitler. Sin embargo, el verdadero triunfador no fue Owen, sino Long. “Antes de la final de salto de longitud, el alemán Lutz Long fue llamado ante el Fuhrer y recibió indicaciones claras de que, por el bien de la nación, no sólo debería ganar a Owens, sino que debía abstenerse de todo contacto con él, debía de rechazar su conversación y limitarse a derrotarle y dejar clara su absoluta superioridad. Los ojos de todo el partido nacional-socialista, de Hitler y de toda Alemania estaban puestos en él. Lutz Long acompañó al silbado y despreciado Owens durante toda la competición. Rieron juntos, charlaron juntos, calentaron juntos y se ayudaron como si fueran dos viejos amigos. Los jueces trataron de descalificar a Owens...y le llevaron al límite de quedarle solo un salto por realizar. Jesse estaba nervioso y no encontraba un punto de referencia, no lograba pillar tabla, su referencia había volado con el viento. Entonces Luz Long se sacó su propio jersey y lo colocó en el suelo en el punto en el que Owens necesitaba la señal. Y le dijo: "Eh Jesse...aquí, bate aquí con la pierna derecha y todo irá bien." El resultado es conocido: Jesse Owens realizó un salto bueno, y Lutz Long quedó relegado a la segunda posición. El negro había derrotado al rubio alemán, ejemplo y orgullo de la raza aria. El estadio quedó en silencio. Hitler se levantó y se marchó para evitar tener que darle la mano y felicitar a un hombre de color. Al bajar del palco Luz Long se acercó a Jesse y se fundieron en un abrazo”.
El autor del artículo finaliza su relato del siguiente modo: “A lo largo de nuestra vida, todos sabemos lo que es correcto o incorrecto. En mayor o menor medida, nos enfrentamos a decisiones como las de Long. Pero… ¿Cuántos tenemos su claridad, valor, coherencia y dignidad?”
Una hermosa e inolvidable lección universal: sólo dignifica al ser humano actuar conforme a su idea del bien, más allá de influencias externas por poderosas que éstas sean, e incluso haciéndolo en perjuicio de sus propios intereses.