«Ha llegado el otoño...pero no estéis tristes, porque en el otoño, aunque el sol se ha perdido tras una nube, sin embargo, también se puede escuchar el rumor de la lluvia al golpear los tejados....En el otoño, el alma, es un poco más nuestra... »
Ha llegado el otoño. Sí, todo el mundo lo dice: ¡Ha llegado el otoño! ¡Ha llegado el otoño!...Sí, es verdad, el otoño ha venido a anunciarnos que su tiempo de espera ha concluido y viene a dejarnos sus maletas de melancolía y de tristeza. Los días del verano se van inexorablemente sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo. Todo, como una agonía imprevista, anónima, sin cuartel, va desangrándose y perdiendo al punto el ritmo, la vitalidad…. Los juegos en la playa, los chapuzones en el mar, los días largos y calidos, la fruta jugosa y exultante…. todo, definitivamente todo va desangrándose….
Las golondrinas, ¡Albas primera de la Naturaleza!, van haciendo sus círculos alrededor de la Plaza de África; van y vienen y dan vueltas y más vueltas; parten de el Ayuntamiento, pasan por la Iglesia, la Comandancia General, el Parque de Artillería, la Catedral, para girando por el último edificio de la cúpula, volver de nuevo a pasar frente al Ayuntamiento. Cuándo pasan bajas, notamos como un silbido, nos agachamos y casi nos rozan las cabezas. Ellas, tienen sus nidos de barro debajo de los balcones del Ayuntamiento; ahora, a los poyuelos ya le han crecido las plumas; y ahora los padres, como amorosos maestros, les enseñan las últimas lecciones en el aprendizaje «del arte de volar» Van y vienen, giran y giran alrededor de la plaza; una, dos, tres…diez, veinte, treinta…nos cansamos de contar…Algunas, en un tirabuzón esplendido, se elevan en un instante por encima de los árboles y de los tejados; y se pierden allá arriba en el cielo ceniciento, en otro carrusel interminable al pie de los Cúmulos y los Nimbos que pasan asombrados.
Cuando las últimas lecciones hayan sido aprendidas, y los más jóvenes extiendan y batan las alas con la presteza y la maestría necesaria para realizar un largo vuelo; ellas, las golondrinas, emprenderán su éxodo anual a otras tierras más cálidas. Abandonaran sus nidos debajo de los aleros y balconadas del Ayuntamiento y de los edificios contiguos, y emigraran a otros horizontes allende nuestras plazas y nuestras calles de Ceuta.¡Dios mío!, ¿Por qué se tienen que marchar? Nosotros, los niños, no le arrojamos piedras ni las maltratamos, por qué, entonces, tienen que marcharse; por qué nos abandonan y ponen rumbo al Sur…
A la primavera siguiente, sin que nadie sepa cómo ni por qué, en una mañana clara, azul, de cristal… volverán a oírse sus trinos; y en la misma plaza, debajo de los aleros y balconadas del Ayuntamiento, volverán a reconstruir sus nidos; y desde los más alto, allá en el cielo, junto a las nubes, bajarán, y como siempre comenzarán a dar vueltas y más vueltas en un carrusel interminable. Algunas, volaran cercanas, casi rozándonos las cabezas; otras, lo aran más altas, casi rozando el tejado rojizo de la iglesia de Nuestra Señora de África…. y los campanarios de la Catedral.
Ha llegado el otoño, ya nadie lo pone en duda, y las hojas caducas han ido perdiendo su frescura y su color verde natural; y ahora, van adquiriendo un tono amarillento, enfermizo, como si supieran que su ciclo vital ha terminado. Y aún aguantaran unos días, pero enseguida, de manera inexorable irán cayendo; y algunas en una brisa repentina revoletearán y permanecerán suspendidas en el aire unos instantes, para luego caer en cualquier jardín o en cualquier plaza donde haya estado su árbol.
Ha llegado el otoño, y nosotros nos encontramos tirados en los guijarros redondeados de la ramblilla jugando a las «bolas». Y aquel Cúmulo blanco, redondeado y alto como una montaña, se ha ido poniendo cada vez más negro cuando se ha abrazado con un Nimbo; y al final, sin intención, en un juego, casi en una travesura, nos manda su lluvia en tromba, a raudales, como se si hubiera roto el cielo… a cántaros. Nosotros, perseguidos por un relámpago y un trueno capaz de romper los cristales, corremos ramblilla arriba hasta refugiarnos debajo de la protección del Jazmín, que está, junto a la entrada de la puerta de mi casa y los escalones que dan al patio de “Arriba”
Es la primera lluvia y estamos excitados y alegres. Tenemos la cabeza chorreando por está lluvia inesperada y traicionera que llega sin avisar… Alguien, que viene de arriba, pasa y nos dice:
-¡Bendita lluvia, que lava las calles y riega los campos!
Y lleva también la cabeza chorreando de agua, y se la toca con las manos, y cuando siente el frescor, las baja, se las mira y con una sonrisa inmensa, como poseído por una fuerza extraña, vuelve a decir:
-¡Bendita lluvia, que lava las calles y riega los campos!
Nosotros, absortos, prendidos en la magia del momento, sin poderlo evitar, también poseídos por esa fuerza. le contestamos:
-¡Bendita lluvia, que lava las calles y riega los campos!...
En los tejados resecos por el sol del verano, el agua de lluvia, ha ido gota a gota deslizándose por las tejas hasta llenar a rebozar los «canalillos»1 y después en un golpeteo incesante de rumor de aguas descender por los bajantes hasta desaguar en las losetas de los aljibes2.
Desde cada puerta del patio, una niña, canta una canción. Y al momento, otra niña le responde con la misma canción…
«Que llueva, que llueva,
la Virgen de las cuevas,
los pajarillos cantan,
las nubes se levantan.
que llueva un chaparrón,
que moje a mi vecina
y a mi no.
Que le rompa los cristales
y los míos no. » ?
El rumor del agua resbalando por las tejas y resonando en los canalillos, para después retumbar con más fuerza en los bajantes de los desagües, todavía nos acompañará durante un tiempo. El otoño nos entristece y la gente ya no ríe como antes, como cuando el sol se prolongaba todo el día…; pero sin embargo, el otoño, nos trae el rumor de la lluvia, y mi cabeza se moja beso a beso con las gotas que caen entre las hojas siempre verdes del jazmín de mi puerta….
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(1) Los Canalillos recogían el agua procedente de las tejas, tenían forma de “U” o media tubería y se colocaban mediante unos tirantes a la pared debajo de los aleros de los tejados. Y en cada lugar, se les daban diversos nombres, a saber: Canales, canalones, canaletas, canalitos, canalillos, etc.
(2) Antes de haber agua corriente en las casas del patio, el agua de lluvia se recogía en los aljibes que estaban situados a las puertas de cada casa. En la mía aún se conservaba el travesaño de la garrucha de izada del cubo para el agua, y una loseta amplia de mármol con una argolla en el medio para ser levantada cuando fuese menester.