Esta semana conocíamos la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Cádiz en Ceuta en torno al mediático caso Íñiguez. Casi cuatro años ha durado la película del enfrentamiento entre Mohamed Alí y el cuñadísimo hasta que ha venido el máximo órgano judicial en la ciudad a poner algo de cordura. Y lo ha puesto dictando unas conclusiones que ya han provocado que los meapilas de turno se lleven las manos a la cabeza. Así que, según dicen los jueces, expresiones del tipo ‘meter la mano en la caja’ son permitidas en plena contienda electoral. Y lo son porque hay que dejar que exista un juego legítimo de crítica política para que los ciudadanos reciban todas las informaciones posibles.
A mí, de entrada, siempre me pareció ridículo la querella de Íñiguez, la vi como una manera de ponerle nervioso a Mohamed Alí y evitar que éste siguiera con el estilo político con el que había optado por desembarcar en la campaña. Así que la respuesta de los jueces me ha parecido de lo más sensata.
Una de las claves del asunto ha sido la lucha entre la libertad de expresión y el derecho al honor. Y claro, aquí todo es cuestionable. ¿Hasta qué punto uno puede poner encima de la mesa eso que se llama honor para evitar que su contrincante, en este caso político, pueda disfrutar de una plena libertad? Esta es la estrategia que ha querido ser empleada por muchas personas para disponer de un escudo adecuado y librarse de una crítica que puede ser más o menos justa pero, en democracia, y si no falta a la verdad, debe estar legitimada.
El honor es un concepto tan poco definido, al menos judicialmente, que cabría hasta preguntarse sus límites y, quizás, no habría acuerdo entre los juristas más especializados para concretarlos. Más aún si estamos hablando de personas públicas, de, en este caso, políticos que deben estar expuestos a este tipo de situaciones y no pueden pretender que los jueces les sirvan de coartada para poder frenar las acusaciones del contrincante. Entonces ni habría juego político, ni diversidad, ni amplitud de valoraciones en eso de la cosa pública que nos martillea cada cuatro años.
El culebrón del cuñado llegó hasta unos límites que ha terminado por convertir la historia en un puro teatro. Detrás de la misma podríamos valorar cómo hemos sido capaces de perder hasta cuatro años en que unos señores con toga valoren si determinadas expresiones podían hundir la buena fama de quienes están expuestos a la crítica. Dinero, tiempo, colapso judicial, gasto de recursos... un sin fin de claves que hay detrás de este asunto y en el que podríamos estar haciendo múltiples valoraciones.
Alí ha terminado con una pesadilla, Íñiguez ha finalizado su batalla en busca del honor y la Audiencia, sencillamente, ha puesto cordura en una sociedad de locos en los que hay quienes, entre tanta sinvergonzonería, todavía son capaces de reclamar el honor. Sólo les falta el trabuco.